
Préstamos de US$30.000: las medidas que los estados europeos impulsan para incentivar un nuevo “baby boom”
Especialistas analizan las iniciativas frente a una población cada vez más envejecida
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BUDAPEST.- Tras años de tener cada vez menos hijos, hoy los europeos están al borde de una gran contracción poblacional: la Unión Europea (UE) prevé que el próximo año su población alcanzará un pico, para luego caer sostenidamente por primea vez desde el siglo XIV, cuando el continente fue arrasado por la Peste Negra.
Esa trayectoria poblacional hizo sonar la alarma ante la posibilidad de que la disminución de la fuerza laboral conduzca a la inviabilidad económica de la sociedad europea. Por eso los gobiernos de todos los partidos políticos se desvelan para ver si con una combinación de beneficios, incentivos e ideología logran desencadenar un nuevo “baby boom”.
Los países escandinavos crearon comisiones que deberán recomendar nuevas estrategias, mientras hacen autocrítica y se preguntan por qué su reconocido Estado de bienestar no logró evitar el desplome de la tasa de natalidad. En Francia, tras una caída del 18% de la tasa de natalidad en apenas una década, el presidente Emmanuel Macron habló de la necesidad de “rearmarse demográficamente”. Y algunos países gobernados por líderes nacionalistas están ofreciendo generosos incentivos financieros para los futuros padres, mientras ensalzan las virtudes de la familia tradicional.
Italia ofrece bonificaciones a las mujeres con dos o más hijos que trabajan. El año pasado Polonia aumentó el bono familiar a 220 dólares por cada hijo al mes, y en octubre su presidente aprobó una importante exención impositiva para los padres de dos o más hijos.

Tal vez ese tipo de incentivos económicos también resulten atractivos en la otra orilla del Atlántico, donde el vicepresidente norteamericano J.D. Vance y otros políticos de Estados Unidos lamentan del mismo modo esa trayectoria demográfica y en las encuestas los norteamericanos aseguran que la principal desmotivación para tener más hijos es lo que cuesta criarlos. El gobierno de Trump ya ha implementado algunas políticas iniciales, incluyendo la que les depositará 1000 dólares a los recién nacidos en una cuenta a la que podrán acceder al cumplir los 18 años.
Pero la lección que nos deja Europa hasta el momento es que hasta los enormes programas estatales solo producen cambios ínfimos. De hecho, hasta los mayores éxitos solo han desacelerado la caída de la población, sin lograr revertirla.
El caso de Hungría
Ningún país encarna mejor ese anhelo y esas limitaciones que Hungría, donde los años de expansión de políticas públicas desembocaron en un sistema de prestaciones sociales de una generosidad casi escandinava. Actualmente, el país gasta el 5% de su PBI en políticas familiares, un porcentaje mayor que el que Estados Unidos destina a defensa.
Hungría ofrece licencia por maternidad y paternidad, tasas hipotecarias reducidas a parejas casadas que planean formar un hogar, y préstamos de hasta 30.000 dólares a los padres, que no hay obligación de devolver si tienen tres o más hijos.
El 1° de octubre, todas las mujeres húngaras con tres hijos o más obtuvieron una exención de por vida del impuesto sobre la renta personal, y a partir del próximo año, todas las madres menores de 40 años con dos hijos también estarán exentas.
“Para la supervivencia a largo plazo de un país, vale la pena”, dijo el ministro de Cultura de Hungría, Balazs Hanko, padre de cuatro hijos.
Sin embargo, las decisiones sobre la maternidad son profundamente personales, a veces fuera del alcance de las políticas públicas. También pueden estar vinculadas a problemas estructurales y sistémicos: el alto costo de la vivienda, por ejemplo, o la inflación. Y la caída de la tasa de natalidad también es reflejo de muchos progresos que pocas sociedades querrían revertir, incluyendo la amplia disponibilidad de métodos anticonceptivos, la reducción de las tasas de embarazo adolescente y el avance de la educación y la carrera profesional de las mujeres.
Las tasas de natalidad están cayendo en tantos lugares distintos que suele ser considerada una consecuencia misma de la modernidad, donde la paternidad se convierte en algo para personas de entre 30 y 35 años con vivienda y trabajo estable.
