
Murió una gran pluma: Octavio Paz
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Un manto de sombra y tristeza cubre el mundo de la literatura universal y, en especial, el del pensamiento latinoamericano, tras la muerte del escritor mexicano Octavio Paz, premio Cervantes 1981 y Nobel 1990, ocurrida a los 84 años en la madrugada de ayer, hora argentina, en Ciudad de México.
El mayor poeta azteca falleció cerca de la medianoche del domingo, hora mexicana, a raíz de un cáncer, que lo había recluido en su hogar desde hace meses, y también debido a complicaciones de una antigua afección de flebitis.
Sus restos fueron velados hasta el mediodía de ayer por familiares y amigos íntimos en la sede de la Fundación Octavio Paz. Luego, fueron trasladados al Palacio de Bellas Artes, donde el cortejo fúnebre fue recibido por aplausos de millares de personas apostadas en las inmediaciones del imponente edificio de mármol. El presidente mexicano, Ernesto Zedillo, encabezó el homenaje oficial. "Hemos perdido algo muy nuestro, muy propio, pero un hombre eterno y universal", dijo.
El presidente Carlos Menem envió sus condolencias a la familia del laureado escritor.
Octavio Paz, en el laberinto del adiós
Tenía 84 años y en 1990 había recibido el Premio Nobel de Literatura; condolencias de los EE.UU. y de los reyes de España
El poeta y escritor mexicano Octavio Paz, premio Nobel de Literatura en 1990, falleció en México D.F. a los 84 años, víctima de un cáncer óseo que desde hace un año lo mantenía recluido en su hogar y de las complicaciones de una antigua afección de flebitis.
En el último tiempo, el ánimo del prestigioso escritor todavía padecía el duro golpe sufrido en diciembre de 1996, cuando un incendio devastó su enorme biblioteca, fruto del amor de toda una vida dedicada a la literatura. Su muerte se produjo a las 22.35 del domingo (la madrugada del lunes en la Argentina) y, durante la jornada de ayer, su esposa, la pintora francesa Marie José Tramini (con la que se casó en 1964), sus familiares y amigos más íntimos, velaron sus restos en la sede de la Fundación Octavio Paz, en el barrio capitalino de Coyoacán.
Después del mediodía de ayer, acompañado por un cortejo fúnebre, el féretro fue trasladado al mayor centro de la cultura local, el Palacio de las Bellas Artes, ubicado en el centro de la capital mexicana.
Largas filas de ciudadanos se formaron frente al edificio para brindar un homenaje póstumo al reconocido poeta, después del acto oficial presidido por el presidente mexicano Ernesto Zedillo, que contó con la asistencia de las máximas autoridades del país.
En una emotiva ceremonia, Zedillo, aseguró que su país "ha perdido a su más grande pensador y poeta". Dijo también que el escritor sirvió a México y al mundo con su ejemplo de valor y dignidad en la defensa intransigente de las libertades, con su crítica al poder público y con su firmeza frente a cualquier forma de intolerancia o autoritarismo.
En el acto participaron también el historiador Enrique Krauze, principal colaborador de Paz en la revista Vuelta, que el escritor dirigió desde marzo de 1976 hasta su muerte, y el poeta chileno Gonzalo Rojas, que el 31 de marzo último recibió el Premio Octavio Paz de Poesía y Ensayo.
Rojas, de 80 años, dijo que Paz pertenece a "la dinastía de los poetas que nunca mueren, a la dinastía de Vallejo y Neruda".
Dolor en el mundo
El deceso de Octavio Paz -que en primeras nupcias se había casado con la escritora Elena Garro, con quien tuvo una hija, Helena Paz Garro- produjo honda consternación en el ámbito de la cultura internacional y generó expresiones de pesar a lo largo de todo el mundo. El Departamento de Estado de los Estados Unidos manifestó que ese país recordará a Paz con gran afecto, como a un hombre que ayudó a construir lazos duraderos de entendimiento entre el pueblo mexicano y el norteamericano.
Por su parte, los reyes de España, Juan Carlos y Sofía, que en 1982 entregaron a Paz el Premio Cervantes (concedido un año antes), enviaron un telegrama de condolencia a la viuda del escritor, en el que destacaron su contribución a la gloria de las letras hispanas y al pensamiento y a la cultura del siglo veinte.
"Me siento descendiente de Lope y de Quevedo, como cualquier español... pero no soy español", había dicho Octavio Paz cuando recibió el Premio Nobel. Sus restos fueron cremados en el Panteón Español. Dentro de un año, sus cenizas serán depositadas en la Rotonda de los Hombres Ilustres de México.
