Tienen a Buenos Aires en la mira
Sonia Berjman: defensora de parques y estatuas
A los 71 años, Sonia Berjman sigue engrosando su legado cultural. Lleva escritos 20 libros sobre el patrimonio de la ciudad, principalmente plazas, parques y jardines. El próximo libro se referirá a la plaza Alvear, conocida como Francia, un espacio de Recoleta que ella salvó o al menos evitó que hirieran de gravedad. "En enero de 2012, volvía de vacaciones y vi la plaza vallada. Estaban haciendo excavaciones para hacer una boca del subte H. Pero es una plaza de 1897, diseñada por Carlos Thays y declarada Área de Protección Histórica. Al final, la estación se hizo del lado de la Facultad de Derecho", dice la mujer que es doctora en Historia del Arte y en Filosofía y Letras. Por esa acción que frenó la obra, la Ciudad la demandó y le reclama $ 23 millones de pesos.
La falta de políticas claras respecto de la conservación del patrimonio la empujó desde joven, a los 30 años, a conjugar su trabajo de historiadora con un rol parecido al de una activista. Casi nunca fueron suficiente argumento los documentos que acreditaban el valor histórico, paisajístico o simbólico de un lugar. "La primera pelea fue a principio de los 80, para preservar el Abasto, una de las dos obras, junto con los silos de Bunge y Born, que estudiaban las universidades más prestigiosas del mundo. Escribí artículos, me junté con funcionarios; hice lo que pude. Pero ahora hay un shopping".
Sonia, que acaba de grabar un especial para la CNN sobre su trabajo, cuenta victorias y derrotas. Una de sus luchas se desenvolvió durante un congreso de arquitectura. "Un arquitecto tenía un proyecto para tirar abajo la sucursal de Sucre y Cabildo del Banco Provincia y hacer un edificio nuevo. Expuse que era una construcción emblemática de la arquitectura bancaria del siglo XX, un hito para Belgrano. Y le pregunté delante de todos por qué quería gastar energía en tirar abajo una obra para hacer una peor. El histórico banco sigue en pie".
Osvaldo G. Echevarría: por los bosques de Palermo
Hace tres décadas, Osvaldo Guerrica Echevarría salía a correr por los bosques de Palermo. Esa relación tenía con el Parque Tres de Febrero hasta 1989. Desde ese año, su vínculo con el espacio verde más grande de la ciudad se convirtió en una obsesión de la que los porteños deben estar agradecidos. "Me involucré con el parque porque dos vecinos empezaron a juntar firmas para evitar que los autos estacionaran sobre el pasto. Así nació la Asociación Amigos del Lago de Palermo. Al año siguiente, en 1990, evitamos con 11.000 vecinos y un abrazo al lago que el entonces intendente Carlos Grosso privatizara 60 hectáreas que iban de Dorrego a La Pampa", cuenta este arquitecto de 73 años que vive en Palermo.
El plan de Grosso iba a permitir que se organizaran exhibiciones de lanchas en el lago Regatas y que se construyera un hotel y un shopping. Los reclamos formales para conservar el parque nunca se detuvieron desde ese año.
Entre 1995 y 2014 y por gestión vecinal, distintos fallos judiciales o resoluciones administrativas permitieron que se recuperarán 11 hectáreas que utilizaban irregularmente varios clubes y comercios. La asociación tiene 1000 socios, de los cuales 15 conforman la comisión directiva que preside Osvaldo. "Uno de los principales atropellos a este lugar declarado Área de Protección Histórica es el paseo gastronómico que hay debajo de las vías, en donde era el viejo Paseo de la Infanta. Según el código, no puede haber comercios ahí, pero hay uno en cada puente", apunta.
Dos defensas del patrimonio ocupan a la ONG hoy: que se derogue la ley de la ciudad que habilita la posibilidad de instalar bares en espacios verdes y que se frene y revise la construcción de un nuevo acceso al Jardín Botánico, que es parte del parque. "Por las obras del Botánico se logró que se frenaran e interviniera la Comisión Nacional de Monumentos", señaló Osvaldo y explicó que ese acceso no respeta el diseño elaborado por Carlos Thays en 1892.
