Pilar: la “escuela” sin pupitres que impulsa a chicos sin oportunidades y superó a colegios privados en una prueba
La Fundación Cartoneros y sus Chicos abarca a casi 300 niños con su modelo educativo alternativo basado en el vínculo, la flexibilidad y la contención
10 minutos de lectura'
En la localidad de Maquinista Francisco Savio, partido de Pilar, las realidades sociales son ásperas, marcadas por la precariedad, la desocupación y las oportunidades que escasean. En ese escenario, la Fundación Cartoneros y sus Chicos consiguió lo impensado: devolverles a los niños la posibilidad de soñar. No solo les ofreció nuevas herramientas de aprendizaje y alternativas de futuro, sino que incluso logró superar a colegios privados en evaluaciones nacionales.
La historia de la fundación comenzó en 2001, en plena crisis económica. Conmovida por la situación que atravesaba la Argentina, la empresaria suiza Renata Jacobs decidió acompañar a los cartoneros a través de una iniciativa educativa. Así nació la fundación.
En 2010, en alianza con la cooperativa de recicladores urbanos Las Madreselvas –que trabaja en barrios como Núñez, Saavedra y Villa Urquiza–, se lanzó el programa “Mejor Educación, Mejor Vida”.
Casi una década después, en 2018, la Municipalidad de Pilar entregó en comodato el futuro terreno de la fundación y un año más tarde se construyó el edificio. En 2023, se construyó un segundo piso, que fue inaugurado en 2024 y duplicó la capacidad del espacio y la cantidad de niños.
Actualmente, la fundación recibe a 285 alumnos y tiene más de 60 chicos en lista de espera. Aunque mantiene la alianza con la cooperativa Las Madreselvas, que financia los sueldos del personal de cocina y las compras mensuales, la realidad ya no es la misma que en sus inicios: el 80% de los niños provienen del barrio y apenas un 20% son hijos de cartoneros.
El contexto de esos chicos es complejo. “Muchos padres son desempleados, hacen changas, son situaciones familiares muy complicadas. Para ellos, la fundación se convierte en refugio y sostén”, explicó Valeria Schildknecht, la directora ejecutiva, a LA NACION.
Este espacio no es una escuela en el sentido tradicional. No hay pupitres en fila ni boletines con aplazos. Los chicos asisten en contraturno de la escuela formal, ya sea por la mañana o por la tarde, en jornadas que simulan horarios escolares: de 8.30 a 12 o de 13 a 16.30.
Al llegar, reciben siempre un desayuno o una merienda saludable. Antes de comer, se lavan las manos y luego se cepillan los dientes. Se impulsa la reducción del azúcar en las bebidas y se insiste en el consumo de agua. Al promover pequeños hábitos repetidos día tras día, buscan modificar rutinas familiares más arraigadas.
Fernando Cañete es educador en la fundación desde 2019 y explicó: “Esto no es educación tradicional. Es educación popular y te exige poner el cuerpo. No sos solo un docente. Sos un adulto disponible”. Para que un chico pueda entrar en la fundación, debe estar escolarizado y sus padres –o algún adulto responsable– tienen que haber participado previamente de una reunión en la fundación.
Al ingresar, cada niño es evaluado para conocer su nivel real, más allá de la edad o el grado escolar. Esa es la base de una trayectoria flexible. "En la escuela tradicional, el que no entiende queda atrás. Acá no, acá tenemos todo el tiempo del mundo”, señaló Cañete.
La flexibilidad es un principio central en la fundación. “Hay días que un chico llega angustiado, y si no sacás eso de adentro, no hay clase posible. Entonces frenamos, charlamos y, después sí, vemos los contenidos”, contó el educador.
El acompañamiento educativo se organiza en seis ciclos, desde primer grado de primaria hasta tercer año de secundaria. Los grupos son heterogéneos, con edades mixtas, lo que estimula el aprendizaje colaborativo. No trabajan con una currícula rígida. A comienzos de cada año, el equipo docente se reúne, evalúa lo que faltó en cada grupo y planifica en función de esos vacíos. “La idea es que haya armonía, calidad y calidez, un lugar donde puedan sentirse libres, sin bullying, con confianza para equivocarse y aprender del error”, relató Cañete.