¿Por qué cae la tasa de natalidad?
Hasta la década de 1960, la mayor parte de Europa mantenía tasas de fertilidad superiores a 2,1 nacimientos por mujer, el nivel necesario para mantener una población constante. Luego comenzó la caída, aunque de forma desigual: los países escandinavos mantuvieron una tasa relativamente más alta hasta principios de la década de 2010, mientras que otras naciones, especialmente de Europa del Este y el Mediterráneo, se desplomaron antes y más pronunciadamente. Pero ahora, prácticamente todos han llegado al mismo punto: solo 5 de los 27 países de la UE tienen tasas de natalidad superiores a 1,5, y ninguno supera 1,9. Hoy, la tasa de natalidad de la UE se sitúa en un mínimo histórico de 1,38 nacimientos por mujer.

Y los que sí quieren tener hijos, los tienen a mayor edad que nunca antes.
“Creo que los jóvenes actuales están atravesando una especie de crisis existencial”, dice Andras Barany, de 28 años, un estudiante universitario en Budapest.
En un descanso para fumar entre clases, Andras dice que sí quiere tener hijos, pero con el tiempo… Y de todos modos la conversación rápidamente deriva hacia sus dudas sobre el futuro, la crisis mundial y las amenazas que plantea la tecnología. Además, primero tendría que conseguir pareja, y un trabajo…
“Así que no tengo mucha esperanza de que las políticas públicas puedan ayudar en este tema”, dice Andras. “Me parece que es mucho más complejo”.
En la decisión influyen tanto las limitaciones reales como el cambio de percepción social. El precio de la vivienda y el costo de vida se dispararon en muchos países, y a eso se suma un crecimiento de la educación y las perspectivas laborales de las mujeres, que hacen que los hijos hayan pasado a representar un mayor “costo de oportunidad”, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Anna Rotkirch, una de las investigadoras a las que el gobierno de Finlandia le encargó que proponga medidas para fomentar la natalidad, dice que en la vida de los jóvenes convergen múltiples fuerzas a la vez, que influyen en sus decisiones de retrasar o renunciar a la paternidad.
Las redes sociales idealizan una vida de viajes e individualismo, y las aplicaciones de citas generan la ilusión de que las opciones son infinitas, complicando la posibilidad de encontrar pareja y establecerse. Y también hay toda una generación de jóvenes que se criaron en familias chicas y que no entienden del todo lo que significa estar cerca de un bebé: no solo el trabajo que implica, sino también las satisfacciones que regala.
En base a encuestas oficiales, Rotkirch señala que en Finlandia el número de jóvenes que dicen no querer tener hijos se triplicó a principios de la década de 2010 y desde entonces se mantiene alto.
“Cada vez estoy más convencida de lo siguiente: que la gente sin hijos ve la crianza como un sacrificio peor y mayor del que realmente es”, apunta Rotkirch. “Las mujeres creen que la maternidad las avejenta, los hombres que tendrán que sacrificar todo, y que se acabó la diversión.”
¿Qué pueden hacer las sociedades?
Para empezar, ¿acaso el tema de la despoblación es algo de lo que siquiera debería ocuparse el Estado? Es un tema muy divisivo.
Algunos abogan por aceptar el declive, que avanzará gradualmente y podría hacer que las sociedades sean más sustentables desde el punto de vista ambiental. Dicen que es una exageración que personas como Elon Musk digan que la mayor amenaza para la humanidad es “el colapso poblacional”. Incluso en el escenario de natalidad más bajo, para el año 2100 la UE seguirá teniendo casi 350 millones de personas: una disminución de 100 millones, pero no un continente fantasma.
Tomas Sobotka, subdirector del Instituto de Demografía de Viena, colaboró recientemente en la realización de un modelo de simulación que prevé cuándo la humanidad alcanzaría su umbral poblacional de riesgo crítico, si las tasas de fertilidad se mantienen según lo proyectado.
La respuesta: el año 3484.
“Creo que nuestra civilización enfrenta amenazas mucho más inmediatas”, señala Sobotka.
