Arturo Pérez-Reverte: “Argentina es Europa, pero perdió su influencia moral y se vulgarizó”
Con más de cuarenta años narrando historias, el escritor español vino a Buenos Aires y participó de la Feria del Libro; en una entrevista con LA NACION habla de un cambio de época y de los fanatismos


Arturo Pérez-Reverte asiste con curiosidad al final de una época. Tiene la piel curtida, no solo por sus viajes como navegante bajo el sol de su mar Mediterráneo, su casa, sino por ese ayer remoto en que aún no era el autor de célebres novelas ni formaba parte de la Real Academia Española. Cuando, alejado de los claustros y de las presentaciones pergeñadas por editoriales, se ganaba la vida —vaya paradoja— reportando la muerte como cronista de guerra. Pérez-Reverte no reniega de aquel pasado; lo lleva dentro. Se nutre de él, como también lo hace de sus múltiples lecturas, para emprender la batalla de intentar descifrar el mundo.
Está nuevamente en Buenos Aires con ocasión de la Feria Internacional del Libro, con la excusa de la publicación de su más reciente novela, La isla de la mujer dormida, donde el mar es otra vez testigo de una historia de amor, desilusión, mezquindades y coraje. Con su galantería de siempre, accedió a una entrevista en la que comparó los tiempos de ayer con los de hoy, sin atisbo de melancolía.
— Es triste pensar que una época termina, que nuestros valores ya no son los mismos.
— Es la historia, es la vida. No es triste. Los ciclos pasan. Los mundos, los imperios. Las civilizaciones desaparecen y vienen otras. Cuando estás en medio de una, no eres consciente de su fragilidad; pero, cuando llega el ocaso, puedes identificar los síntomas, como ya ocurrió en el pasado. Es muy interesante; es una experiencia que no esperaba y que la vida me da.
— ¿De qué nos despedimos?
—De una manera de entender el mundo y la vida, las relaciones humanas, la educación, la cultura. Mis abuelos nacieron en el siglo XIX. Venimos de un mundo con cosas buenas y malas, y ese mundo se va desvaneciendo. Aún queda la orquesta, hay serpentinas por el suelo, queda una pareja allá al fondo. Es el final de fiesta. Y en la puerta están los desfavorecidos, los que no bailaron, esperando entrar a ese nuevo mundo, a ver si esta vez tienen oportunidad.
—¿Qué rol cumple el escritor en este tiempo? ¿La creatividad, las palabras, las ideas pueden cambiar algo en esta transición?
—Hay muchos tipos de escritores. La cultura, la lucidez y la experiencia hacen que los lectores puedan comprender. El problema es que cuando vienen los cambios llegan también los problemas: fracaso, dolor, soledad. Si no tienen herramientas para entender, para prepararse para lo que viene, es traumático. El escritor —novelista, ensayista— da herramientas para que el lector comprenda mejor el mundo. Ese es nuestro papel, nuestra misión.
—Qué importante es que cada vez más podamos acceder a ese conocimiento.
—Muy importante. Te doy un ejemplo: cuando yo iba a los primeros países en guerra, con veinte años, y veía el horror, las violaciones, la muerte, ya había leído; iba a la guerra con una mochila de libros leídos, y eso me permitía entender. Sin esos libros me habría traumatizado de una manera tal que me habría perdido en los meandros de la vida. El problema ahora es que no todo el mundo valora ese conocimiento adecuadamente y, entonces, se siente indefenso cuando la realidad pega su golpe.
—Si no tienes ese conocimiento, los malos te pueden manipular
—Si no tienes conocimiento, sigues al falso profeta y al falso líder. La cultura no es un lujo; es un arma defensiva. Es la posibilidad de defenderte frente a los malvados, de no ser tonto. Lo peor no son los malos —que los ha habido siempre—; el problema es cuando el tonto se deja guiar por el malo. Con un malo y mil tontos, tienes mil y un malos.
—El lector no tiene que ser un espectador sino un cómplice. ¿Cómo hacés para lograr eso?
