Juan Ordeix, el apasionado
Entre el mentalismo, la natación y el ajedrez, Juan Ordeix es un hombre de hobbies: fanático de explorar el mundo en familia, consciente de la importancia de la amistad y amante de su profesión
“Hice un esfuerzo muy grande para que mi hobby se transformara en mi negocio, de manera de poder hacerlo todo el tiempo”, explica Juan Ordeix sobre su inusual profesión, que sigue disfrutando tanto como el primer día. Tras profesionalizarse como mentalista, salió en búsqueda de otros hobbies y los encontró. Uno es el ajedrez, un juego que retomó y al que le dedica su tiempo al menos un rato cada día. Si bien tiene algunos amigos con los que se junta a jugar, el ajedrez cotidiano es online. “Pero como me gusta mucho jugar en tablero, en muchos casos, juego con mi contrincante en red pero voy pasando los movimientos de la pantalla al tablero”, aclara. Otra actividad habitual es la natación. “Es muy bueno para el proceso creativo”, comenta. “Cuando nado, nadie me habla, no hay celular, no existen las interrupciones, hay cierta monotonía y es cuando tengo la posibilidad de reflexionar de manera continua. Siempre tengo un cuadernito y un lápiz en el borde de la pileta, para anotar las ideas”, dice.
Fuera de sus actividades laborales –que varían entre shows, conferencias, charlas, capacitaciones y reuniones–, a Juan le gusta pasar tiempo en su casa con su familia. Admite que su inmenso televisor es más tentador que el cine y suele compartir películas y series con su pareja. Y viajar es uno de los máximos placeres y una gran prioridad. “Planificamos mucho los viajes familiares, son muy importantes. Hemos tenido la posibilidad de recorrer mucho y estamos en búsqueda de más todavía”, cuenta. ¿Los destinos más inolvidables? Un safari en Kenia, un viaje a Dubái, un recorrido por los países nórdicos, una travesía a San Petersburgo y una visita al papa Francisco en el Vaticano. “Me gustan las cosas que suceden en los viajes”, profundiza, “como toparme con la grabación de una película cruzando la Quinta Avenida o saludar al Papa y que me bendiga la camiseta de San Lorenzo”. Claro que es hincha del Cuervo y ha ido a la cancha con su padre en incontables ocasiones.
“Me parece muy valiosa la amistad y hago un esfuerzo activo para no perderme planes con amigos”, dice Juan, que trabaja en pos de no ser una persona solitaria, ya que su trabajo y sus hobbies son –de por sí– poco sociales. “Me llevo muy bien conmigo mismo, pero no me gusta hacer programas solo. Me parece muy importante para la vida tener vínculos”, agrega. A la hora de salir con su pareja, el programa gastronómico es el que prevalece. “Nos gusta salir a conocer diferentes lugares o probar un nuevo menú por pasos”, ilustra. También salen a caminar por el barrio, con o sin Truco, su adorado caniche toy.
Cuando sí está solo, la lectoescritura es uno de sus principales hábitos (aclara que no puede leer sin lapicera en mano). “Leo mucho acerca de las temáticas que me interesan: persuasión, influencia, percepción, comportamiento humano”, enumera. “Leer me resulta muy inspirador”, acota, poniendo de manifiesto cuánto disfruta de su trabajo. “Es que a mí de verdad me gusta mucho lo que hago. Mi hobby principal es mi profesión, es tratar de buscarle aristas novedosas. En un mundo donde la sorpresa está muy acotada, poder generar esa sensación en los demás es muy placentero para mí”, resume.
Ping Pong
¿Un libro de cabecera?La buena magia, de Darwin Ortiz. Es el mejor libro que leí, lejos.
¿Una ciudad para vivir? Barcelona.
¿Un hábito bueno? Tomo mucha agua, más de tres litros por día.
¿Un hábito malo? A veces postergo algunas decisiones.
¿Una cábala? Trato de evitarlas. Sí tengo una cadenita que me regalaron mis dos abuelas, conjuntamente, y que me acompaña a todos lados. Me da seguridad.
¿El mejor regalo que te hicieron? Una bicicleta que me trajeron los Reyes Magos, cuando tenía diez años.
¿Algo en lo que sos bueno? Arreglando cosas de la casa. Yo resuelvo, no llamo a alguien para que lo arregle.
¿Un recuerdo lindo de tu infancia? El día que mi papá me llevó al campamento donde estaban todos los chicos del colegio, cuando tenía siete años. El día anterior, subiéndome al micro, se me había caído un diente y no paraba de sangrar, entonces me había tenido que quedar. Fui al médico y se resolvió ese tema, pero pensé que el micro se había ido para siempre. Al día siguiente, papá me dijo: “Yo te llevo, subite al auto”, y para mí fue un acto heroico.
¿El mejor consejo que recibiste? Mi madre, minutos antes de salir al escenario en el que tuve la suerte de ganar el Campeonato Mundial: “Sé vos mismo”.