Quien haya manejado alguna vez un vehículo en las rutas islandesas habrá notado quizá que en algunos lugares el camino hace una pequeña curva en medio de un tramo rectilíneo. Los extranjeros no le verán una explicación lógica, pero para los islandeses resulta natural: es un desvío hecho a propósito para no pisar ni profanar el territorio del Huldufólk, el pueblo escondido. No hay que pensar en zombies -Hollywood está muy lejos- sino en elfos. La creencia en estos pequeños seres está arraigada en lo más profundo de la sociedad islandesa y se remonta a los primeros tiempos de la colonización.
Los vikingos que llegaron a la isla a fines del siglo IX llevaron consigo ritos y creencias que practicaban en las costas de Noruega. Adoptaron el cristianismo durante el verano del año mil, de manera pacífica y unánime a lo largo de una sesión del Allthing: esa asamblea era la institución más parecida a la democracias modernas que se podía encontrar hace un milenio. Desde entonces los viejos dioses nórdicos, el Valhalla, las valkirias y el martillo de Tor forman parte de las sagas y de las eddas, los viejos escritos legendarios del pasado.
Pero las antiguas creencias no desaparecieron del todo. En tono de comedia así lo cuenta uno de los estrenos más exitosos de Netflix en las últimas semanas: Eurovision Song Contest: la historia de Fire Saga, una película que iba a estrenarse en ocasión del concurso del mismo nombre, el pasado mayo en Holanda. Pandemia mediante, Eurovisión se canceló y el film se conoció en streaming. Cuenta la desopilante aventura de dos músicos amateurs del pequeño puerto pesquero de Húsavík -en el norte de Islandia, muy cerca del Círculo Polar Ártico- que representan a Islandia durante el concurso europeo de la canción. Además la película invita a un viaje por Islandia, donde se ven paisajes y costumbres locales.
Para quienes no lo conocen, el evento es una auténtica institución en el Viejo Continente: cada año lo ven millones de personas en Europa, pero también en Australia (también participante), Canadá, China o Japón. Una victoria puede consagrar carreras internacionales en solo una sola noche, como fue para Abba en 1974 o para el/la austriac@ Conchita Wurst, en 2014.
Los 13 jólasveinar
El Huldufólk es parte del elenco de la película, aunque de manera invisible. Porque lo dice su nombre en islandés, los elfos existen pero nadie los ve. Es el Pueblo del Secreto. No fue un recurso exótico de los guionistas de la película, sino una realidad en el país nórdico. Y según las encuestas, entre el 55 y el 60 % de los islandeses afirman creer en seres mágicos.
Especialmente en diciembre, durante las trece noches anteriores a la Nochebuena. Es cuando los trece jólasveinar, los compañeritos de Navidad, bajan de sus montañas para entrar furtivamente en las casas y las granjas. Las tradiciones los identifican como los hijos de la bruja Grýla, que come a los niños que se portaron mal durante el año. Uno por uno, esos elfos salen de sus escondites y hacen notar su presencia con robos y travesuras.
La globalización que transformó Islandia, como lo hizo con el resto de la naciones nórdicas, modificó un poco la conducta de aquellos malandrines. En la actualidad son menos traviesos y dejan regalitos. Los niños islandeses son así los más afortunados del mundo y viven catorce noches de Navidad cada año. No piensan lo mismo sus padres, que en medio de la crisis financiera del 2008 inventaron un 14° jólasveinur. Lo llamaron Kortaklippir, y como su nombre lo indica (para quien pueda entenderlo) corta las tarjetas de crédito para evitar más gastos.
A diferencia del resto del Huldufólk, los jólasveinar tienen cada uno su nombre. El primero en aparecer, la noche del 12 de diciembre, es Stekkjarstaur. Su especialidad es robar la leche de las ovejas. Una canción tradicional recuerda que no puede doblar las rodillas, por culpa de una artrosis que era muy común en Islandia durante los siglos pasados debido al frío y la humedad (la gente vivía en granjas semienterradas con techos de turba): "Stekkjarstaur kom fyrstur, stinnur eins og tré. Hann laumaðist í fjárhúsin og lék á bóndans fé" (Stekkjarstaur vino primero, rígido como una madera. Se coló en el corral de las ovejas para jugar con el dinero del granjero).
Una piedra en el camino
Así es que los islandeses están acostumbrados a la presencia de los elfos desde que son chiquitos. No es extraño entonces que al convertirse en ingenieros sean capaces de desviar rutas o modificar obras para no molestar a los seres mágicos. Y para eso pueden contar con la ciencia de especialistas formados en la única escuela del mundo dedicada al estudio de los elfos. La fundó hace unos treinta años Magnus Skarphéðinsson y desde entonces entregó títulos a miles de personas.
Jón Arnarson hubiera podido ser el primero de ellos. Fue el responsable de la biblioteca islandesa durante el siglo XIX, cuando la isla era una miserable colonia danesa, donde se pasaba hambre y frío en las casas pero donde nunca faltaban libros que todo el mundo podía leer, hombres y mujeres, niños y ancianos por igual. Arnarson hizo las primeras recopilaciones de cuentos folclóricos de la isla, en los cuales el Huldufólk tiene un enorme protagonismo.
