Aquello que no queremos perder
La novela Estonia no es una simple distopía: al leerla, se siente la pesadilla cercana y no se puede soltar el libro hasta la página final
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No es la antípoda (cualquiera sabe que Corea es el punto del globo terráqueo más lejano a nosotros y por eso, si Pyongyang detonara una bomba atómica, vivir acá sería lo más seguro), pero Estonia bien puede describirse como un lugar que está del otro lado del mundo. Junto con Letonia y Lituania, es uno de los tres países bálticos que integraron la Unión Soviética y el sitio preciso, pero inasible, en la imaginación del escritor Carlos Ríos: en su novela Estonia, recién publicada, imagina un planeta a mitad de camino entre el presente y el futuro donde la geografía es, también, un estado de la mente.
Primero, el futuro (¿el siglo que viene o este mismo siglo dentro de unos años?). En un planeta devastado por algún desastre, un domo separa el adentro del afuera y una mujer condenada a muerte trafica barbijos de segunda mano para entrar o salir de Estonia, una tierra prometida por un Estado totalitario. Después, el pasado. En la segunda parte del libro, los recuerdos de viaje de un hombre por Estonia ubican su travesía en un punto exacto de la historia reciente: la pandemia de Covid y el rosario de argentinos “varados” en el exterior. Y después aún, en la tercera parte, las historias y los tiempos se cruzan… Estonia, la novela, no el país, propone una distopía vertiginosa en las desventuras de esa mujer y este hombre y si la narrativa abunda en referencias pandémicas (los barbijos, el confinamiento, la idea de una nueva normalidad, etcétera), el lector siente la pesadilla cercana y no puede soltar el libro hasta la página final. Docente, escritor y editor, Ríos nació en Santa Teresita y vive en La Plata, muy lejos de Tallin, pero esta aventura tiene resonancias universales.
Carlos Ríos imagina un planeta a mitad de camino entre el presente y el futuro donde la geografía es, también, un estado de la mente
Apocalipsis, ahora. “El proyecto de armar un mundo dentro de este después de haber sobrellevado la peor pandemia del siglo terminaría por colapsar”, escribe Ríos en las primeras páginas de Estonia, cuando el país báltico recién se insinúa como un paraíso posible, sin drama ni conflicto, algo así como “el otro lado del otro lado”. Confieso que leí muy poco a Kant, pero justo después de terminar Estonia me topé con esta frase: “Igual que Kant pensaba que imaginar un futuro mejor podía contribuir a su realización, imaginar uno peor puede señalar aquello que no queremos perder”. ¡Cuánta verdad! La distopía (según el diccionario, “la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”) reina en la ficción contemporánea y motivos sobran: por cómo van las cosas, solo podemos imaginar un futuro peor que este presente. Sin embargo, me gusta pensar que la distopía tiene una razón cabalística, casi de antimufa, como cuando imaginamos que va a pasar algo malo… para que no pase. Así, Estonia, el país, no la novela, cumple una función moral: un “país que quiere aparentar un Uruguay sin termo ni mate”, según Ríos, o un lugar al que viajar con la mente cuando el presente parezca yeta.

La fábula negativa nos vuelve lúcidos. De uno u otro lado del domo, o del planeta, nos contamos historias de un futuro amenazador así como ponemos canciones tristes para sentirnos mejor. El arte permite esas cosas: aun en la placidez de la lectura reposada, un estado de alerta nos advierte que ahí afuera existe “un mundo carcomido por las sospechas y un sinfín de fantasías”.
ABC
A.
Junto con Letonia y Lituania, Estonia (capital: Tallin) es una de las tres repúblicas sobre el mar Báltico que integraron la Unión Soviética.
B.
En la pandemia, el escritor bonaerense Carlos Ríos recorrió Estonia desde su casa a través de Google Street View y tomó apuntes de viaje.
C.
Esos registros y una trama futurista-distópica conforman la novela Estonia, que transcurre en un futuro de tierras devastadas y viajes mentales.
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