Los quilmeños vuelven a las fuentes
Jóvenes del partido bonaerense viajaron a Tucumán para conocer a la comunidad que les dio su nombre
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AMAICHA DEL VALLE (Tucumán).- Unos viven en la ciudad, salen de vacaciones y estudian en la universidad. Otros parecen unidos a la naturaleza, viviendo en íntima relación con la serenidad y la belleza de los valles calchaquíes.
Aquellos son de Quilmes, provincia de Buenos Aires. Estos son descendientes de los aborígenes quilmes, cuyos ancestros fueron llevados por la fuerza al Sur, a las cercanías del Río de la Plata.
Hoy están todos reunidos aquí, los 2500 indígenas y un grupo de 40 estudiantes, arqueólogos y representantes de la localidad de Quilmes, que vinieron a Amaicha del Valle por una semana, para ayudar y conocer a quienes, sin quererlo, dieron nombre a su partido.
La belleza de los valles calchaquíes ha sido el hogar de los quilmes desde tiempo inmemorial. El paso arrasador de los españoles y sus descendientes no logró eliminar, con todo, los rasgos característicos de este pueblo tenaz y orgulloso, que vive en íntima relación con la naturaleza.
Tampoco el clima, árido y caluroso, pudo impedir que a través de los siglos se amigaran con la tierra, pues abundan los cultivos de maíz, papa y zapallo. En menor medida crían cabras, ovejas y vacas, cuyas presencias integran el paisaje cotidiano de sus comunidades.
Doble apellido
Las once comunidades de aborígenes que viven en Amaicha del Valle, en el departamento de Tafí del Valle, están integradas por más de 400 familias, pero su origen tribal es difícil de precisar.
"A lo largo del tiempo, se han ido mezclando los diversos pueblos que conformábamos la gran nación de los diaguitas: los quilmes, los amaichas y tantos otros. Por eso, para simplificar, ahora decimos que somos diaguitas-calchaquíes. Somos indios con doble apellido", dijo a La Nación Delfín Gerónimo, a quien todos coinciden en señalar como el vocero de la comunidad.
Gerónimo tiene 41 años y es soltero. Por la zona todos lo conocen. Habla con seguridad y su voz no es distinta del silencioso rumor del valle. De su cuello pende una cadena plateada, que lleva engarzada una punta de flecha de piedra.
Los antiguos indios quilmes vivieron en esta localidad, al pie de las sierras del Cajón, hasta 1667. Entonces, después de 130 años de cruenta lucha, fueron sitiados, derrotados y luego arreados por los conquistadores españoles hasta la provincia de Buenos Aires. Los sobrevivientes fueron ubicados en el centro del actual partido de Quilmes.
Aníbal Mandia, de 17 años y recién salido de un secundario quilmeño, explicó a La Nación : "No venimos a hacer asistencialismo. No queremos apadrinar a los quilmes, queremos hermanarlos. Nosotros aprendemos muchísimo de ellos, nos llevamos de acá mucho más de lo que dejamos".
Los chicos de Buenos Aires están sorprendidos por la clase de gente con que se han encontrado. Walter Sosa, un alumno del colegio nacional de Quilmes, destacó la preocupación de los aborígenes por la naturaleza: "Son personas muy especiales, muy honestas. Mantienen una relación totalmente armónica con el medio ambiente. Tienen todo lo que hemos perdido quienes vivimos en las ciudades".
Contacto
Diariamente, los quilmeños de Buenos Aires visitan las distintas comunidades de los quilmeños de Tucumán y exploran, guiados por algún indígena experto en atajos y secretos, las extraordinarias ruinas de Quilmes y otros vestigios de su antigua civilización. Con lentitud, y a medida que crece la confianza, los aborígenes van revelando a los visitantes costumbres pretéritas, antiguos ritos y cantos típicos.
Y no es nada fácil conversar con los aborígenes, gente de pocas palabras hacia el extraño de ojos claros, que durante siglos se dedicó a explotarlos. Venden cerámicas y tejidos a los turistas, pero deben hacerlo por intermediarios, pues la historia del mal trato no parece terminar: en algunos sitios no les permiten vender por su cuenta.
Entre ellos se manejan con el trueque, sistema de cambio tan viejo como la cultura humana, seguro y eficiente. Los invitados de Buenos Aires llegaron a Amaicha del Valle con 2000 libros, recolectados por dos de ellos durante el año, para donar a las siete escuelas donde estudian los niños aborígenes de la zona.
"Esto es bueno porque es para beneficio de toda la comunidad. A veces, cuando se manda ropa o comida, sin saber si hace falta, se termina creando una mala costumbre: muchos esperan pasivamente las sobras de los otros para obtener lo que necesitan", dijo Gerónimo.
"Todo lo que sirva para educar a nuestros jóvenes es bienvenido -continuó-. Queremos que vayan a la escuela primaria, a la secundaria y también a la universidad. Porque, justamente, de lo que más carecemos es de gente con instrucción. No tenemos abogados, contadores ni escribanos. Entonces, debemos recurrir a personas que desconocen nuestros problemas."
Estos días los universitarios se abocaron a la albañilería. Bajo la supervisión de los quilmes, están haciendo el contrapiso del futuro centro comunitario que proyectan los aborígenes.
La construcción del centro está directamente relacionada con las tareas de recuperación cultural que efectúan los quilmes. "Nuestros jóvenes han perdido su identidad -comentó Gerónimo-. Si alguien les pregunta, ellos dicen: Yo no soy indio".
Pese a todo, la vida cotidiana de los quilmes exhibe claros rastros de su antigua cultura. La música, varias ceremonias vinculadas con sus viejas creencias religiosas, los sistemas de trabajo de la tierra, la alimentación basada en el maíz.
"También mantenemos nuestras artesanías: los tejidos, la cerámica, la cestería, el tallado de madera y de piedra. Hay todavía muchas cosas que nos atan a nuestra raíz. Queremos crecer conservando todo eso, pero sin negar los aportes de la ciencia y la tecnología", dijo el vocero de la comunidad.
Por Javier Lorca
(Enviado especial)
Reclamo
Hay un tema omnipresente en la vida de los quilmes: es el reclamo de sus tierras, arrebatadas por la Corona española en el siglo XVII.
Ellos aducen la existencia de una cédula real, de 1776, que reconoce a los indios quilmes como legítimos propietarios de unas 40.000 hectáreas ubicadas entre las sierras del Cajón, el río Santa María, Fuerte Quemado y Tolombón. En la actualidad, el territorio está en manos privadas.
"Lo que hicieron los conquistadores fue una tremenda injusticia -dijo Gerónimo, sin rencor en los ojos-. Y lo grave es que hoy, con otros métodos, ya sin el arcabuz y la pólvora, se sigue marginando nuestra cultura. Pero sabemos que no se puede volver atrás. Nuestra propuesta es que haya una revisión histórica, sin desquites. Y, a partir de eso, convivir respetando la diversidad."





