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Una calle de tierra ?que coincide con la RP 65, el único acceso al lugar? es la arteria principal del pueblo. Casi a mitad camino entre el cruce con la RN 234 y la RN 237, Villa Traful se obstina en mantenerse como una pequeña aldea patagónica de apenas 600 habitantes. Sin asfalto, sin bancos (apenas un cajero automático) y sin hoteles cinco estrellas, son pocos los privilegiados que tienen domicilio con vista a este magnífico lago.
Las calles siguen siendo de ripio, la plaza se adivina triangular en el espacio que dejó caprichosamente el bosque y los letreros son todos discretos y de madera.
Desde el pueblo salen los senderos que llevan a las cascadas de Coa Có y del Arroyo Blanco. Se puede llegar en auto hasta cierto punto y desde allí hay una bifurcación a cada una de las cascadas (a las que se llega luego de recorrer unos 500 metros). Lo bueno de este paseo es que el sendero se encuentra en medio de un denso bosque de coihues y cipreses de gran porte, además de nalcas, maitenes, radales, amancays, entre otras especies nativas.
Un mirador para tener en cuenta es el de la piedra El Naso, en el trekking al Cerro Negro. Son cinco horas de sendero autoguiado, cuyo punto de partida está detrás de la Secretaría de Turismo, en plena Villa. El recorrido continúa rodeando las grandes torres de roca de la cima hasta llegar a un sector alto (a unos 1.900 msnm.) desde donde se puede ver el lago Traful y la Villa. Allí se puede bajar por la derecha y llegar al Cerro Monje o Penitente donde la vista es imponente en días despejados: el lago en toda su extensión, la Cordillera de los Andes con su cadena de volcanes y hasta el casquete de hielo del Volcán Lanín.
Durante el invierno, el acceso de El Portezuelo (vía Villa La Angostura) suele quedar bloqueado por nieve y los pobladores sólo pueden salir y entrar por Confluencia.
En ese camino, a pocos kilómetros del pueblo, está el Mirador del Viento, más conocido como Mirador del Traful. Es un peñasco que cae vertical sobre el lago y permite ver la coronilla del bosque de cipreses que crece en los acantilados. Se trata de una enorme pared natural de unos 100 metros de alto que provoca que los vientos asciendan con fuerza y sean capaces de devolver pequeños objetos, que regresan a la cara cual búmeran.





