Rumbo fijo y paciencia, lecciones de Uruguay para el éxito de un plan de estabilización
8 minutos de lectura'


Desde el retorno de la democracia, sin ir más lejos, la Argentina tiene como cuenta pendiente bajar la inflación a un dígito anual como la que registran la mayoría de los países de la región (salvo Venezuela y Bolivia), para lo cual necesita un plan macroeconómico de estabilización que llegue a buen puerto con apoyo político y social. Hasta ahora, los dos programas más emblemáticos tuvieron el común denominador de desembocar en crisis explosivas. Uno fue el plan Austral, lanzado a mediados de 1985, que si bien contó con amplia adhesión inicial de la población no evitó que el creciente desajuste fiscal obligara, dos años después, a aplicar parches que desembocaron en la hiperinflación de 1989.
Otro, la convertibilidad peso-dólar, que desde 1991, junto con la ola privatizadora, se sostuvo algo más de nueve años y bajó drásticamente la inflación. Pero su continuidad con el siguiente gobierno y su promesa de mantener el 1 a 1 cuando ya eran evidentes sus falencias y consecuencias económicas, no llegó a dos años porque el presidente De la Rúa renunció ante el grave estallido político de fin de 2001, que concluyó con el default de la deuda, votado y festejado por el Congreso.
De ahí en adelante, la política económica fue un péndulo desconcertante. Del “trabajo sucio” de 2002, mejorado hasta 2005 con la renegociación de la deuda externa y altos precios internacionales de commodities, que abrieron un período de “superávits gemelos” (fiscal y externo), inflación baja y alto crecimiento, se pasó a un progresivo deterioro con el creciente populismo K, extremado entre 2011 y 2015 con el cepo cambiario. El gobierno posterior trató de corregirlo con el fin del cepo, devaluación, descongelamiento tarifario, metas de inflación, mayor gasto público, apertura económica y endeudamiento. Pero la crisis de 2018 lo obligó a recurrir al FMI y ajustar las cuentas fiscales, hasta que en 2019 perdió las PASO y la posibilidad de reelección. Así retornó el populismo K, que dejó como herencia un descomunal desbarajuste fiscal y monetario, déficits gemelos, atraso cambiario y tarifario y precios controlados, pese a lo cual 2023 cerró con una inflación de 211% interanual y más de 1400% acumulada en cuatro años.
En sus dos primeros años de gestión, el plan económico del tándem Javier Milei-Luis Caputo, con eje en el superávit fiscal, consiguió bajar el IPC nacional a casi 118% interanual en 2024, a poco más de 31% este año y a poco menos de 20% en 2026, según proyecciones de consultoras privadas, aunque el presupuesto prevé 10%. Pese a varias fases anunciadas sobre la marcha (como el fin parcial del cepo y la próxima indexación de la banda cambiaria) y a que desde septiembre el índice no logró perforar el piso de 2% mensual, el propio Presidente sorprendió días atrás cuando pronosticó inflación cero para agosto del año entrante.
Similitudes con Uruguay 1990
También se sorprendieron no pocos asistentes a la Conferencia Anual de FIEL, a mediados de noviembre, con la exposición del economista uruguayo Ernesto Talvi. Como en la saga de Volver al futuro, mostró las notables similitudes entre el punto de partida del plan económico de la Argentina a fin de 2023 con el de Uruguay en 1990. Ellas fueron elevado déficit fiscal y cuasifiscal, inflación anual de tres dígitos, reservas internacionales negativas, acceso vedado al crédito externo, economía estancada, elevada dolarización, controles de cambio (y de capitales) y fuerte distorsión de precios relativos.
El paralelismo trazado por el especialista (actual investigador principal del Real Instituto Elcano y execonomista jefe del Banco Central de su país entre 1990 y 1995) se extendió además a los instrumentos iniciales de ambos planes.
En uno y otro hubo un fuerte ajuste fiscal (previo en el caso uruguayo), bandas de flotación como ancla cambiaria, política monetaria contractiva, acumulación de reservas (aún pendiente en el caso argentino), reformas estructurales (tributaria y de seguridad social) e inyección de liquidez internacional (acuerdos con el FMI), reestructuración de la deuda uruguaya (que luego alcanzó el investment grade) y, solo en la Argentina, respaldo del Tesoro de los Estados Unidos.
Al referirse al resultado del programa de 1990, Talvi explicó que en 7 años y medio la inflación convergió a un dígito y se mantiene en la actualidad (menos de 5% anual), aunque llevó dos años bajarla a 40% anual y otros cinco y medio para llegar a un dígito. Además, en el período 1990/2024 el ingreso por habitante en Uruguay creció 50% más que en la Argentina.
