La curiosidad de los chicos, en forma de libro
Los 25 años de la editorial iamiqué, creada con mirada actual por dos científicas
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“Tratamos de hacer los libros que a las dos nos hubiera encantado leer de chicas”, dice la bióloga Ileana Lotersztain que junto a la física Carla Baredes creó hace 25 años ediciones iamiqué para producir libros de divulgación científica para chicos.
La editorial tuvo doble festejo: además de celebrar un nuevo aniversario, fue nominada para competir con sellos de todos los continentes por el premio a la excelencia editorial en la Feria del Libro Infantil de Bolonia, una especie de “Oscar” a las propuestas literarias para niños y adultos. Aunque no se llevaron el galardón, la nominación fue un premio en sí.
Las dos científicas dirigen hoy el proyecto con un cuidado catálogo que incluye exclusivamente títulos informativos, de ciencia en principio, pero también de historia, de filosofía, de ESI y diversidad, y hasta una nueva colección sobre el ejercicio de la democracia.
La mirada siempre actual, el lenguaje accesible (que jamás subestima) y el trabajo de los ilustradores completan una propuesta con más de 80 títulos que por igual encantan a chicos, grandes y docentes. Desde su sede en el barrio porteño de Chacarita, las dos mujeres reflexionaron con LA NACION sobre la historia y presente de su proyecto.
–¿Cuál es el “corazón” de los libros de iamiqué, eso que los vuelve tan especiales?
Ileana. Son libros informativos, pero no son textos para la escuela: están creados para leer por placer. No es que están orientados a que alguien aprenda, aunque por supuesto sí se aprende. Generan más preguntas que respuestas, porque lo que buscan es mantener viva la curiosidad. Tratamos de hacer los libros que a las dos nos hubiera encantado leer de chicas. Y si bien nunca los pensamos para el ámbito escolar, nos fuimos dando cuenta de que los docentes los aman. Siempre nos cuentan que les genera un clima divino para trabajar ciertos temas.
Carla. Otro aspecto que hace a nuestro sello es el enorme trabajo detrás de cada título. Todo lo vamos charlando muchísimo con los autores, con los ilustradores, con nuestro diseñador. Son libros que demandan una enormidad de tiempo. Por ejemplo: cada detalle tiene que estar recontra chequeado. Me acuerdo de que una vez había un lagarto que tenía la cola toda enroscada en un rulo muy simpático. Ile lo mira y me dice: “La verdad, no creo que la estructura ósea del lagarto dé para esa cola”. O en el libro sobre la historia de los transportes, en una ilustración sobre los primeros automóviles, aparecía un auto rojo. Le pregunté a la ilustradora: “¿Estamos seguras de que venían en rojo estos autos?”. Lo investigamos y resulta que solo los fabricaban en negro y verde, así que lo terminamos cambiando.
–¿Y cómo surgen los temas y enfoques para los libros?
Carla. Algunos se nos ocurren a nosotras, puede ser acá en la editorial, en la ducha o en cualquier lado. Me gusta mucho también escuchar charlas de pibes. Y pensar en lo que está en conversación, esas cuestiones que surgen y sobre las que empezamos a interesarnos. También hay modas, o tendencias que pescamos cuando vamos a Bologna. Y después están los temas que nos proponen los autores. Hace un tiempo nos acercaron un libro sobre Darwin. Al principio dudamos: ¿otro libro sobre Darwin? Pero lo leímos y nos enganchamos, nos terminó pareciendo valioso y “iamiquense”. Así surgió Una gran familia, un libro escrito por un epistemólogo que habla de cómo Darwin nos ayudó a entender quiénes somos y de dónde venimos. Otra vez vino Valeria Edelsztein y nos dijo: “quiero escribir un libro sobre las estaciones del año y cómo provocan cambios en el ambiente, en el cuerpo y en nuestra vida cotidiana”. Al final no fue un libro sino una colección de cuatro títulos, uno para cada estación, que se llama Ciencia todo el año.
-¿Tienen algún título predilecto?
Ileana. En general nos encanta todo el catálogo: lo miramos y seguimos estando muy orgullosas. Tal vez la colección de la sopa (Biología hasta en la sopa, Física hasta en la sopa, Química hasta en la sopa) me gusta especialmente, porque muestra de qué manera estas disciplinas están presentes en todo. Además es una serie a la que le fue muy bien, se tradujo incluso a muchos idiomas.
-¿Hay algún aspecto puntual en el que los contenidos y el tono hayan ido cambiando en estos 25 años?
–Siempre estuvimos muy atentas a las cuestiones de género, la diversidad y la inclusión. Son temas que nos interpelan. Toda la movida de los últimos años nos motivó a tenerlas siempre presentes, tanto en los textos como en las ilustraciones. Allá por 2015 publicamos De familia en familia, un libro sobre diversidad familiar. Lo escribieron dos psicoanalistas, y cuenta quince modelos de familias ilustrados por quince ilustradores diferentes. Antes de cerrarlo convocamos a Gabriela Larralde para que revisara las ilustraciones y ahí fue gracioso porque nos hizo notar que no había una sola mujer con pollera, o que prácticamente todos tenían anteojos. Como sea: estamos todo el tiempo revisando y actualizando.
¿Y a mí qué me importa?
Corrían los 90. Carla ya se había recibido de física y empezó a dar sus primeros pasos en la investigación: era el tiempo en el que Domingo Cavallo mandó a las científicas “a lavar los platos”. “La verdad es que me venía aburriendo –confiesa–. Había algo del quehacer científico que no me convencía”. Estaba embarazada de su segundo hijo. Y su grupo de trabajo se terminó disolviendo.