—Como novelista, lo atraigo con trucos profesionales nobles. Escribo novelas hace cuarenta años; conozco mi oficio y sus mecanismos. Intento prever los movimientos del lector. Lo quiero llevar a vivir una historia que no viviría. “Ven a jugar conmigo, que sin mí no podrías jugar”. Vas a ser pirata, hombre o mujer enamorados, millonario, anarquista, guerrero, sacerdote… Gracias a mi novela vas a ser alguien distinto.
-La isla de la mujer dormida es tu última novela. Nació en el mar Egeo, en el Mediterráneo. Miguel Jordán, el marinero mercante, es descrito así: “Hay cosas en el mar que solo se tienen valor para ver una vez; él las vio más veces, y eso lo volvió resignado y tranquilo”. Alguien a quien le pasaron muchas cosas y ya está en un estado de resignación.
—Lo malo es resignarte antes de ir a la batalla. Después de la batalla te resignas al resultado. Sólo se es joven en vísperas de la batalla. Cuando vas a combatir, estés preparándote; pero cuando ya has luchado, tienes sangre en las manos, has matado o te han herido, tienes remordimientos: ya has envejecido. Esa es la cuestión. El ser humano se justifica en vísperas de la batalla. Después de haber vivido, es comprensible que busque paz y serenidad. El personaje está en esa fase.
—El mar es tu lugar en el mundo; navegas y te da felicidad
—Paso mucho tiempo en el velero, en el Mediterráneo. Antes era cronista de guerra y pasaba días sin dormir, me daban culatazos y pasaba días en la cárcel en Sudán. Ese chico que murió sigue en mi memoria y en mis libros. Lo bueno del mar, ahora que llevo una vida estable como escritor, es que me obliga a estar muy atento, lúcido, a ser otra vez aquel que fui. Me hace sentir que aún merezco la pena.
—El mar Mediterráneo es para vos un lugar seguro.
—Es la memoria. Nací en un puerto frente al Mediterráneo. Todo viene de allí: la Biblia, el Corán, Homero, la Ilíada, los viejos dioses, el mármol, el vino tinto, el aceite de oliva. Esa madre, esa cuna, ese origen lo tengo ahí. A la vejez, volver a navegar por mi cuna, recuperar antes de morir esos lugares, paisajes y escenas, me hace feliz.
-Esta obra habla de marinos mercantes convertidos en mercenarios para intervenir en la guerra civil española de 1937. Están entre el Mar Negro y el Egeo, atacando barcos rusos que asisten a la República.
—La guerra civil no es más que un escenario. Quería contar una historia de piratas modernos, de corsarios. Una aventura en esa isla de la mujer dormida que tanto me interesaba por la figura femenina. La mujer en mis novelas siempre ha tenido un papel importante: la mujer lúcida, la que pelea, la que tiene cuentas que ajustar.—¿Todas?—Sí, pero no todas se atreven a hacerlo. Las mías son conscientes y buscan cierta revancha, una venganza frente al hombre que les hundió la vida. En esta novela quise una mujer derrotada, una que no lucha porque ya fue vencida: Lena Katelios. Lena es feroz, enigmática, una exmaniquí de Jean Patou. Se entrega al amor, idealiza y luego se decepciona.
—“Te creía un héroe, pero ahora comprendo que fue mi imaginación la que te construyó: sin lo que yo imaginé, no eres nada”, dice el personaje. Muchas mujeres proyectan al hombre como héroe.
—Es la mirada de la mujer la que convierte a un hombre vulgar en alguien especial. Por eso lo sigue y renuncia a tanto por él. De pronto ve que todo era ficción; fue ella quien lo construyó. La decepción es terrible cuando decide vengarse de su propio error. Él la conoce y la conquista sin amarla, la convierte en trofeo que exhibe en los bailes. Ella se casa, enamorada; con el tiempo él se enamora, pero ella ya no lo ama.
-El triángulo amoroso es enigmático. ¿En la vida una tercera persona revitaliza o destruye un vínculo?