Los seguidores de las distintas series televisivas que apelan a las mitologías nórdicas y a los seres mágicos seguramente se interesan en sus escritos, de la misma forma que no dejan de pasar por Hafnarfjöður cuando viajan a Islandia. Esta ciudad pequeña pero elegante está a solo 10 kilómetros de Reykjavik y se la considera oficialmente la Capital de los Elfos. Deseosos de encuentros, los buscadores de magia terminan visitando el Pueblo Vikingo, la mayor atracción local, donde se recrea una aldea del año mil. Y, si no, pueden sacarse las ganas de publicar fotos en sus redes sociales con tomas delante de álfhólar, las pequeñas réplicas de casas tradicionales con techos cubierto de pasto y fachadas de madera pintadas de rojo carmín o blanco. Son casitas construidas para los elfos y las hay a lo largo y ancho del país. Sigrit, la cantante de Fire Saga en la película de Netflix, visita regularmente uno de estos álfhól, donde deja ofrendas a sus ocupantes. Aunque reconoce a Lars, su compañero, que nunca los vio.
Es que el pueblo escondido es por esencia... invisible. Pero cuando se logra derribar las barreras de la mera cordialidad con los islandeses (algo cada vez más difícil porque la isla recibió a más de 2,2 millones de turistas al año últimamente frente a poco más de 350.000 habitantes: son casi 10 turistas por habitante) algunos admitirán haber visto elfos alguna vez. Y todos coinciden en sus descripciones: se trata de pequeños seres, muy parecidos a los humanos, pacíficos y callados pero muy celosos de su privacidad y de sus escondites. Se podría agregar también que susceptibles; el protagonista del film lo comprueba en primera persona. Y los responsables de obras públicas lo tienen muy presente. Si por alguna casualidad actuaron por descuido, no tardan en repararlo. Es así que hace un par de años el mayor diario de la isla, el Morgunblaðið, publicó las desventuras de Sveinn Zophoníasson, un empresario de obras públicas: sus obreros habían cubierto de escombros el Alfkonusteinn (la roca del Elfo Dama), cerca del pequeño puerto de Siglufjördur. Es un lugar mágico bien conocido en esa región del norte de la isla. Mientras permaneció tapado no cesaron los percances: averías de todo tipo, accidentes, derrumbes de terreno y hasta la inundación de la nueva ruta. Si era parte de la minoría que no cree en los elfos, Zophoníasson seguramente cambió de parecer desde entonces y habrá contratado algún especialista en elfos para sus siguientes obras, como lo vienen haciendo regularmente algunos de sus colegas.
Desapariciones, fantasmas y exiliados
Para la mayoría de los visitantes, que se limitan a baños en fuentes termales, al Museo del Falo de Reykjavik y a caminatas sobre glaciares, las rarezas de Islandia se concentran en su dualidad morfológica. Es la tierra de la consagrada fórmula del hielo y del fuego. Pero hay otra dicotomía, mucho más discreta.
A pesar de su modernismo y de su modo de vida muy americanizado, la presencia de los fantasmas del pasado está presente por todas partes en Islandia. Los lectores de Arnaldur Indridason bien lo saben. Su personaje recurrente, el comisario Erlendur, es el único entre todos sus colegas de papel de la literatura noire nórdica que se pasa más tiempo investigando casos atrapados en el pasado que en el presente.
Los interiores desérticos de Islandia siguen fascinando y aterrorizando por igual a los islandeses de hoy como a los de ayer. En tiempos vikingos esas inmensidades volcánicas cubiertas de lava, de arena y de ceniza era donde se desterraba a quienes habían sido juzgados culpables. La duración del exilio variaba en función del delito, pero muy pocos volvían con vida a la civilización. Los demás formaban parte del pueblo de los fantasmas. Hasta hace poco (y hasta la aparición de los GPS), eran lugares donde todavía se perdían jinetes en busca de sus rebaños durante los réttir de otoño (cuando se agrupa a las ovejas que vivieron libremente en las montañas durante el verano para llevarlas a las granjas donde pasarán el invierno). El mismo inspector Erlendur convive con el fantasma de su hermano perdido en aquellas tierras de nadie.
Es lo que recuerdan esas rimas, muy populares en la isla. Las cantan todos los que viajan por el interior, sea cual sea el motivo. Tanto para darse ánimo como para recordar que el desierto es tierra de espíritus y de seres mágicos: "Ríðum, ríðum, rekum yfir sandinn, rökkrið er að síga á Herðubreið. Álfadrottning er að beisla gandinn, ekki er gott að verða á hennar leið; Vænsta klárinn vildi ég gefa til, að vera kominn ofan í Kiðagil" (cabalguemos, cabalguemos, vayamos por las arenas, la oscuridad está cayendo sobre el volcán Herðubreið. La Reina de los Elfos está preparando su montura y no es bueno quedar en su camino. Daría mi mejor caballo para llegar lo antes posible a la granja de Kiðagi). Los islandeses consideran a los elfos como pacíficos pero no fue siempre así, como lo recuerda este tema. Por este motivo, quienes creen en ellos se cuidan muy bien de despertar su ira. La película de David Dobkin, que fue la más vista en Netflix a fines de junio en varias partes del mundo (y por supuesto en Islandia), también lo recuerda. Sea para construir una ruta o para participar en el concurso Eurovisión, los islandeses no se las toman a la ligera con el Pueblo Secreto.
Y de paso, Islandia nunca ganó Eurovisión, aunque participe cada año desde 1986. Los músicos de la isla seguramente no estarían en contra de una operación comando de los elfos en el continente… Al estilo "a little help from my -hidden- friends"... Este año, el concurso fue cancelado por primera vez, junto cuando la participación islandesa tenía todo para ganar. De hecho el tema "Think about things" de Daði Freyr logró su pequeño éxito fuera de la isla. Por lo demás, hasta el momento lo máximo que lograron los vikingos en el concurso son segundos puestos en 1999 (con la cantante Selma y el tema "All out of luck") y en 2009 (con la cantante Yohanna y el tema "Is it true").