Furia por la chica electrocutada
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Fue cuestión de minutos. Unos treinta vecinos destruyeron con sus propias manos y luego quemaron la casa de Juan Rasquin, el paraguayo que conectó un cable de 220 voltios al cerco de su casa y con eso provocó la muerte de Judith Calibar, una niña de 10 años que quería buscar una pelota.
"Cuando agarren a ese miserable tal vez nos calmemos", dijo uno de los que se confabularon para hacer justicia por mano propia. Pero están dispuestos a más y quieren dar con el prófugo, del que se sospecha que puede haber huído al Paraguay. Preocupada por el tono de los acontecimientos, la policía dice que no sabe dónde está.
Reacción popular por la niña electrocutada
Venganza: unos 30 vecinos quemaron la casilla del hombre que electrocutó un cerco y causó la muerte de una niña.
LA PLATA.- "Cuando agarren al miserable asesino de Judith tal vez nos calmemos", dijo uno de los vecinos de la menor muerta por electrocución, mientras miraba la espiral de humo de la casilla de Juan Resquín, ya reducida a cenizas. En el asentamiento de la calle 149 entre 50 y 52 había estallado la furia. Como actores de una Fuenteovejuna de barrio, un grupo de pobladores destrozó la casa de chapa y cartón del sujeto que el último domingo electrificó un cerco y provocó la muerte de la menor de 10 años.
Antes, sábanas, ropa, enseres de cocina, una bicicleta y una moto fueron amontonadas a las apuradas. Un fósforo restalló y el fuego comenzó a devorar el montón de pertenencias del prófugo Resquín.
Después sí, a mano batiente, casi con uñas y dientes, los habitantes del barrio El Retiro metieron baza en la casilla. Sacando fuerzas de la indignación, tal vez poseídos por una furia casi irracional, desmantelaron la modesta casa, esparcieron sus restos a un costado y la transformaron en una tea hirviente.
A pocos metros, un grupo impidió que los policías y los bomberos pudieran hacer algo en favor del bien del individuo acusado por el homicidio de la niña.
Cuando esos servidores públicos pudieron vencer la resistencia, el fuego había consumido hasta la última de las prendas del acusado prófugo, quizás con paradero en el Paraguay.
Las mismas manos
Esas mismas manos, junto con muchas otras, habían llevado a pulso un poco antes, alrededor de las 10, el ataúd de la pequeña muerta. El dolor, la consternación y el duelo observado en el velatorio cobraron mayor fuerza en la inhumación de los restos, desarrollada en el cementerio local.
Varios de los pobladores arribaron en un colectivo y luego, con otros llegados por distintos medios, formaron un racimo de gente de humilde condición, rodeando de afecto a los padres y demás familiares de la niña fallecida.
"Estoy destrozado porque quise salvarla y no pude. Pero es mentira que hayamos robado cosas del asesino", narró entre sollozos Roberto Aguirre, tío de Judith.
Conmovedor alegato
Cerca estaba Tomás Caliban, el padre de la muerta. Abrazado a una de sus hijas, confió: "Aunque lo agarren, no sé cómo voy a reaccionar". Le costó volver a un pasado muy fresco, el que tronchó la vida de su hija. Pero musitó: "Cuando vi a mi hijita tendida en el piso y a sus hermanos llorar desconsolodamente, se me vino el mundo al piso. Creí que también yo moría".
"Al paraguayo no le gustaban los chicos. Me imagino que habrá puesto la trampa mortal porque nosotros pateábamos la pelota o gritábamos. Y pensar que ese maldito tiene dos hijos", bramó con rabia uno de los hermanos de Judith.
Búsqueda del prófugo
Mientras se busca a Resquín -lo rastrearon en vano por el conurbano- el juez en lo criminal y correccional Guillermo Labombarda abrió dos causas: una por homicidio y otra por incendio intencional y daño. Fuentes policiales no desecharon que durante el velatorio se haya organizado la quema de la casilla del responsable. Por eso, un medio televisivo pudo registrar cada una de las imágenes del incendio con que un barrio hizo justicia por mano propia.
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