Mario Oybin: pelea contra las torres de Caballito
El 22 de mayo de 2008, Mario Oybin pudo festejar el cumpleaños de su mujer con la seguridad de que el quincho que tiene en el fondo de su casa y donde suele reunirse la familia no iba a quedar bajo la sombra de alguna torre. Ese día, la Legislatura porteña sancionó la ley 2722, la norma con la que los vecinos de 80 manzanas de Caballito consiguieron que la nueva altura máxima para los edificios sea de 13,50 metros. Dos años antes, Mario había colgado un pasacalle sobre Cucha Cucha al 900. Decía: "Acá se intenta construir un edificio que alterará las características del barrio. Unámonos para resistir". "Y resistimos", cuenta Mario, que tiene 67 años y es vendedor de químicos. A Mario lo movilizó la desesperación que le provocó un cartel que anunciaba que justo al lado de su casa, donde ahora hay un edificio de tres plantas, iban a levantar una torre de 10 pisos.
"Empecé por eso. Pero después me encontré con que eran 60, 80 o más, las torres que se querían hacer en Caballito. Había muchísimos vecinos desesperados. Así nació SOS Caballito". Esa agrupación fue la que unificó esfuerzos y la que "le hizo erizar la piel a los funcionarios". "Hacíamos movilizaciones cada 15 días. Los diarios hablaban de «la marcha del sol» en alusión a que uno de nuestros reclamos era el temor a que las torres nos dejaran en penumbras".
Mario vive en Caballito desde 1989, cuando pudo construir su casa de dos plantas. "El patrimonio del barrio son sus árboles, sus casas de uno o dos pisos. El silencio. O el cantar de los zorzales. Eso quisimos preservar". Cuando la ley que limitaba la altura de los edificios había traído tranquilidad al barrio, una desarrolladora empezó a revelar sus planes de construir un shopping en Avellaneda y Fragata Sarmiento. Pero para hacerlo necesitan un permiso excepcional de la Legislatura, un tratamiento que aún no logró consensos tras cinco intentos.
María Usandivaras: detrás de los edificios históricos
En la computadora que María Carmen Usandivaras tiene en su departamento de Recoleta guarda infinidad de carpetas con nombres de edificios de la ciudad. En cada carpeta hay fotos, textos en los que un especialista detalla el valor arquitectónico, histórico o simbólico de la propiedad y, por lo general, un archivo Word que ella redacta y que en muchos casos significó la supervivencia del sitio. "¿Cuántos amparos presenté en la Justicia? Te juró que no lo sé. Pero te puedo decir que le dedico cuatro horas por día a seguir expedientes, revisar presentaciones y armar escritos", cuenta María Carmen, que es abogada, tiene más 60 años y es la presidenta de Basta de Demoler, una ONG creada en 2008 por vecinos que empezaron a ocuparse de una lucha por preservar edificios históricos.
El grupo, del que participan unas 30 personas, dio por lo menos 50 peleas por mantener en pie casas, conventos, calles de empedrado, cines y hasta comercios. "Mi primer amparo fue por un petit hotel de Callao 924. Lo iban a demoler por completo pero conseguimos que preservaran al menos un salón", recuerda María Carmen, que es viuda de un diplomático y tiene dos hijos.
"Viví en Japón. Ahí noté cómo preservan edificios históricos y cómo hacen un culto a su historia". Aunque le cuesta poner un logro por sobre otro, María Carmen enumera las luchas que más satisfacción le dieron: "Logramos preservar los adoquines de la calle Defensa, evitar la demolición del Teatro del Picadero, frenar la construcción de una torre dentro del convento Las Victorias y proteger el colegio La Salle".
El último gran logro de la ONG fue en octubre del año pasado, cuando el Superior Tribunal de Justicia porteño resolvió rechazar las quejas interpuestas por el gobierno de la ciudad y un inversora y de esa forma dejó firme el freno judicial a la construcción de una torre en el terreno lindero al monasterio de Santa Catalina de Siena, en Viamonte y San Martín.