El drama de las muertes constantes en la ruta 22: un accidente por día y obras pendientes hace más de una década
CIPOLETTI.- Están casados, tienen una empresa de transporte en General Roca y manejan a diario por la ruta nacional 22. Cuando se cruzan se hacen señas de luces o se alertan por cortes y nuevos pozos. Conocen de memoria cada bache, obra inconclusa, puente cerrado y desvío del viejo trayecto entre árboles frutales. Son conscientes de las malas maniobras y de la cantidad de camiones. Cada tanto escuchan sobre la muerte de un conocido y se lamentan. Aquel mediodía, María Sarden, al volante en el tramo del Alto Valle, se ve obligada a frenar. Hubo un accidente, le informa un policía. Ella pide que la dejen pasar. Teme lo peor. Acelera y avanza.
Ese mediodía es uno de febrero de 2017. Daniel Becerra, el esposo de Sarden, esquivó un camión que había invadido su carril y chocó contra otro que estaba parado en la banquina. Se transformó así en el protagonista de uno de los 364 accidentes que hubo ese año y ocupó un lugar en la nómina de 38 víctimas fatales -según cifras de la Agencia Nacional de Seguridad Vial- que dejó una ruta nacional que está en obra hace 14 años y sigue sin terminarse.
Los datos de 2017 son los últimos disponibles. La ANSV aclaró que los de este año estarán procesados y publicados en 2019 "debido a la rigurosidad del método científico y metodológico que se utiliza para la obtención de las estadísticas viales en el país".
Aquel choque ocurrió en el tramo más peligroso de la ruta que une Bahía Blanca y Zapala (Neuquén). Son unos 100 kilómetros (de un total de 724 km) que atraviesan el Alto Valle de Río Negro donde el caudal total de vehículos se duplica: mientras que entre las cabeceras circulan 8000 vehículos diarios, en el valle lo hacen 15.000. En general son camioneros que transportan fruta, material para canteras y combustible, pero también vecinos de Cipoletti, General Roca, Allen, Cervantes, Oro, Enrique Godoy, Ingeniero Huergo y otras ciudades de la zona.
Este año, Vialidad recibió 800 reclamos por la suspensión de las obras, los peligros y las molestias por los desvíos en una ruta de mano única que hace años debería ser una autopista segura. Pero basta con preguntarle a cualquier conductor en una estación de servicio sobre el estado del camino para escuchar, a veces con tono serio, otras irónico, las palabras "desastre" y "vergüenza". Productores de las chacras, camioneros, turistas, taxistas, comerciantes, conductores de ambulancias y ciclistas, sufren todos los días las consecuencias de la falta de obras o los trabajos que parecen no terminar nunca.
OBRAS INFINITAS
La historia de las obras para transformar el tramo más peligroso de la ruta 22 es larga y está repleta de interrupciones. El primer proyecto se firmó en 2004 cuando al frente de Vialidad Nacional estaba bajo la órbita de Nelson Periotti -que espera ser juzgado a fines de febrero por asociación ilícita y defraudación-, que ocupó el cargo entre 2003 y 2015. Ese proyecto abarcó el tramo de 20 kilómetros entre Chichinales y Enrique Godoy y se terminó en 2010. Ese año la obra se prolongó hacia otras cuatro secciones: Godoy-Cervantes; Cervantes-Gómez; Gómez-Fernández y Fernández-Cipolletti, con un presupuesto de 1127 millones de pesos.
Pero en 2011, a poco de comenzar la construcción, el proyecto se suspendió para modificarlo. En lugar de una autovía sería una autopista, más segura, en especial por los más de 100 cruces a nivel que tiene. Desde entonces se avanzó poco y de manera intermitente, y muchos de los trabajos ni siquiera se empezaron. En 2015, con el cambio de gobierno nacional, Vialidad quedó a cargo de Javier Iguacel y luego, este año, de Patricia Gutiérrez.
En los 14 años que pasaron desde que se firmó el primer proyecto, solo se terminó uno de los cinco tramos en que se dividió el plan de construcción. El presupuesto vigente hoy, después de varias actualizaciones, es de 4875 millones y hasta ahora se desembolsaron 508 millones. En los últimos tres años hubo nuevos avances en la construcción, pero la obra sigue sin terminarse y la mayor parte está frenada
La evidencia está a la vista: a la vera de la ruta hay una especie de cementerio de autos chocados; se ven montañas de materiales para la construcción, algunos rajados, otros oxidados, especialmente junto a los puentes del valle, a medio terminar. Después de ocho años, para los conductores que frecuentan el valle los restos de chatarra vehicular y las obras forman parte del paisaje habitual. Al acercarse a cada puente encuentran improvisadas advertencias de desvíos: tambores y banderas sin iluminación, imposibles de detectar con antelación, en especial a la noche. Y a toda hora, en cada uno de estos desvíos se producen largas filas de vehículos que bordean las obras por onduladas calles de tierra de una mano, a paso de hombre.
