Murió el médico Osvaldo Fustinoni
A los 91 años, y después de dedicar toda su vida a la docencia y al arte de curar, falleció ayer en esta ciudad el doctor Osvaldo Fustinoni, cabal maestro de la medicina.
Se había recibido de médico cuando no existían los antibióticos, y las complejísimas tecnologías de diagnóstico a las que hoy estamos acostumbrados figuraban sólo en las mentes de un puñado de soñadores. Eran tiempos en los que el médico de familia se ocupaba del cuerpo y -¿por qué no?- del alma de sus pacientes, la práctica de la medicina incluía comprensión, solidaridad y conocimiento por partes iguales.
Fustinoni combinó esas virtudes a lo largo de más de siete décadas en las que se dedicó al ejercicio de la medicina y de la cátedra. Fue una figura destacada del panorama nacional, tanto por su profundo amor a la profesión como por su vasta cultura, que lo llevó a interesarse no sólo por los aspectos científicos, sino también por las aristas sociológicas y filosóficas de la práctica médica.
Fue director del Instituto de Semiología Profesor Gregorio Aráoz Alfaro, entre 1956 y 1975, y profesor titular de semiología clínica desde 1957 hasta 1975. En ese mismo año fue nombrado profesor titular emérito de la Universidad de Buenos Aires.
Autor de ocho libros, se desempeñó como decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires entre 1962 y 1966, subsecretario del Ministerio de Acción Social y Salud Pública, presidente de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires (1989-93) y presidente de la Academia Nacional de Medicina (1994-96).
Como miembro titular y fundador, participó en sociedades como la de Endocrinología y Enfermedades de la Nutrición, en la Sociedad Argentina para el Estudio de la Esterilidad, en la Sociedad Argentina de Gerontología y Geriatría, en la de Medicina Interna y en la de Nefrología.
Atrapado por la docencia
Entre la multitud de actividades e intereses que acaparaban su atención, la docencia fue, sin duda, una de las que ocuparon un lugar protagónico. "La docencia es el motivo de mi existencia médica -confesó hace unos años-, y le he dado lo mejor de mí mismo. Fui profesor muy joven, me formé al lado del profesor Padilla, y mis discípulos son legión. Formé unas cuarenta generaciones de médicos y lo he hecho dedicándome con intensidad. En la actualidad soy profesor consulto, profesor emérito, y todavía tengo la misma pasión por enseñar."
Viajó, dio conferencias en las principales capitales del mundo, fue condecorado por Francia y recibió numerosos premios, entre los que brilla la máxima distinción a que pueda aspirar un médico: fue nombrado Maestro de la Medicina.
Como tal, muy pronto intuyó que, junto con los indudables beneficios derivados de los avances en el conocimiento, la medicina estaba abrazando peligrosamente una parcelación que la conducía a deshumanizarse. "Se ha transformado el ejercicio de la profesión en una especie de oficio exclusivo -advirtió-. Hoy la gente se enferma y va a ver a un especialista como quien recurre a un plomero o a un joyero que se dedica a mirar su partecita. Pero para el real beneficio del paciente hace falta el hombre que juzgue todos los elementos y saque de allí el que da el diagnóstico correcto."
Sabiamente, comprendió que, más allá de los aparatos, el acto médico es una conversación singular entre el que sufre y el que lo asiste para aliviar sus males. Por eso seguirán teniendo vigencia sus palabras: "Hay dos cualidades que el médico no puede dejar de tener: esperanza y paciencia. La paciencia es lo único que lo va a llevar a un conocimiento verdadero de su enfermo, la esperanza es lo único que lo ayuda a triunfar sobre la angustia de la muerte".
El pesar por el fallecimiento del doctor Fustinoni se reflejó en el sepelio, realizado en la Recoleta.
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