La espontaneidad creadora del poeta de la libertad
Hace algunos años, al recibir el Premio Alexis de Tocqueville, Octavio Paz dijo que desde su adolescencia escribía poemas, que continuaba haciéndolo, y que su mayor aspiración había sido ser poeta, sólo poeta. "En mis libros en prosa - agregó- me propuse justificar y defender la poesía, explicarla ante los otros y ante mí mismo. Pronto descubrí que la defensa de la poesía, menospreciada en nuestro siglo, era inseparable de la defensa de la libertad".
A partir de ese descubrimiento, Paz no dejó de interesarse en los principales hechos políticos y sociales de nuestra época y de reflexionar sobre ellos en un sinfín de ensayos, entrevistas, conferencias y notas periodísticas. Pero su pasión crítica no fue en desmedro de sus facultades creadoras.
En Paz se percibe una correspondencia vital entre su poesía y su prosa. Si en la primera suele escucharse el eco de sus reflexiones sobre el tiempo, la identidad o una determinada teoría del lenguaje, no es menos cierto que su prosa alcanza por momentos la musicalidad de sus versos.
Por su condición de mexicano, Paz se identifica con la realidad de América latina, pero su poesía se proyecta a un plano internacional.
Poesía y nacionalidad
"Creo que una tradición poética -escribe Paz- no se define por el concepto político de nacionalidad, sino por la lengua y las relaciones que se tejen entre los estilos y los creadores". Pero toda tradición, desde una perspectiva nacional, conlleva una memoria histórica, y su pérdida, como observa Paz, ha sido devastadora en algunos países de Hispanoamérica. En tal sentido, sus estudios sobre poetas mexicanos contemporáneos (López Velarde, Tablada, Villaurrutia, Pellicer) responden al anhelo por rescatar esa tradición poética a la que él mismo pertenece, y valorizaría a través de una visión moderna de la literatura que no se limita, por cierto, a los poetas de su país.
Para muchos jóvenes escritores, el ensayo de Paz sobre la poesía de Rubén Darío ("El caracol y la sirena"), significó el redescubrimiento del gran poeta nicaragüense, principal exponente del movimiento modernista y precursor de la primera vanguardia en el idioma.
En "El laberinto de la soledad", Paz indaga la compleja idiosincrasia de su país, el mestizaje y el origen precolombino de muchas de sus fiestas populares; se interroga a sí mismo, y aventura la hipótesis de que la historia de México es la del hombre que busca su filiación, su origen, y quiere volver al centro de la vida que ha perdido, no sabe si en la Conquista, o en la Independencia.
Es posible que la generosa y reiterada intervención de Paz como intérprete de su propia poesía haya contribuido a que algunas de sus obras, consideradas difíciles o herméticas, llegaran a difundirse entre el llamado gran público. Me refiero a "Piedra de sol", "Blanco", "Pasado en claro" y "Renga" (este último libro, escrito en cuatro lenguas, registra la experiencia de poesía colectiva de Paz junto a Jacques Roubaud, Edoardo Sanguinetti y Charles Tomlinson).
Para una mejor comprensión de su poema "Blanco", Paz sugiere que sea leído como una sucesión de signos sobre una página única en la que el espacio engendra un texto y lo va disipando como si fuese tiempo.
Jugando con el lenguaje
"Pasado en claro" es un largo monólogo plural donde, a la par de las consabidas preguntas sobre el tiempo histórico, la identidad y la otredad, aparecen algunos recuerdos desolados de la infancia del poeta: Familias,/ criaderos de alacranes: / como a los perros dan con la pitanza/ vidrio molido, nos alimentan con sus odios / y la ambición dudosa de ser alguien./ También me dieron pan y me dieron tiempo, / claros en los recodos de los días,/ remansos para estar solo conmigo (...).
En 1979 se publicaron las poesías completas de Paz en un solo volumen y con el título ascético de "Poemas"; su lectura revela la coherencia de una obra identificada, desde un principio, con una característica de la modernidad que Paz considera esencial: la mirada reflexiva en la creación artística. También muestra la inclinación del poeta por las invenciones y juegos verbales (aliteraciones, sinécdoques y retruécanos ingeniosos).
Pero además de esa felicidad en el empleo lúdico del lenguaje, hay en sus poemas otro aspecto que les otorga emoción y lozanía: el erotismo transgresor metáfora de la sexualidad animal y revelación de un conocimiento trascendente.
Volviendo a las declaraciones de Paz al recibir el Premio Tocqueville, no podemos menos que admirar su apasionada y elocuente justificación de la poesía en su obra de ensayista. Para el gran lírico argentino Enrique Banchs, justificar la poesía es tan innecesario como querer justificar el diamante.