Pero el tema de la población en general puede estar enmascarando los cambios estructurales que se están produciendo. Los países del mundo desarrollado edificaron sistemas previsionales y de atención médica que dependen de que el número de personas en edad de trabajar supere con creces al de los jubilados, y así ha sido a lo largo de los últimos siglos.
Hace treinta años, en toda Europa Occidental había cuatro adultos menores de 65 años por cada persona mayor de esa edad. Actualmente, la proporción es de aproximadamente 3 a 1, y para 2050, estará por debajo de 2 a 1.
Y para 2100, según las proyecciones de las Naciones Unidas, Europa Occidental tendrá más personas de 85 años que de 5 años de edad. La consultora McKinsey & Company dice que esta escasez de jóvenes arrastrará a las sociedades hacia “aguas desconocidas” y menor crecimiento económico, ya que las generaciones más jóvenes deberán asumir el enorme costo de la jubilación de sus mayores.
La solución que suele presentarse para los países con descenso poblacional es la inmigración, pero en las próximas décadas ya no será tan fácil, porque las tasas de natalidad han caído por debajo del nivel de reemplazo en todas las regiones del mundo, salvo en el África Subsahariana.
En China, la tasa de natalidad no se recuperó ni siquiera después de que el Partido Comunista abandonara su política de hijo único, en 2016.
Y la India, el país más poblado del mundo, también está experimentando fuertes descensos. En Nueva Delhi, la capital, la tasa de natalidad es similar a la del sur de Europa, una de las más bajas del mundo.
“Hasta la India va a necesitar inmigrantes dentro de poco”, apunta Stephen Shaw, documentalista cuyo trabajo sobre el descenso poblacional ha sido citado por Elon Musk. “Pero es como ponerse una curita”.
Discursos
Los demógrafos lamentan que el debate sobre estos datos se haya arraigado en las batallas culturales de Occidente, en parte debido a Musk. Los conservadores han organizado grandes “conferencias demográficas” que atraen a podcasters de extrema derecha y donde abundan los discursos sobre la cultura occidental y los males del progresismo, al que la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, describió como “hostil a la familia”.
Hungría es un ejemplo emblemático de ese discurso: el veterano primer ministro Viktor Orban enmarca ese movimiento como una lucha indirecta contra “el virus woke”. Algunos de sus medidas por impulsar la tasa de natalidad coincidieron con la prohibición del contenido LGBTQ+ en las escuelas y en el horarios prime time de la televisión. Las parejas del mismo sexo están básicamente excluidas de los incentivos de Hungría para fomentar la natalidad.
Orban ha sido ampliamente criticado por otros países de la UE que afirman que ha transformado a Hungría en una autocracia electoral y ha socavado los derechos civiles más básicos. Pero Rotkirch, la investigadora finlandesa, dice que si bien discrepa con la política de Orban, Hungría está implementando programas que apuntan a los verdaderos obstáculos financieros para formar una familia.
“No condenaría esas políticas”, dice la investigadora. “Las estudiaría, y analizaría sus resultados”.
Resultados
Durante un tiempo, las políticas húngaras parecían un claro triunfo. Orban comenzó a introducir incentivos hace unos 15 años, justo después de que por primera vez en décadas la población de Hungría descendiera por debajo de los 10 millones de habitantes. Su tasa de natalidad de 1,25 estaba entre las más bajas de Europa. Durante la década siguiente, la natalidad se desplomó a nivel mundial, incluso más rápido de lo previsto por los demógrafos. Pero Hungría desafió la tendencia: para 2015, su tasa de natalidad había ascendido a 1,45, y en 2021 se ubicaba en 1,61.
Pero después la tendencia se revirtió, hasta llegar a 1,39 en 2024, casi exactamente la media de la UE.
Esa caída, sumada a la incertidumbre sobre sus causas y su futuro, dejó al programa húngaro en terreno controvertido. Algunos expertos especulan que los incentivos simplemente animaron a las personas que ya deseaban tener hijos a tenerlos antes, hace poco un comentarista afirmó sin medias tintas que el programa había “fracasado”. Eva Fodor, socióloga húngara de la Universidad Centroeuropea, califica ese gasto de “electoralmente efectivo” para Orban, pero “obsceno” dados sus mínimos resultados.
“No parece estar incentivando a la gente”, dice Fodor.
