La capital de la región de Macedonia, la segunda en importancia de Grecia –después de Atenas–, es una ciudad compacta, muy apta para caminar. A tal punto que los locales se quejan del metro que están construyendo debajo de la céntrica avenida Monastiriou. "Todas mis citas son a 10 minutos de pie", explica Athina, la guía.
Sólo mientras se camina es posible inundarse del aroma de las flores de Louloudádika; detenerse más de una vez a tomar un frappé –el archiextendido café con hielo, nacido en esta ciudad–, o tentarse con el cremoso bougatsa (un dulce típico de masa filo y crema pastelera) que las pastelerías hacen bien en exhibir en la vidriera.
También se puede presenciar una acalorada discusión de precios entre los vendedores de pescado y sus clientes en el mercado Kapani (los griegos siempre se hablan con vehemencia, como si se estuvieran peleando). Así, a paso lento, se llega a percibir el espíritu amigable de esta ciudad que vive en simbiosis con el mar y tiene el mayor índice de cafés per cápita.
Los atenienses tienen un manojo de chistes sobre el estilo slow de los tesalónicos, mientras que acá se ríen del estrés de la capital griega. Igual que en la plaza Aristóteles, la principal, donde se juntan los jubilados que dan consejos a los que pasan. "Tratá de que todo lo que comés salga de tu olla y ponele mucho aceite de oliva. Así llegué yo fuerte hasta los 87 años", cuenta uno.
Ojo, disfrute no equivale a vagancia. Tesalónica es vibrante y no deja de moverse, como durante el Festival de Cine que se hace cada año. Marca tendencia en moda y diseño. Lo mismo en gastronomía: hay cafés cancheros, cultura de comida étnica y propuestas sofisticadas. Los estudiantes la mantienen joven y actualizada.
También es una ciudad multicultural, con una historia bastante convulsa: estuvo en manos romanas, formó parte del imperio bizantino, luego otomano, fue centro del judaísmo sefardí hasta el exterminio nazi, sufrió un incendio devastador en 1917 y, tras las guerras balcánicas, fue absorbida por Grecia.
Hoy conviven excavaciones romanas, iglesias y monasterios, hamams (baños turcos), un mercado judío, la Torre Blanca –el ícono sobre el paseo marítimo–, y las murallas bizantinas que llevan a Ano Poli, la parte alta.
Para hacer playa, hay que buscar las de Halkidiki, a una hora de la ciudad y cerca de Estagira, donde nació Aristóteles. En esta península se encuentra también el Monte Athos. Es como el Vaticano de la iglesia ortodoxa griega. Sólo pueden entrar los hombres, no más de diez por día.
El otro monte cercano es el Olimpo, el más alto del país y hogar de los doce dioses griegos. Es meca de alpinistas y está rodeado de un parque nacional.
La dinastía de Alejandro Magno
A 75 km de Tesalónica, en el pequeño pueblo de Vergina, se encuentra el hallazgo arqueológico más relevante del siglo XX. Acá llegó el arqueólogo Manolis Andronikos en noviembre de 1977. Dentro de un conjunto de túmulos (tumbas en forma de pequeña elevación sobre la tierra), había uno mucho más grande, y mandó excavar la necrópolis.
Lo que salió a la luz fueron tres templos llenos de oro, plata y piedras preciosas. Se trataba de las tumbas de tres reyes de Macedonia. Completa, fue hallada la de Filipo II, padre del conquistador Alejandro Magno, que reinó desde el 359 hasta el 336 a.C., cuando fue asesinado. En otra se cree que estaba Alejandro IV, hijo del gran Alejandro, que murió siendo adolescente. Todos esperaban que apareciera en el mismo lugar la tumba del conquistador de Persia, es decir de Alejandro Magno, pero la idea se descartó porque murió en Babilonia y fue enterrado en Egipto.
En el museo subterráneo se exponen, detrás de vitrinas, los objetos del ajuar funerario, intactos: coronas, urnas de oro macizo con la estrella de la casa real, una armadura, cerámicas y espadas. De la tumba de Filipo II se puede ver la puerta de mármol, dos pilares y el friso. Para protegerla, se la volvió a cubrir con el túmulo que la escondió durante siglos.