Aquejado a lo largo de su vida de distintas enfermedades, a partir de los 60 años sufrió distintos problemas visuales que lo condujeron a la ceguera
La mayoría alguna vez ha escuchado o leído que el general José de San Martín no tenía buena salud. Es más: a menudo se relata que el Libertador protagonizó su gran hazaña, el Cruce de los Andes, no a caballo sino en camilla, debido a los males que lo aquejaban.
Pero lo que posiblemente no ha tenido la misma trascendencia popular ha sido que tenía serios problemas visuales y que existen firmes indicios de que cuando murió, a los 72 años, estaba ciego.
Los oftalmólogos José Raúl Buroni (profesor consulto de la Universidad de Buenos Aires; académico de número de la Academia Sanmartiniana y miembro del Instituto Nacional Sanmartiniano, ya fallecido), su hija María Laura y Diego Rivas Pérez, escribieron en el libro Las enfermedades de los ojos del General San Martín (2008) que en una carta escrita por su yerno, Mariano Balcarce (marido de la única hija de San Martín, Merceditas) se anunciaba que el General sería sometido a una cirugía de cataratas a manos del más famoso oftalmólogo de la época, el francés Jules Sichel. La cirugía –dice la carta– estaba planeada para septiembre de 1849.
En el libro –cuyos capítulos dedicados al tema fueron enviados a este medio por el bibliotecólogo Jorge Martins, del Consejo Argentino de Oftalmología (CAO)– se dice que existe incertidumbre acerca de si la cirugía fue realmente practicada. Para José Pacífico Otero, que escribió Historia del Libertador don José San Martín (1932), sí se realizó, “y conjuró a tiempo la ceguera” del General.
En cambio, según el oftalmólogo e historiador Omar López Mato en su ensayo Héroes sin luz (2018), San Martín sí tuvo cataratas, la situación lo deprimió porque le impedía leer (una de las grandes pasiones de su vida) pero su muerte, ocurrida en 1850, lo sorprendió antes de que pudieran operarlo.
Daniel López Rosetti, en cambio, escribe en su libro Historia Clínica (2014) que San Martín fue operado en París por Sichel, pero no se alcanzaron los resultados esperados. “La cirugía se realizaba en una cama con los pies hacia la cabecera –relata–. Así quedaba expuesta la cabeza hacia el cirujano, que realizaba la intervención sin anestesia; solo utilizaba el opio como analgésico. El resultado quirúrgico fue malo. La progresiva pérdida de la visión que el paciente padecía desde los últimos cuatro años fue inexorable. San Martín no volvió a leer ni a escribir por mano propia”.
La catarata madura
Germán Bianchi, jefe de Trasplante de Córnea, cirujano de cataratas de la Clínica Nano, explica que en la época de San Martín la conducta más racional era operar sólo cuando la catarata estaba madura, con el paciente prácticamente ciego. “Era una cirugía muy complicada, con una tasa de éxito bajísima y por eso se esperaba hasta último momento, porque nada garantizaba que luego de la cirugía en lugar de existir una posible recuperación de la visión el paciente terminara de quedar ciego”, afirma Bianchi.
En ese entonces no sólo los resultados eran inciertos; también era muy complicado someterse a una cirugía ya que no existía anestesia y se utilizaba morfina, una sustancia de muy difícil manejo en esa época, que podía incluso causar la muerte.
La catarata se extraía con una pinza llamada “tijeras de Daviel”, en honor a Jacques Daviel, el cirujano francés que la había diseñado para ese fin.
“Como había que extraer la catarata en su totalidad tirando de la cápsula, si estaba muy tensa se rompía –detalla Bianchi–. Para hacerlo era necesario abrir el ojo y existía un alto riesgo de ceguera porque a veces la maniobra arrastraba también el humor vítreo y se podía producir un desprendimiento de retina. Había un alto riesgo de infección y el posoperatorio era muy complicado.”
¿Cuál hubiera sido el mejor desenlace para San Martín, en esa época? Posiblemente, que una vez extraído el cristalino –que es la lente natural del ojo–, le habrían indicado un par de anteojos de altísima graduación que llegaba a tener con suerte la mitad de las dioptrías que tiene un cristalino natural. “La conclusión es que los pacientes, si todavía conservaban la visión luego de la cirugía, veían muy mal”, afirma el oftalmólogo.
Bianchi puntualiza que a partir de la década de 1950 hubo un cambio radical en las cirugías de cataratas, cuando comenzaron a utilizarse las lentes intraoculares. Harold Ritley, oftalmólogo inglés, fue quien inventó la lente intraocular y pionero en cirugía de cataratas, la primera, en 1950 “En su época se lo cuestionó mucho –afirma–. Recién en su vejez fue reconocido su aporte. La idea surgió a partir de lo que ocurría con los pilotos de combate de la Segunda Guerra Mundial, cuyos ojos, a pesar de haber sido heridos por las astillas de acrílico de las marquesinas rotas por las bombas no rechazaban esa sustancia, al contrario de lo que ocurría con el vidrio. Así se le ocurrió a Ritley la posibilidad de utilizar ese material para diseñar lentes intraoculares artificiales”.
Esto, de la mano de formas cada vez más confortables de anestesia, fue una auténtica revolución en la oftalmología.