Fuentes de Vialidad dijeron a LA NACION que el tramo 2, entre Godoy y Cervantes, se encuentra en construcción y estará terminado entre abril y junio del año que viene. Que el 5, entre Fernández y Cipolletti estaba a la espera de la aprobación del informe de impacto ambiental, pero estará finalizado para la misma fecha. Que el tramo 3, entre Cervantes y Gómez, está suspendido por un conflicto judicial con el municipio de General Roca (destacaron que hay una "intencionalidad política" detrás de las presentaciones en contra); y que el tramo 4 no comienza porque depende de la aprobación del tramo anterior. En total está terminado entre un 25 y un 30% del total.
Sobre las fallas en la señalización y el cauce del tránsito en los desvíos, Vialidad responsabilizó a las empresas constructoras, e informó que las "intimó en varias oportunidades" para que mejoren los sistemas de alerta. Las empresas a cargo de la construcción de la ruta, que ganaron la licitación de la obra en 2011, hoy siguen a cargo del proyecto. Son Vial Agro, SAPAG; CPC, Decavial, Fontana Nicastro, Marcalba y Construmex.
Los productores de la zona reclaman que la ruta en mal estado provoca pérdidas de mercadería, sobre todo en época de cosecha, cuando las frutas se golpean en los acoplados porque los camiones se ven obligados a circular por calles de tierra o atraviesan tramos en los que la calzada está repleta de baches. Los caminos en mal estado producen accidentes, pero también daños económicos. "Transitar por estos caminos tan irregulares es un perjuicio para la calidad de la fruta", se queja Federico Sacheri, productor agropecuario de la zona de Cinco Saltos, al norte de Cipoletti e integrante del directorio de la Federación de Productores de Frutas de Río Negro y Neuquén: "Este será otro año en el que tendremos que asumir pérdidas en los productos en el traslado a las plantas de procesamiento porque las rutas no están terminadas. Hace treinta años me dedico a esto y es desesperante ver que las obras están inconclusas. No hay nadie trabajando hace meses", agrega.
Más allá de los atascos que se dan en los puentes, las demoras son comunes en toda la ruta. No solo porque la mayor parte del trayecto sigue siendo de una sola mano y los traspasos entre autos y camiones son continuos. También porque en los últimos años hubo un fuerte aumento de la población y la situación empeoró en los accesos a las ciudades. A diario hay largas demoras en la circulación en la ruta y cargados embotellamientos en las proximidades de las rotondas a nivel de los accesos a Roca, Cipolletti y Neuquén.
En hora pico, la 22 se parece más a la General Paz que a una ruta nacional y los vecinos destacan que hoy el valle se recorre en el doble de tiempo que hace diez años. "Esto es un desastre", dice el viajante de comercio Víctor Eduardo Delgado, de 56 años, junto a la entrada de la ciudad que fundó su abuelo. "Soy vecino de Cervantes de toda la vida y llevo a mi hija todos los días a estudiar a Roca. Antes hacíamos el trayecto en 45 minutos, hoy tardo como mínimo una hora y media".
"La ruta es muy angosta para la cantidad de autos que circulan", agrega el taxista de Cipoletti, Carlos Torres, de 52 años. "Hay gente que viene a trabajar a Neuquén desde Roca, Allen, de Fernández Oro, a la mañana acá es imposible, hay que transitar a paso de hombre".
"Me muevo en bicicleta porque en colectivo tardás un siglo en recorrer distancias cortas. La ruta tiene muchos desvíos y la mayoría son de ripio. Además hay una falta de señalización lamentable que se suma a las malas maniobras de los conductores", describe el fotógrafo Alfredo Ristol, de 24 años, junto a su vehículo de dos ruedas. Está en la rotonda de General Roca, donde vive hace ocho años. A menudo sale con un grupo de artistas a tomar fotos en el valle: "Creo que no exagero cuando digo que es peligroso tomarla con frecuencia".
"He perdido amigos en esta ruta", agrega Torres, el viajante de comercio de Cervantes. "Las pérdidas de vidas en los choques frontales acá son prácticamente permanentes. La gente no tiene paciencia y se adelanta. La ruta no da más, está colapsada".
María Sarden, viuda de Daniel Becerra, hoy forma parte de la ONG Estrellas Amarillas, que brinda asesoramiento legal gratuito y asistencia a familiares de víctimas de accidentes de tránsito. "Perdí al amor de mi vida y al padre de mis hijos en esa ruta, no quiero saber nada más con ella. Solo que la terminen", dice. Desde que enviudó, con 51 años, cerró la empresa familiar y solo usa la 22 en ocasiones puntuales. Por ejemplo, para llevar a uno de sus seis hijos a una actividad importante en otra ciudad. Cada vez que lo hace descubre que el lugar donde murió su marido luce idéntico: de mano única, con las banquinas descalzadas, despintado y decorado con varias estrellas amarillas.
Fotos: Ricardo Pristupluk