Germán Orduna
La desaparición de Germán Orduna, al cabo de una enfermedad dolorosa de rápido desenlace, priva a la docencia y a la investigación argentinas de una figura de relieve internacional en el campo de la filología española.
Nacido en agosto de 1926 en San Martín (Buenos Aires), y tras egresar de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, Orduna se graduó de profesor en Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde alcanzó el título de doctor y en la que se desempeñó como docente durante más de cuarenta años.
Orduna obtuvo el diploma en Filología Hispánica en Salamanca. Fue becario de la Fundación Alexander von Humboldt, investigador superior del Conicet, director del Instituto de Filología Dr. Amado Alonso, de la UBA, miembro correspondiente de la Real Academia Española y miembro de honor de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval.
Tempranamente interesado por los problemas metodológicos que plantea la edición crítica de los textos manuscritos medievales, consagró sus mejores esfuerzos a la fundación y cultivo de esta disciplina. Creó en 1978 el Secrit (Seminario de Edición y Crítica Textual), y lanzó la revista Incipit,que en 1991 ganó el premio Nieto López, de la Real Academia Española.
Además de numerosos artículos publicados en órganos universitarios nacionales y del exterior, Orduna deja, entre otros libros, la edición crítica de dos importantes obras de la Edad Media, el Rimado de Palacio y la Crónica del rey don Pedro y del rey don Enrique, su hermano, del canciller Pero López de Ayala.
A su versación y al extremado rigor que imponía a la tarea intelectual unía Orduna un decir refinado y un inclaudicable buen gusto, cualidades presentes en cada línea de su obra y que sabía desplegar magníficamente en sus clases universitarias o en el dictado de sus cursos y conferencias.
Le dolía la decadencia de la educación pública argentina, a la que honró con la probidad de su quehacer hasta sus últimos días.
Hombre de profunda fe cristiana y de exigencias éticas, tenía también una obstinada confianza en la fuerza renovadora y vital de los jóvenes, cuyas vocaciones académicas supo valorar y promover generosamente.
El sepelio se efectuó en el cementerio de Schoenstatt, en Florencio Varela.