La historia de los atorrantes
Mitos y verdades acerca del origen de un personaje característico de la Buenos Aires de fines del siglo XIX
En 1884 el Prefecto Carlos Mansilla recibió un informe en el que se advertía sobre las molestias que padecían las lavanderas que trabajaban en la ribera, en el sector que hoy ocupan los edificios de Catalinas (de Alem a Madero y de Perón a Reconquista). Parte del documento decía:
“Señor prefecto: debo llamar la atención de usted sobre un hecho que esta oficina no ha podido resolver; y que necesitará indudablemente una intervención superior para poner fin a los hechos que la moral condena, la higiene reprueba y la policía castiga. Se trata señor prefecto de esos vagos que con el nombre de ‘atorrantes’ invaden diariamente el lugar donde las lavanderas ejercen su profesión en la ribera. Estas pobres mujeres son el blanco de una especie de pandilla de vagos que diariamente se van a revolcar donde ellas tienden la ropa produciéndose escenas desagradables y viéndose ellas constantemente expuestas a insultos que suelen pasar a las vías de hecho“.
La solución para terminar con el acoso a las lavanderas fue colocar dos centinelas que las custodiaran e informar al departamento de Higiene para que tratara de disuadir a los atorrantes. Pero lo que nos interesa de este informe es el uso del término atorrantes y su significado.
En el año 1900, el periodista José S. Álvarez, escribió que el primero en usar la palabra “atorrante” en una publicación fue Eduardo Gutiérrez (el autor de Juan Moreira) en el periódico La Patria Argentina, hacia 1880. Gutiérrez tenía a su cargo la sección “Variedades policiales”. Luego del comentario de Álvarez, Miguel Cané escribió una carta de lectores que publicó La Nación, donde aseguró que había escuchado por primera vez esa palabra en 1884, al regresar de un viaje por Europa. Por el documento de la Prefectura vemos que ese año ya se conocía en los despachos oficiales.
Al día siguiente de la carta de Miguel Cané, el lector Luis Leonetti envió su aporte al periódico. Explicó que cuando él había arribado a Buenos Aires en 1882, la palabra ya se oía. Y que la conocía porque era un clásico término napolitano, “para designar la holgazanería, pero que se aplica casi exclusivamente a la tranquila paciencia de los pescadores” en los momentos en que no hay pique.
Tal vez, el atorrante haya sido la versión menos inquieta del vagabundo. Éste, con su estilo errante. Aquel, holgazán y perezoso.
El cuento más conocido acerca del origen de la palabra se relaciona con los caños de agua de Obras Sanitarias y su proveedor, el señor A. Torrent. Según esa interpretación, esta tribu urbana recibió ese nombre porque sus integrantes aprovechaban el interior de los caños –antes de que fueran enterrados– para dormir. Sin embargo, no se conoce la existencia de ningún proveedor de caños de apellido Torrent o similar. Existen numerosas crónicas que sitúan a los atorrantes viviendo en caños, aunque, reiteramos, de Torrent ni noticias.
Sí existió en la ficción un pequeño atorrante que fue ídolo de generaciones de niños. Nada menos que Hijitus, nacido en 1955, en la pluma del inolvidable Manuel García Ferré. En sus primeras apariciones usaba ropa andrajosa, luego fue poniéndose más pulcro, pero todo el tiempo siguió viviendo en un caño. Sin marca.