Sin embargo, el gobierno húngaro ha enmarcado su programa dentro de una estrategia de políticas públicas a largo plazo, que en los últimos 15 años han coincidido con un aumento de las tasas de matrimonio y una disminución de la pobreza infantil, al mismo tiempo que un aumento sustancial de la tasa de empleo femenino.
Hanko, el ministro de Cultura, dice que Hungría probablemente no alcanzará el objetivo que se propuso de alcanzar el nivel de reemplazo para el año 2030. Pero cualquier diferencia, incluso de unas pocas décimas, es fundamental. Las autoridades húngaras afirman que el país ya tiene 200.000 hijos más de los que tendría si las tasas de natalidad fuesen las de 2010. En un país del tamaño de Hungría, entre una tasa de natalidad de 1,6 y una de 1,3 sostenidas durante más de un siglo, la cantidad de población en más de 1,5 millones de personas.
“Lo que sería excelente es que en los próximos años pudiéramos aumentar la tasa de natalidad en un 0,2 o un 0,3 puntos”, apunta Hanko.
Los estudios académicos presentan un panorama dispar sobre la eficacia de las políticas públicas para impulsar un baby boom. Los efectos de los pagos directos por nacimiento suelen ser efímeros. Según un estudio, en Corea del Sur, que tiene una de las tasas de natalidad más bajas del mundo, los pagos por nacimiento terminaron mayoritariamente en manos de personas que ya tenían planeado tener un hijo. Otros estudios sugieren que las tasas pueden aumentarse, pero con programas sostenidos en el tiempo y que aborden los diversos aspectos sociales, como el cuidado infantil y la licencia por maternidad o paternidad.
La campaña de Hungría es sin duda extensa: ante la consulta para este artículo, el ministerio presidido por Hanko le preparó a The Washington Post un documento de 16 páginas con gráficos y una descripción de las medidas adoptadas.
Sin embargo, las entrevistas con jóvenes de entre 20 y 30 años de Budapest sugieren que estas políticas siguen sin resolver varias de las mayores inquietudes sobre la crianza de los hijos.
Muchos húngaros hablan de una dinámica “de sábana corta”: el gobierno se centró en incentivar la natalidad en desmedro de los sistemas públicos que hacen viable la vida familiar, y mencionan la mala calidad de la educación pública, las costosas alternativas privadas y un sistema de salud pública en ruinas, en el que pocos padres confían si su hijo se enferma. También señalan que los incentivos para ayudar a los padres jóvenes a comprar una vivienda impulsó el mercado inmobiliario de Budapest y las propiedades subieron.
“Valoro que quieran ayudar a los padres”, dice Hanna Keresztes, una estudiante universitaria de 24 años que algún día espera tener hijos. “Pero al mismo tiempo creo que deberían mejorar otros aspectos. No basta con la ayuda parental”.
“Realmente te motivan a tener hijos, hasta el momento en que efectivamente los tenés…”, dice Barbara Gyorke, de 31 años. “Porque después, si en la vida te sale algo mal, el sistema no es lo suficientemente fuerte como para apoyarte”.
La mayoría de los padres entrevistados dicen que el dinero los ayudó, especialmente los préstamos de 30.000 dólares que para familias con más de tres hijos son directamente un regalo. Una madre comenta que uso ese préstamo para comprar una casa en el campo. Y Adam Petrezselyem comenta que la suma lo ayudó a compensar los gastos en las mejoras de su casa para acomodar a sus hijos.
Pero a continuación, Adan suspira con resignación: los costos de la crianza, dice, superan con creces cualquier incentivo.
“Tener tres hijos es difícil en cualquier país del mundo”, apunta.
Es martes por la mañana y Adam no está en su trabajo: está en la plaza. Sus gemelos de 5 años no fueron a la escuela porque están enfermos, pero igual corretean entre los arbustos. Y el bebé llora en su cochecito, cubierto de migas de galletita.
Adam ya hizo su parte para contribuir con la supervivencia de Hungría, pero advierte que enfocarse en la natalidad es solo una solución superficial, porque ahora Hungría tenía otro desafío: convertirse en un país donde sus hijos quieran quedarse.
(Traducción de Jaime Arrambide)






