Mesas VIP, baile, Covid y “brillitos” de seducción: así es la noche en Villa Gesell
En medio de la tercera ola de Covid, los adolescentes llenan Pueblo Límite; crónica de una salida despreocupada en el complejo bailable más grande de la costa argentina
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“¿Te dio positivo?”, le pregunta un chico a otro. “No, pero tengo todos los síntomas: tos, fiebre, me duele todo”, le contesta. Los dos se ríen. La conversación tiene lugar en uno de los baños del boliche Pueblo Límite, en Villa Gesell.
El tono de la confesión parece reflejar que tener coronavirus y seguir con vida normal es entre los jóvenes como un “trofeo” de rebeldía que se exhibe con orgullo. Tiene el sabor de lo prohibido, como mentirle a los padres para salir. “¿Para el diario? No, a ver si mi papá se entera que estoy acá”, dice Vanesa. Tiene 19 años. “Sabe que salía, pero no acá”, agrega. Y se va.
La tercera ola de coronavirus generó una explosión de casos en los destinos turísticos. Pero adolescentes y jóvenes tienen esa sensación -basada, en parte, en datos reales- de que si están vacunados a lo sumo la van a pasar “dos días mal”.
Es muy difícil controlar el ingreso de personas con síntomas porque la mayoría de ellos, si no todos, están vacunados, por lo tanto no sería suficiente con el pase sanitario que, de todos modos, casi nadie pide (no solo en Gesell, en ningún lado).
Algunos de ellos toman conciencia de que salir con síntomas no solo es poco empático sino que puede provocar problemas en gente con factores de riesgo. “No da salir con síntomas y contagiar a todo el mundo, me parece a mí”, afirma Candela, una de cuatro chicas que llegaron el miércoles desde Villa Constitución, Santa Fe, a Gesell y ahora están en la pista central de la disco. Tienen entre 19 y 20 años.
Pero no todos piensan igual. “Las vacaciones costaron demasiado caras. La verdad no me importa demasiado”, se sincera Nicolás, un joven de 20 años de Mendoza. “Te puedo asegurar que acá el 100% tiene covid”, sentencia.
Todos conocen gente que tiene coronavirus y sale igual. “Nosotras creo que no tenemos ninguna -dice Julieta, también de Mendoza-”, cuenta. “¿Pero sabés de otros que tienen y salen igual?”, pregunta LA NACION. “¡Pero claro! ¿Me estás jodiendo? Todos salen”.
Estos diálogos (y otros) se escuchan en la noche del complejo bailable más grande de la costa bonaerense. Son casi las 2 de la mañana. El contador de capacidad digital que está en la puerta marca que adentro hay 1500 personas.
“¡Vamos, vamos, con el QR en la mano!”, pide uno de los de seguridad en la puerta mientras hace gestos con el brazo derecho. Quiere apurar el ingreso de los chicos antes de que empiece el show central. En la fila solicitan el código de la entrada y el DNI, aunque no siempre.
Chicos y chicas se preparan para el recital de Fer Palacio, el DJ de moda. “Ferpa” causa furor entre ellos. Este muchacho de 31 años “se hizo de abajo”. Pasó de maquinista ferroviario a la fama, a fuerza de creatividad, un crédito y una consola. No hace los temas, los engancha, los mezcla. La música que pasa se conoce como “cachengue”. Llena discotecas y “la rompe” en los afters de la playa. Se vio hace una semana en Pinamar. Se juntaron más de 2.000 personas en la arena a bailar con sus ritmos. Junto a L-Gante, “Ferpa” es de los artistas que más fanatismo causa entre adolescentes y jóvenes en la costa bonaerense.
Para verlo, en Pueblo Límite, los chicos y chicas pagaron desde 2.600 pesos para la general hasta mesas VIP que cuestan entre 40.000 y 60.000 mil pesos (con consumo de alcohol por $15.000 y $25.000) para 10 personas.
A las 3 de la mañana ya hay casi 4.000 personas. Entra Fer Palacio y la multitud estalla. Chicas y chicos intentan llegar a la cabina del DJ. Se empujan y se amontonan. Es como una avalancha con un sólo objetivo: que algún colaborador de Ferpa saque con sus celulares una foto para el recuerdo.
Cuando el DJ se da vuelta hacia donde están y saluda, ellas y ellos gritan y levantan los teléfonos para capturar el momento.
Abajo hay mucho baile. Arriba, en las mesas VIP, hay más charlas. Tobías y Nicolás de Río Cuarto, Córdoba, explican a LA NACION por qué están tomando champagne y no Fernet, que es más tradicional entre los cordobeses. “Poné que acá están los traidores de Córdoba”, ironiza uno de ellos. “Es que no venden botella de Fernet, nos rinde más comprar la de champagne”, cuenta.
Entre baile y seducción pasa la noche. Ahora está de moda que las chicas le pongan a los chicos “brillitos” debajo de los ojos. Cuando eso pasa, significa que a ella “le gustás”. Lo explica Delfina, una joven de 19 años.
Desde La Rioja llegaron Tomás y sus amigos. Explican que fueron en colectivo hasta Córdoba y de Córdoba a Villa Gesell. Se quedarán una semana. Dicen que pagar la mesa VIP es conveniente, económicamente hablamos. “Pusimos 5.000 pesos cada uno y tenemos 25.000 en alcohol”, afirma.
Uno de ellos tose y entonces sale otra vez el tema del momento, el coronavirus. “En el colectivo no nos pedían nada”, dice. Ellos están más tranquilos porque ya tuvieron coronavirus, todos, en fin de año. “Nos ‘covideamos’ todos en una fiesta”, explica otro de los jóvenes. El boliche gesellino tiene una ventaja. Su pista central está al aire libre y lo poco que queda techado está ventilado por el aire cruzado.
Los chicos riojanos explican que les gusta mucho “Ferpa”. Cuentan que vinieron también a ver a L-Gante y a Damas Gratis, y que fue este último grupo el que más les gustó. “L-Gante cantó él solo y se escuchaba mal”, detalla. Y agrega: “Damas Gratis trajo dos cantantes invitados y estuvo muy bueno”. Pero Ferpa les gusta mucho. “La rompe”, aseguran.
El show durará hasta las 6 de la mañana. Entre pasos, baile y besos, los chicos y chicas se divierten en la noche de Villa Gesell.
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