La poesía es el baile del lenguaje, escribió Alfonso Reyes parafraseando a Bolívar cuando en una carta le recomienda al preceptor de su sobrino que le enseñe a bailar, porque "el baile es la poesía del movimiento". La paráfrasis bien podría presidir estas líneas dedicadas a la poesía de Paz.
La enjundia y el fulgor de una pluma y un pensamiento preclaros
El alcance de las preocupaciones intelectuales de Octavio Paz, el insigne escritor mexicano que acaba de morir en la ciudad de México, sobrepasaba las fronteras de su país y del idioma español.
Heredero de aquellos hispanoamericanos -Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí- que ya en el siglo XIX habían asumido con fuerza sobrehumana y en países todavía díscolos, precariamente organizados, un papel representativo y multiplicado, Paz tenía la complexión espiritual de esos maestros, pero, naturalmente, con estilo muy de su época y experiencias que dimanaban del marxismo (del cual abjuró), el surrealismo y las doctrinas orientales.
El más intenso llamado que oyó Octavio Paz fue el de la poesía.
En el tomo de "Poemas" editado por Seix Barral en 1979 se declara poeta tardío y confiesa que todo lo que escribió durante una década, a partir de la "plaquette" inicial de 1933, a los 19 años, fueron borradores de borradores.
"Mi primer libro, mi verdadero primer libro, apareció en 1949". Se refería a "Libertad bajo palabra". Desde entonces no cesó de modificar esos borradores. "Los poemas -dijo- son objetos verbales inacabados e inacabables". Se explica entonces que, en 1989, publicara una nueva selección de poemas, esta vez con el título de "El fuego de cada día".
La de Paz es una poesía intensa y descarnada. El escritor mexicano Juan García Ponce ha visto en ella dos líneas principales y paralelas: la que resulta de la pérdida de la inocencia original, causa de desarraigo en el hombre; y la que enfrenta esa conciencia de la caída con la fe en la facultad de la creación artística. El mundo, fundamentalmente ajeno, se ordena a través del poder de la palabra. Paralelamente al goce y al padecimiento de ese fuego cotidiano, Paz sintió la necesidad de ver el ámbito de la cultura con orden y claridad.
De esta urgencia intelectual nacieron sus ensayos. En ellos nos ha dejado, bien concebida y bellamente expuesta, su versión del mundo que le tocó vivir en los espacios de la poesía, el arte, las ideas, la política.
Interpretación histórica
Tempranamente comenzó a devanar los hilos, cada vez más sutiles, de sus estremecedoras meditaciones sobre México. En 1950 publicó "El laberinto de la soledad", libro de crítica social, política y psicológica;descripción de ciertas actitudes y mitos e intento de interpretación histórica.
Su concepción del caudillismo en América latina, del zapatismo y la propiedad comunal de la tierra, en México; su distinción entre revolución, revuelta y rebelión; su apreciación del arte público de México como arte estatal, rival del soviético, son aportes a la comprensión del pueblo mexicano y la realidad latinoamericana.
"El arco y la lira", libro leído por varias generaciones de poetas, constituye una de las más profundas indagaciones sobre la poesía escritas en nuestro idioma.
Otros libros de ensayos son "Las peras del olmo", "Puertas al campo", "Corriente alterna" (en buena parte recogida en las páginas literarias de La Nación ), "Claude Lévi-Strauss o el nuevo festín de Esopo", "Apariencia desnuda", "Conjunciones y disyunciones", "Los hijos del limo" -notable visión crítica de la poesía occidental desde el romanticismo-, "El ogro filantrópico" y "Los signos en rotación", entre muchos otros, a los que hay que añadir sus traducciones de poetas.
En 1982, el Fondo de Cultura Económica editó "Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe", estudio magistral sobre la vida y la obra de la ilustre poeta. En él, Paz da la medida perfecta de su penetración crítica del conocimiento de la historia y de los textos literarios. El siglo XVIII mexicano se anima en las páginas del autor con la vivacidad propia de un diestro narrador. El libro inspiró un film de la directora argentina María Luisa Bemberg.
Octavio Paz visitó la Argentina por primera vez en 1985, invitado por La Nación , de cuyas páginas literarias era asiduo colaborador.
Participó en la Semana Cultural en la cual intervinieron también Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa y José Bianco.
Había nacido en la ciudad de México el 31 de marzo de 1914. Viajó a España en 1937 y, a su regreso, al año siguiente, se contó entre los fundadores de las revistas Taller y El Hijo Pródigo.
Fue a los Estados Unidos en 1944 y en 1945 viajó a París, donde se sumó al grupo de los surrealistas. En 1952 se incorporó al Servicio Exterior de México y en tal calidad visitó la India y el Japón. A su regreso, en 1953, desplegó gran actividad literaria.
En 1959 volvió a París y en 1962 fue nombrado embajador de México en la India. Seis años permaneció allí, fascinado por la elevada espiritualidad de ese pueblo.