—Pueden suceder ambas cosas. Aquí el daño es tan grande que ella pierde su inocencia. El hombre de la guerra se va, pero ella se aferra a la última ocasión de sentir lo que dejó de sentir.
-El Barón, tercer personaje, dice: “Los tiempos de antaño que obligaban a la lealtad, compromiso, obligación, honor (escurridiza palabra) eran ya términos difusos de límites impredecibles, una trampa peligrosa para quienes, como él, se veían obligados por las antiguas formas”. ¿Se perdieron esas formas?
—No del todo, pero la sociedad ya no las exige. Algunas son arcaicas, otras no. Lo importante es que valores de cortesía, educación y convivencia han desaparecido. Antes, hasta el más patán quería ser educado y se esforzaba, deseaba que sus hijos lo fueran para tener mejor posición social. Hoy, la falta de educación se exhibe como bandera. Es doloroso.
—Quizá recuperar aquellos valores…
—No se recupera nada. Hay cosas que se terminan. Es la ley de la vida.
—¿Tenemos nostalgia de esas cosas?
—La nostalgia es peligrosa. La confundes con los valores y tiendes a pensar que aquello era mejor; y no siempre lo fue.
-En La isla de la mujer dormida hay dos espías amigos de ideologías opuestas que se ayudan. ¿Querés rescatar la posibilidad de que distintas ideologías se comprendan?
—Son republicano y nacionalista, se conocen antes de la guerra y se ayudan con respeto mutuo. El fanatismo raya en la estupidez. Es muy bueno intercambiar con quien no piensa como tú. Estos dos espías son para mí el ejemplo de cómo debería ser el mundo: ideas distintas, pero con mutuo respeto.
—¿El mal y el bien pueden convivir y aprender el uno del otro?
—En la guerra aprendí más de los malos que de los buenos. Un malo inteligente te muestra cosas que no veías. El mal tiene más matices y verlo te ayuda a precaverte. En los ochenta estuve en Angola con un torturador que me contó cosas fascinantes sobre el ser humano. Aprendí del mal de un modo que jamás habría hecho con un bueno. El esfuerzo por acallar al mal no es sano. Cuando estás formado, el mal no contamina.
—¿Palabras como fe, patria o Dios son sospechosas?
—Son nobles, pero hay que desconfiar de quien las use. Se han esgrimido como banderas para cometer barbaridades. La cultura te permite identificar esas manipulaciones y decidir por ti mismo. La cultura es un mecanismo de supervivencia.
—Creo que la evolución humana debe tender a lo bueno. Para mí, la maldad, la crítica y la violencia están ligadas a la involución.
—Sí, pero ignorar el mal impide evolucionar; hay que conocerlo. Tendemos a silencarlo, pero el mal está en la sociedad actual: lo vemos en Ucrania, en Medio Oriente… Es la misma guerra de siempre, de Troya a Gaza. Si conoces la historia, puedes entender y mejorar el presente.
-“Europa ya no es nada; es una caricatura, un parque temático para turistas”, dice el Barón. ¿Cómo ves Europa hoy?
—Europa fue faro de civilización mil años, y Argentina “es” Europa. Pero perdió su influencia moral y se vulgarizó. Es una piltrafa con un escenario bellísimo. Asistir al ocaso de Occidente es un privilegio.
—¿Trump es parte de esa decadencia?
—Claro. Trump y Putin son síntomas de destrucción de tu mundo.
—El papa Francisco acaba de dejarnos, un papa argentino cercano a la gente. ¿Cómo ves su legado?
—No soy religioso. Para mí, la Iglesia católica es una institución cultural. La historia de Europa es inconcebible sin ella. Veo a los papas como gerentes de una empresa cultural, política y social. Francisco, buen jesuita, se adaptó a su tiempo, como Juan Pablo II o Pío XII.
—¿Dónde está tu germen espiritual?
—En mis novelas. Quien las lea se acercará a mi espiritualidad.