Los ojos de San Martín
En el mencionado libro de los doctores Buroni y de Rivas Pérez se dedican varias páginas a describir la particular mirada que tenía el General San Martín y citan, entre otros, textos de María Graham, esposa de un capitán inglés, quien describió sus ojos como “oscuros y bellos, pero inquietos. Nunca se fijan en un objeto más de un minuto, pero en ese momento expresan mil cosas”.
Algunos historiadores indican que San Martín sufría estrabismo. Pero los doctores Buroni y Rivas Pérez no coinciden con esa idea y proponen en cambio que a partir de 1840 (una década antes de su muerte) padeció una enfermedad inflamatoria en sus ojos, con síntomas como fluxión (inflamación ocular) y fotofobia (rechazo a la luz), posiblemente a causa de una iridociclitis o uveítis (inflamación del iris y la úvea), relacionadas con sus problemas reumáticos, y que serían un factor de riesgo para el desarrollo de las cataratas.
Los doctores Buroni y Rivas Pérez postulan –pero no llegan a confirmar– que San Martín habría padecido síndrome de Reiter, una afección sistémica caracterizada por manifestaciones oculares (conjuntivitis o uveítis), articulares (artritis reactiva) y genitourinarias (uretritis o cervicitis).
Bianchi afirma que existen muchos relatos acerca de un movimiento particular que San Martín tenía en su mirada: “Y eso es algo que hoy conocemos con Nistagmus, que es un movimiento involuntario de los ojos. La causa más frecuente del nistagmo adquirido es su origen tóxico. Se atribuye al consumo de láudano, derivado del opio, que San Martín realizaba por indicación médica, para calmar los dolores que le producía su enfermedad gástrica.”
En efecto, la mayoría de sus biógrafos coincide en opinar que su úlcera era algo así como el termómetro de su ánimo, y el problema que más lo aquejaba, aunque también el reumatismo le causaba muchos dolores y molestias. Además, San Martín sufría una enfermedad respiratoria –posiblemente, asma– y hemorroides muy severas, que a menudo lo postraban porque generaban fístulas perianales que se le infectaban. El primero de esos cuadros fue en junio de 1819 y se repitieron varias veces a lo largo de su vida.
Las cirugías hoy
Las cataratas, añade Bianchi, son un problema casi indefectible que tenemos las personas a medida que avanza la edad: “A los 70 años, hasta el 70% tendrá cataratas. A los 90 años, el 90 por ciento. También hay recién nacidos y niños pequeños que por distintas afecciones pueden desarrollar cataratas; es posible también que aparezcan en algunos casos a consecuencia de traumatismos o choques eléctricos”.
Y añade que las manifestaciones más frecuentes de las cataratas son las molestias con el encandilamiento de las luces y el sol, la disminución de la visión en general, del contraste y los colores. El cristalino, puntualiza, se vuelve opaco, marrón. Si bien las cataratas no se pueden evitar y son una expresión habitual a medida que pasan los años, el médico recomienda evitar el tabaco, el alcohol y llevar una vida sana en general. “Las personas que viven con diabetes y quienes están medicados con corticoides tienen más posibilidad de desarrollarlas antes”, advierte.
A diferencia de lo que ocurría en épocas de San Martín, ahora no es necesario esperar a que la catarata esté “madura”. “Cuando se saca el cristalino se coloca una lente intraocular con más o menos aumento y también es posible corregir al mismo tiempo los vicios de refracción, es decir, miopía, astigmatismo, hipermetropía y también se puede corregir la presbicia. Usamos microscopios y las cirugías se hacen en 3D, en una pantalla especial”, añade Bianchi.
Otro de los adelantos cruciales en materia de cirugía de cataratas está dado por el uso de las anestesias: antes eran inyecciones perioculares (alrededor del ojo). “Hoy, salvo excepciones muy puntuales, operamos con gotas tópicas –dice Bianchi–. Las cirugías, además, son breves: pueden demorar 15 minutos, pero esto no significa que no haya que tener todos los recaudos necesarios de cualquier cirugía. Y la recuperación visual posquirúrgica se da en forma paulatina, según cada caso, durante aproximadamente un mes. Hay que cuidarse, no hacer esfuerzos, no agacharse, no levantar pesos. Son incisiones autosellantes, no se utilizan suturas.”
Actualmente, agrega, se realizan cirugías de cataratas tanto en pacientes del ámbito público como privado, pero la calidad de las lentes intraoculares varía, y por eso a veces hay cubrir parcialmente el costo extra de la lente.
El panorama actual era inimaginable a mediados del siglo XIX. el sitio El Forjista recupera una carta que San Martín escribe a Rosas, donde hay pena, pero también esperanza: “Esta será la última carta que será escrita de mi mano; atacado después de tres años, de cataratas, en el día apenas puedo ver lo que escribo, y lo hago con indecible trabajo; me resta la esperanza de recuperar mi vista en el próximo verano en que pienso hacer la operación a los ojos”.
La esperanza del héroe que había liberado tres países fue en vano. Nadie pudo determinar si realmente fue operado de cataratas. Pero en una carta que Mariano Balcarce, médico y yerno del Libertador, dirige al político y periodista Félix Frías, amigo de la familia, se dice que la ceguera empañó los últimos días de aquel hombre firme, valiente y decidido, de quien se había ponderado tantas veces su “mirada de águila”.
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