Para quienes no saben leer ni escribir, existe el programa ABC, sostenido por una red de voluntarios. Empleados de empresas como JP Morgan, Danone, Winclap, NBC universal y CCCU se conectan dos veces por semana con un niño asignado.
No son educadores, pero cumplen un rol decisivo: acompañan, escuchan y están presentes para los niños. “Lo que genera eso, que los chicos vean que una persona se conecta dos veces por semana, todas las semanas, a tal hora, cumple, le pregunta cómo le fue el fin de semana, se acuerda de su cumpleaños, está atrás de ese chico, genera un vínculo”, dijo Schildknecht.
El programa es intensivo: la mayoría de los chicos avanza a un ciclo superior en apenas seis meses. Juliana, de 8 años, llegó hace dos años en la fundación, no sabía leer ni escribir. “Aprendí a leer y a multiplicar aquí”, explicó la niña.
El esfuerzo se refleja en los resultados. El impacto de este modelo educativo se hizo evidente cuando comenzaron a llegar las evaluaciones externas. Las pruebas META (Medición y Evaluación para la Transformación de los Aprendizajes), desarrolladas por la Universidad Austral, se toman dos veces al año –en abril y octubre– en alumnos de tercer y sexto grado de primaria, en matemática y prácticas del lenguaje.
En abril de 2024, cuando la fundación participó por primera vez del programa, los resultados fueron desalentadores: sus alumnos quedaron en el último lugar. Lejos de desanimarse, el equipo docente utilizó el informe detallado para reorganizar toda la planificación pedagógica.
El trabajo dio frutos: en octubre de ese mismo año, los estudiantes de tercer grado pasaron en matemática del último puesto al 33 de 36 instituciones. Para los docentes, fue como “haber ganado el Mundial”. Y en la última edición, realizada en abril último, el 26,7% de los alumnos de tercer grado estuvo por encima del promedio nacional en matemática.
META entrega a cada institución un informe pormenorizado que permite medir progresos. Los resultados se traducen en un “semáforo”: rojo, naranja, amarillo y verde, según el nivel de desempeño. “El 27% de nuestros chicos de tercer grado estaban en verde. O sea, por encima del promedio”, confirmó la directora ejecutiva.
En tercer grado, ningún alumno de la fundación quedó en el nivel rojo –el más bajo– en prácticas del lenguaje ni en matemática. En sexto grado también hubo avances, sobre todo en prácticas del lenguaje, aunque persisten desafíos importantes. “El resultado es lindo, sí. Pero lo que nos importa es el proceso: que los chicos se sientan capaces, que digan ‘yo puedo’. Ese es el combustible para seguir”, expresó Schildknecht.
“Cuando ajustás más personalmente, das mejores resultados. Y eso es contrario a lo que el sistema educativo propone: todo para todos y todos tienen que aprender lo mismo. Claramente, las necesidades son distintas y cada uno tiene un ritmo de aprendizaje distinto”, resumió Cañete.
Esa edición reunió a 6340 estudiantes de 44 instituciones educativas en nueve provincias, con fuerte presencia de colegios privados bilingües de doble jornada ubicados en la zona norte del conurbano bonaerense. Algunos de estos tuvieron peores resultados que los alumnos de la fundación.
Detrás de cada buena nota hay tardes de acompañamiento individual, cenas compartidas, padres que reciben audios de WhatsApp explicando qué se trabajará ese mes. El compromiso del equipo es inquebrantable. “A diferencia de otras propuestas educativas, somos muy detallistas en el proceso de aprendizaje de cada uno. En cómo acompañar, en qué técnicas usar, en la planificación que aplicamos”, describió el docente.
La fundación ofrece un taller de emociones todos los miércoles, impulsado por la complejidad de muchas situaciones familiares: violencia, abusos, problemas de sueño agravados por el uso excesivo del celular. Allí se brindan sesiones grupales y acompañamiento individual en los casos más críticos. Es un espacio donde los chicos pueden hablar de lo que sienten sin miedo a ser juzgados.