Como siempre le había gustado la divulgación, se anotó en un curso de periodismo científico. Ileana, en paralelo, se recibía de bióloga sabiendo desde el vamos que el trabajo de laboratorio no le interesaba demasiado. Se inscribió en el mismo curso que Carla, y ahí ocurrió el chispazo que siempre sucede cuando dos almas parecidas por fin se encuentran. Fue en el 97.
Tiempo después colaboró con los suplementos de ciencia de algunos diarios y empezó a trabajar en una editorial “textera” escribiendo los manuales de biología. Luego la sumó a Carla para que se ocupara de los de física, y como era un trabajo bastante solitario, las dos se empezaron a juntar en el altillo de Ileana para ir leyéndose los textos, pelotear ideas y de paso chusmear.
Ileana no tenía hijos todavía, Carla mudó allí su compu. A las dos les llamaba la atención la cantidad de contenidos valiosos e interesantes que se terminaban quedando afuera de los manuales, un poco por temas de espacio, pero también porque no tenían tanto que ver con los programas de las escuelas. Así les empezó a rondar la idea de, con todo eso, generar algún material científico para que chicos y chicas los leyeran “por placer”.
“Ibamos anotando ideas, temas”, rememoran. “Y después pasaba que, cuando sos científica, los chicos en general, sobrinos o hijos de amigos, siempre te están preguntando cosas. Fuimos tomando nota también de esas preguntas, a veces complicadísimas de responder, y pensamos primero en producir fascículos para que se distribuyeran con algún diario”.
Una amiga los diseñó, la pareja de esa amiga los ilustró y el marido de Carla, de familia imprentera, los imprimió. En el medio se dieron cuenta de que, más que fascículos, ya tenían un libro entero. Primero las dos salieron a recorrer librerías y al mejor estilo mistery shopper se inventaron que tenían un sobrino muy curioso y así fueron preguntando a los libreros por títulos para satisfacer su presunto inagotable “deseo de saber más”.
Pero de lo poco que había todo era muy formal, o venía traducido de afuera, o era incluso lo mismo que ellas habían leído de chicas. Títulos que ni siquiera tenían un anaquel definido: igual podían quedar al lado de los manuales que de la biblia para niños.
“Empezamos a preguntar a la gente del medio qué posibilidades teníamos de publicar ese libro –recuerda Carla–. Y todos nos decían… que no. Tenemos todavía el compendio de frases: ‘No se puede salir al mercado con un solo título’. ‘Tenés que estar inyectando novedades todo el tiempo’. Y la estrella: ‘Solas no van a poder’. Nos fuimos a la Cámara del Libro y consultamos. Nos dijeron que las posibilidades eran dos: hacer una edición de autor… o fundar una editorial”. Ileana completa: “Ahí paraditas frente al mostrador decidimos que preferíamos la segunda opción. Todo era bastante desalentador. La sensatez indicaba que no lo hiciéramos. Podíamos desistir. O podíamos hacerlo igual y decir ‘Y a mí que me importa’, como dicen los chicos. Ahí surgió la editorial y el nombre de ‘iamiqué‘”.
Ese primer libro fue Preguntas que ponen los pelos de punta, del que después hubo dos tomos más, y con una salida mucho mayor a la que imaginaban. Siguieron avanzando desde el altillo de Ileana, conservando al principio otros trabajos para sostenerse. En 2006 llegó un llamado de la subdirectora del programa nacional de lectura de México: les pedía encontrarse en la Feria de Guadalajara para que le presentaran su catálogo. Dijeron que sí, viajó Carla.
La funcionaria se quedó fascinada con los títulos y el tratamiento, pero había un problema: todo estaba escrito de “vos”, en argentino. En el medio apareció un representante local que quiso hacer la inversión para reeditar los libros, así que después de trabajar en eso un verano entero (hubo que reescribir casi todos los textos) los mexicanos terminaron seleccionando para su plan nacional de lectura siete de los nueve títulos presentados por iamiqué.
La decisión significó para la editorial un trampolín hacia otro escalón bien diferente: se ampliaron, tuvieron una oficina propia, comenzaron a exportar, a comprar derechos de traducción de títulos editados originalmente en otros idiomas y a vender también los derechos de traducción de sus propios títulos.
–¿Qué reflexión hacen después de todo este recorrido?
Ileana: Estamos felices de habernos conocido y de ser socias. Nos extrañamos cuando nos vamos de vacaciones. Y después de 25 años de trabajo nos sigue emocionando cada libro. El disfrute no lo perdimos nunca. Queremos seguir haciendo esto: los libros que nos gustan, por muchos años.
Carla. Para los tiempos que corren manejamos una editorial que es casi combativa: hacemos libros de ciencia, de ESI, de diversidad, sobre el valor de la democracia. Pero hay algo más. En la última feria de Guadalajara fui a la presentación de un libro que planteaba el encuentro de un niño con diferentes adultos paseando por una misma calle. Lo especial era que según la profesión de ese adulto –historiador, arquitecto, etc.– ofrecía una mirada distinta. Pero resulta que, mientras lo comentaba, la directora del Consejo Puebla de Lectura dijo: “Lo primero que quiero rescatar de este libro es que muestra a personas adultas dispuestas a conversar con un niño”. Enseguida pensé: ‘Guau: cuánto se necesita que existan estos momentos de lectura’. Y a la vez, que eso es lo que desde iamiqué precisamente hacemos: crear títulos que convocan por igual a chicos y grandes, que se leen en familia y que por encima de todo invitan a conversar.
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