Finalmente, en 1968, renunció a su cargo diplomático, en desacuerdo con la política represiva adoptada por el gobierno respecto del movimiento estudiantil y como protesta contra la matanza en la plaza de Tlatelolco.
Fue director de la revista Plural y, más tarde, de Vuelta, una de las más importantes en Hispanoamérica.
Animo y salud minados
Paz siguió escribiendo y viajando, invitado con frecuencia para dar conferencias, intervenir en congresos o recoger distinciones de magnitud, entre ellos el Premio Cervantes, en 1981, y el Premio Nobel de Literatura, en 1990.
En diciembre de 1996, un cortocircuito producido en su departamento del Paseo de la Reforma, en la ciudad de México, desató un incendio que destruyó libros -entre ellos, algunos incunables- valiosos cuadros y objetos queridos.
El estupor y el desánimo provocados por el siniestro avivaron padecimientos cardíacos y un tumor, y minaron cruelmente su organismo.
Qué áspera prueba para el apasionado lector y para el autor que a lo largo de su vida y de sus viajes había reunido una copiosa biblioteca y atesorado volúmenes dedicados por celebridades literarias de todo el mundo, amigos y admiradores de su gran talento. En los últimos meses, sobreponiéndose a tantos males, trabajaba en la preparación del último tomo de sus obras completas.
Por la trascendencia de su poesía, por la enjundia y el fulgor de su pensamiento, por la transparencia de su prosa de ensayista, por la entereza de su conducta intelectual, independiente y crítica, y por su fe democrática, Octavio Paz permanecerá como uno de los grandes maestros de América.
El hombre que volvió de Marx
Octavio Paz siempre se hizo tiempo para la política. Y no es que no supiera cómo ocupar sus días, pues el ansia de sabiduría que concibió desde muy joven lo estimuló a estudiar y escribir sin cesar sobre literatura, historia, religión, antropología, artes plásticas.
Si jamás olvidó la política fue por apreciarla en su justo término, como una llave maestra capaz de abrir las puertas a la libertad y dar paso al desarrollo de los valores humanos. Paz fue tanteando, explorando, aprendiendo y criticando los diversos sistemas y doctrinas que desplegó el siglo XX.
Así, se encandiló con el socialismo y, más tarde, simpatizó con el régimen estatista del Partido Revolucionario Institucional (PRI), de México, aunque ambos sistemas acabaron por desencantarlo.
El marxismo lo había cautivado temprano, como a tantos jóvenes intelectuales que suspiraban por un mundo más justo, más digno y generoso. Corrían los años treinta y aún no se conocían los desbordes totalitarios del comunismo soviético. Además, el terror del momento era Adolf Hitler.
"Hicimos bien en oponernos. Además, había la gran esperanza encendida por la Revolución de Octubre en Rusia -diría años más tarde-. Ahora sabemos que ese resplandor, que a nosotros nos parecía el de la aurora, era el de una pira sangrienta."
Apagado el resplandor, Paz denunció cada vez que pudo a la burocracia que engendró la Unión Soviética y que luego se desparramó, con variantes, a Europa del Este y a otras regiones del globo.
Si bien se desencantó profundamente con la versión stalinista del socialismo, Paz supo rastrear el valor de una idea que, en su verdadera dimensión, "es inseparable de las libertades individuales, del pluralismo democrático y del respeto a las minorías y a los disidentes".
Espíritu crítico
El fascismo nunca lo sedujo; el comunismo lo engaño por un instante, pero el constante ejercicio de la crítica lo ayudó a desprenderse de los espejismos ideológicos.
"Nuestra civilización se ha fundado precisamente sobre la noción de crítica (...). Sin crítica, es decir, sin rigor y sin experimentación, no hay ciencia; sin ella tampoco hay arte ni literatura. Incluso diría que sin ella no hay sociedad sana", dijo en un discurso de finales de la década del sesenta.
Por aquellos años Paz se había vuelto más crítico que nunca con el PRI que gobernaba y aún gobierna su país. Durante años había sido parte del régimen gobernante, en calidad de diplomático.
La burocracia dominaba todas las actividades del país, desde las cooperativas agrícolas hasta las industrias. No se vislumbraba nada parecido a la alternancia en el poder, a la rotación del gobierno propia de los regímenes democráticos.
Allí acabó la militancia de Paz, que resolvió dedicar toda su atención a la creación y a la palabra.
"El gran tema del pasado inmediato fue la crítica de los poderes enemigos de la libertad -escribió en 1990 para La Nación -; el del tiempo que viene es el de su invención: ¿cómo los pueblos, sobre todo los de Europa del Este y de la América latina, podrán edificar la casa de la nueva democracia?
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