A su juicio, las principales lecciones extraídas fueron “paciencia estratégica” (no forzar la baja de inflación con tasas de interés reales muy altas y/o apreciación cambiaria) y la continuidad de políticas de Estado. Por caso, cuando el entonces presidente izquierdista José Mujica recibió a un grupo de empresarios españoles, les dedicó una frase impactante: “Llegué a la presidencia, pero no al poder. No puedo cambiar nada. ¿Quieren oír algo mejor que eso para invertir?”.
Nelson Fernández, destacado periodista uruguayo, escritor y corresponsal de LA NACION desde hace 25 años, repasa cómo se gestó el plan que en 1990 puso en marcha el entonces presidente Luis Lacalle Herrera y continuaron con el mismo rumbo varios gobiernos de distinto signo político.
“Con la amenaza de una híper en puerta, los ejes fueron bajar la inflación, acotar el déficit, abrir la economía, fomentar la inversión con incentivos fiscales y pasar actividades en manos del Estado a empresas privadas. Recibía un déficit fiscal alto (7% del PBI), que se complicaba además con una enmienda constitucional de amplio respaldo popular para indexar las jubilaciones y pensiones”.
También explica que “el principal ideólogo del liberalismo en Uruguay, Ramón Díaz, había sido designado presidente del Banco Central (BCU) y en su mente estaba fija la meta de inflación de un dígito, que parecía imposible con una tendencia de aumento de precios de 130% anual. Díaz era un hombre de shock, Lacalle era ansioso –agrega–, pero ambos entendieron que para lograr éxito debían tener un plan gradual”.
Banda de flotación
En la primavera de ese año, el BCU implementó una banda de flotación cambiaria con un piso al que compraba todos los dólares que quisieran venderle y un techo al que vendía todos los que quisieran comprarle. Esos valores fueron incrementándose a un ritmo fijado oficialmente, aunque no fue explícito para el mercado hasta 1992. En seis meses, el ancho de la banda pasó del 2% al 7%. El sistema fijó luego dos porcentajes (que fueron cambiando a lo largo de 12 años) para separar piso y techo, así como un ritmo mensual prefijado para ambos límites y descendente en el tiempo, a fin de que la inflación convergiera a una tasa de devaluación más baja.
Con respecto a la adhesión política y social al plan, Fernández considera que “en realidad hubo acostumbramiento más que un apoyo explícito. Pero también es cierto que la baja constante del IPC anual demostraba que el gobierno iba logrando su propósito”.
“Puede que se haya salvado del tironeo político y gremial –añade– porque la batalla estuvo centrada en las privatizaciones impulsadas por Lacalle, que tras ser aprobadas en el Senado y en Diputados fueron sometidas a una consulta popular de dos instancias previas y un referéndum a fines de 1992. Para la izquierda (Frente Amplio y la central sindical PIT-CNT), el principal objetivo era frenar la privatización de empresas estatales, y así el plan siguió intacto y logrando efecto”.
Aunque hubo debates y reclamos sobre el atraso cambiario –agrega– “Díaz era duro y el presidente sabía que se jugaba mucho con el plan. El éxito fue que, como Uruguay no tiene “refundación” con cada cambio de gobierno, el equipo económico de Julio María Sanguinetti, que volvió a asumir en 1995, le dio continuidad al plan”.
En octubre de 1998 la tasa anual móvil del IPC fue de 9,9% y se llegó al objetivo de un dígito. “El ministro de Economía, Luis Mosca (del Partido Colorado, batllista), recibió en su despacho a su antecesor, Ignacio de Posadas (del Partido Blanco, nacionalista), y con unas pizzas del bar de la esquina celebraron el logro. El plan se mantuvo con el presidente Jorge Batlle y en diciembre de 2001 la inflación cayó a 3,59% anual”, destaca el periodista.
Aun así, el programa uruguayo sufrió el impacto de varios shocks externos, principalmente de la Argentina tras el estallido de la convertibilidad a fin de 2001. En junio de 2002 se anunció el fin de la banda cambiaria (tras las devaluaciones previas del real brasileño y el peso argentino) y la libre flotación hizo que el dólar saltara de 17 a 32 pesos uruguayos y elevara la inflación interanual a dos dígitos, hecho que no volvió a repetirse.
Hace poco más de dos meses, Nelson Fernández presentó en Montevideo su último libro (¡También libertad!) por los 40 años de democracia en su país. Hubo dos presentadores: los expresidentes Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle Herrera, referentes de sus respectivos partidos políticos. También iba a asistir el actual presidente, Yamandú Orsi, que no pudo hacerlo por problemas de agenda, pero estuvo la vicepresidenta, Carolina Cosse. Un hecho tan envidiable como imposible en la Argentina, donde tres políticos de distinto pensamiento no pueden compartir un mismo recinto sin insultarse mutuamente.





