
La dolorosa muerte de Kshamenk, la última orca cautiva de América del Sur
Mundo Marino informó ayer el fallecimiento de la orca Kshamenk
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Murió Kshamenk, la última orca que vivía en cautiverio en la Argentina y en toda América del Sur. Kshamenk pasaba sus días en un pequeño estanque de concreto. Vivía ahí hacía 30 años. Su mayor actividad física, era la posibilidad de dar 500 vueltas al estanque. Su aleta dorsal estaba caída, como la de tantas orcas en cautiverio.
En libertad, Kshamenk hubiera tenido la posibilidad de recorrer 200 km por día. Este delfín gigante, vivía fuera del mar desde que tenía cinco años, cuando fue llevado hasta Mundo Marino desde la Bahía de Samborombón. Allí fue entrenado para ofrecer espectáculos al público que acudía en masa al acuario para verlo salir del agua, saludar, salpicar, saltar, y moverse al son de la música. Obedientemente hacía todo lo que le dictaban sus entrenadores. Como premio, obtenía comida (pescados).
Las orcas en cautiverio aprenden con gran facilidad. Es que este mamífero gigante del mar, posee una proverbial inteligencia. La inteligencia que durante años los ha condenado a vivir en el equivalente de un pequeño calabozo para nuestra diversión.
Cada grupo de orcas posee su propio lenguaje. Para dar solo un ejemplo, las del Norte y las del Sur no se comprenden entre ellas. Muchas veces en los acuarios se atacan entre sí, no solo debido al estrés y a la frustración del encierro, sino justamente porque poco tienen en común con un miembro que pertenece a otro grupo de orcas.
Las orcas de la Patagonia son únicas. Desarrollaron un modo de cazar muy elaborado. Saben en la época en que nacen los lobitos de mar y los elefantes, y se acercan a la costa cuando llega la temporada. Pueden vararse de la manera en que lo hacen, porque esta costa posee la particularidad de que es de piedra. De lo contrario, no podrían dar la vuelta para volver al agua y quedarían encalladas en la costa. Desde el mar, y debido a la vibración de las piedras, pueden saber cuándo los lobitos rebeldes y desobedientes se aventuran a jugar entre las olas. Ese es el momento en que ellas aprovechan para atraparlos. Durante el resto del año, en que no hay pequeñas crías de lobos, las orcas pequeñas son entrenadas por la matriarca, atrapando manojos de algas, para cuando al llegar la temporada, puedan proveerse de comida por sus propios medios, dando muestra de un elaboradísimo pensamiento.
Pero, ¿qué es lo que hace que nosotros, los seres humanos, admiradores de estos seres sintientes, que poseen sentimientos y que cumplen un rol en la naturaleza, nos arrogamos el derecho de apoderarnos de su vida, lo único que poseen, condenándolos al mismísimo infierno?
A lo largo de la historia los humanos hemos reconsiderado costumbres, actos, decretos, leyes que hoy, con el paso del tiempo, nos avergüenzan profundamente. Todo parece indicar que con los animales, tarde o temprano, también lo haremos. Pero para cientos y millones de ellos será demasiado tarde. Y quizá para la humanidad también, ya que cada uno de ellos posee un rol específico y fundamental en la Tierra. La visibilidad y conectividad a la que todos estamos expuestos hoy, más el trabajo de organizaciones e individuos dedicados a protegerlos, ha ido mejorando las condiciones de algunos de ellos. Como consecuencia, el conocimiento ha generado mayor empatía especialmente en los jóvenes. Hoy sabemos que los animales sienten dolor, que tienen una vida emotiva y afectiva y que son capaces de proyectarse en el tiempo. Con ese conocimiento aumenta lentamente nuestra posición ética hacia todos ellos.
Durante este año, muchísimos argentinos siguieron con emoción el viaje de las elefantes Pupy y Kenya hacia un Santuario en el que tendrían una vida más afín a la que siempre hubieran de haber tenido, liberándolas del pequeño recinto adonde estuvieron durante años, al igual que Kshamenk dando vueltas en redondo, lastimándose, sometidos a estrés y frustración, con sus colmillos lastimados de desesperación, y llevando una vida completamente opuesta para la que fueron creados con el solo objetivo de “entretenernos”.
La emoción colectiva que produjo la salida de las elefantes, estos gigantes de la tierra, hacia un lugar mejor, demuestra que estamos cambiando como sociedad y que nuestra moral empieza a extenderse también hacia ellos.
Durante todo el día de ayer, la palabra “perdón”, se repitió debajo de cada imagen de este gigante del mar, privado de su libertad: la libertad de poder elegir su rumbo, de expresarse, recorrer sin límites la inmensidad del mar, poder comunicarse en su lenguaje con otros de su misma especie. Perdón Kshamenk.
Mi agradecimiento especial al naturalista y fotógrafo de orcas, Jorge Cazenave.
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