“Yo jugaba un juego de armas. Cuando me mataban, rompía cosas, mi hermano me retaba. Vicky me ayudó, y ahora juego a otras cosas. Ya no me enojo tanto”, contó Liam, de 11 años. “Vicky” es Victoria Gonzales Chaves, la psicóloga que lidera los talleres de emociones. “Me ayudó a liberarme de todo lo que uno a veces se guarda. Ahora me siento más ligero”, agregó el niño.
La fundación abre otras puertas: la de la música. Una vez por semana, los niños pueden aprender a tocar instrumentos. Como fue el caso de Salomón, de 11 años: “Aprendí la viola desde que ingresé, me gusta, es un instrumento que disfruto tocar. Además, es divertido compartir con mis compañeros”, detalló el alumno.
También se puede participar del taller de educación física, en el aledaño club San Cayetano, en el que los estereotipos se disuelven. Chicas y chicos de distintas edades juegan juntos. “Jugamos a la pelota, a veces a la mancha o al tenis con los profes. Jugamos todos juntos”, confió Juliana, de 8 años.
Los sábados está reservado el espacio para los adolescentes mayores de 15 años. El programa se centra en el “proyecto de vida”: becas, continuidad educativa, oportunidades laborales. Actualmente, la fundación evalúa cómo fortalecer esa propuesta para que no se limite a un único encuentro semanal, sino que ofrezca un acompañamiento constante durante la semana.
Cada año, además, la fundación impulsa un proyecto institucional que atraviesa todos los ciclos. El de este año se llama “Huella Verde”, un eje temático que promueve el reciclaje, el compostaje, la huerta y la reutilización de materiales. Todo culmina en una muestra de fin de año y se trabaja de manera lúdica: con botellas y cartones se enseña, por ejemplo, matemática. El impacto es palpable. “Antes tiraba todo a la basura y ahora reciclo en mi casa, y también se lo enseño a mi familia”, apuntó Liam.
El año pasado, la Fundación Cartoneros y sus Chicos participó del concurso de escritura Alumnitos. Fue la primera organización social en hacerlo y obtuvo una mención. “Este año volvimos y los chicos estaban más motivados que nunca”, recordó Cañete.
Para sostener su funcionamiento, la fundación depende de empleados, voluntarios y también de donaciones. Productores del barrio acercan alimentos, mientras que marcas reconocidas como Danone aportan alimentos todos los meses, CCU donó útiles escolares y bebidas y J.P. Morgan donó computadoras. Empresas como Havanna, Cabrales, Max Capital y MSU aportaron fondos para la construcción del segundo piso y apadrinan un aula.
Parte del financiamiento también llega a través de subastas de camisetas firmadas por jugadores de clubes como Boca, River o la propia selección nacional. “Nos daban remeras firmadas para subastar y con eso ingresar dinero”, señaló la directora.
Una de las remeras que no fue vendida y está en la entrada del edificio es una camiseta de la Selección Argentina. “Es de Enzo Fernández, cuando volvió del Mundial después de haber salido campeón. Una vecina de Enzo era parte del consejo de la fundación y se la hizo firmar y nos dio la remera”, contó Schildknecht.
El futuro, dicen, está en los chicos que terminan la secundaria. Allí se juega hoy el desafío más grande. La fundación está repensando el programa junto con las coordinadoras y con los propios adolescente mayores de 15 años. Analizan casos de éxito y revisan experiencias para mejorar la propuesta. “El gran desafío es acompañar a quienes egresan, no soltarlos cuando terminan el secundario. Aunque hoy son pocos, no queremos desaprovecharlos y buscamos apoyarlos en lo que elijan hacer”, afirmó la directora.
La meta es clara: sostener los buenos resultados y ampliarlos, para que cada niño tenga un futuro posible. “No estamos transformando el mundo, pero estamos transformando el mundo de muchas personas, de muchos chicos”, concluyó Cañete.
1Día del Médico en la Argentina: por qué se celebra hoy y las mejores frases para enviar en la jornada
- 2
Qué implica “dormir bien” y por qué a algunas personas les cuesta lograr un sueño reparador
3Del sueño europeo a la incertidumbre: la familia argentina que quedó atrapada por un cambio de las leyes migratorias
4Nuevo estudio: advierten sobre una práctica muy peligrosa para la salud que cada vez es más usada con intereses comerciales





