A Cornelio Loewen no lo llamamos un día cualquiera, sino un martes. Es el único día de la semana que usa el teléfono de su secretaria. Hablamos para coordinar una visita a la colonia dónde vive y la agendamos para el miércoles siguiente. "Campo 11, Colonia Norte. Sobre el kilómetro 76 de la ruta 176. Hay un gran galpón y silos", indica con amabilidad. Y agrega que queda a 20 km de Las Delicias, un pueblo que está a casi tres horas de la capital de Santiago del Estero.
CORTINAS, UN SULKY Y MIL DIFERENCIAS
Cuando llegamos a la metalúrgica, Cornelio se presenta acompañado por Isidro, su hijo mayor. Nos invita a pasar a su casa, que está al lado, y cuenta que su esposa y su hija están de visita en lo de la hermana de ella, que tuvo familia con un primo de él. "Somos 600 habitantes y más de cien familias", agrega mientras nos convida un mate y roscas en el living.
En su casa el piso es de cerámicos y los ambientes, amplios, divididos por cortinas floreadas. Los sillones, como las mesas, no están en el centro, sino contra las paredes. Cornelio nos explica que en la colonia no hay tendido eléctrico: los ventiladores, las heladeras y todo, así como la metalúrgica, funcionan con grupo electrógeno y baterías. El sol no entra por la ventana porque el día está nublado y la luz interior es apenas suficiente. Hay, además, una máquina de coser. Su esposa confecciona los jardineros, las camisas y los vestidos que usan. Y en la galería está la parrilla, todavía con cenizas.
Además de la metalúrgica donde fabrican silos, elevadores de granos y tinglados, entre otras cosas, Cornelio tiene vacas y siembra. Le va muy bien. Trabaja desde las ocho de la mañana hasta las 11.30, cuando hace un alto para almorzar durante una hora. A las 15 vuelve a cortar para tomar unos mates y sigue hasta la tardecita. Así todos los días, menos los domingos, "que son para el Señor y para reunirse con los parientes".
Los menonitas van a la iglesia el último día de la semana, por la mañana y usan ropa especial. La religión les prohíbe participar en política. No votan en las elecciones nacionales. Tienen jefes en sus colonias, que son elegidos por ellos. Y, además, pastores y ministros.
Se casan los sábados, pasan una semana visitando a la familia y completan el rito el sábado siguiente. Los funerales duran tres días, porque hay que esperar que todo el clan esté avisado. El cuerpo se conserva en frío y una vez que se entierra, no se llevan flores ni se visita. Los menonitas no manejan, ni tienen auto: se mueven en sulky a caballo que llaman boogie. Sí pueden usar remises, para ir a la ciudad. Utilizan los hospitales para los partos, urgencias o cuestiones graves de salud.
En la colonia menonita todos hablan bajo alemán. Los hombres son los únicos que hablan español, en mayor o menor medida. Las mujeres no, excepto dos en toda la comunidad. "Me gustaría que mi esposa aprendiera, pero tampoco le hace demasiada falta. Los hombres lo sabemos por trabajo. Lo usamos con ustedes, ‘los de afuera’. Nadie lo enseña de manera formal", señala Cornelio y cuenta que Isidro, que tiene doce años y acaba de terminar la escuela, lo está incorporando.
El mate que compartimos sigue la vuelta, mientras hablamos de nuestras diferencias. Cornelio cuenta que los niños menonitas van a la escuela que hay en cada campo, desde las siete de la mañana hasta las tres de la tarde. Sólo cursan la primaria y después empiezan a trabajar, si son varones. O a hacer las cosas de la casa, si son mujeres. "Cocinan, limpian y confeccionan la ropa. No tienen un sueldo. Están para la casa y las compras", apunta. Además, debajo del pañuelo en la cabeza llevan trenzas que se hacen los miércoles y los domingos.
Los menonitas no se casan con ‘los de afuera’. Sólo hay intercambio con las colonias de los distintos lugares de la Argentina (Pampa de los Guanacos, también en Santiago del Estero, Guatraché en La Pampa, y Nueva Galia, San Luis, entre otras) o del mundo. Puede pasar que alguno se vaya, "pero acá no sucedió", asegura Cornelio. "Sí escuché en La Pampa o en Bolivia", agrega.
CADA VEZ MÁS LEJOS
Cornelio relata que nació en la colonia de Chihuahua, México, y llegó a La Pampa cuando tenía tres años. Es hijo de carpinteros y tras la crisis del 2001, se volcó a la metalúrgica. Hace once años que se mudó a Santiago del Estero, con los primeros que se animaron a desmontar para producir la tierra. Algunos no soportaron el calor y volvieron. Él se arraigó y cada tanto regresa a la provincia donde creció. Y, es más, hace dos años voló a su ciudad natal en tierra azteca.
"Donde yo nací, en México, todos tienen luz y camioneta. Hay colonias que están más avanzadas que las nuestras en relación a la tecnología, como en Paraguay. A nosotros cada vez nos cuesta más... Vamos quedando más lejos de todo, porque antes las cosas se hacían personalmente y ahora, por teléfono", lamenta Cornelio, que tiene una secretaria ‘de afuera’ que usa Internet y los martes, cuando va a Santiago, le presta su teléfono. "Tenemos una vida muy distinta a la de ustedes. Pero no está mal que seamos amigos", resume y antes de que se haga tarde, nos invita a recorrer algunos puntos clave de la colonia.
Abraham Fritze y la familia Neufeld tienen dos de las tres queserías de la colonia, con tambo propio. Mientras Abraham nos deja ordeñar las vacas, el quesero nos hace pasar a la cámara donde refrigera los quesos y nos habla de las bondades del sardo, del blando y del cremoso. Cornelio, además, nos lleva a la carpintería y a la ferretería de Pedro, su primo, que acaba de ser papá. Y como si fuera poco, nos invita a pasar por el almacén, donde se venden los géneros para confeccionar la ropa. Hay carteles escritos en bajo alemán, productos a granel, huevos en una canasta y un mostrador oscuro.
Recién cuando agarramos la ruta para volver a Santiago capital, tras ocho horas sin celular, llegamos a una conclusión: acabamos de viajar al siglo XVI. Los principios de Menno Simons, fundador de la doctrina hacia 1536, gozan de muy buena salud.