“La revolución, hoy, es volver a la belleza”, dice NicoIa Costantino, una de las creadoras más provocadoras y originales de nuestros tiempos
Luego de paraísos de flores, un árbol monumental y su paso por el Teatro Colón, considera que “el arte contemporáneo no tiene por qué ser feo”
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El 2023 podría ser el gran año de la artista Nicola Costantino, como tantos otros. Pero este es especial, porque estuvo dedicada a tres grandes obras, muy grandes, que comparten un valor raro en estos tiempos y en su producción: la belleza.
Comenzó sembrando un paraíso de dos mil flores de cerámica en el hall de la Fundación Santander que todavía está en pie. Siguió con un capolavoro: la obra multidisciplinar Artista Ex Machina en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), con fotografías, videos, instalaciones y esculturas en una performance teatral de una hora, con música original de Esteban Insinger, y la dirección escénica de Martín Antuña y Victoria Roland. Costantino fue también guionista, actriz, vestuarista... “una obra total”, la define.
Cierra el calendario con la implantación de Arbórea Magna, un árbol de hierro, cerámica y 700 hojas lumínicas de 34 metros de altura en el Parque de la Innovación, ubicado en avenida Figueroa Alcorta y Udaondo. Es el resultado de un concurso realizado en 2022, en el que obtuvo el primer premio.
Entrar en la casa de la artista es toparse con ella una y mil veces. En el piso, es un maniquí desmembrado. En fotos, una cocinera tenebrosa y en el tocador, una mujer coqueta que se peina y maquilla, eternamente atrapada en un espejo. Cerca, está su colección de prêt-à-porter de peletería imitación humana... pero toda esa etapa algo siniestra y sórdida ha quedado atrás.
Un paso más allá, se abre un jardín de plantas naturales que compiten en delicadeza con las flores que modela cada noche frente al televisor. Ramos de colores y formas deliciosas que son el nuevo leitmotiv del trabajo de una de las creadoras más provocadoras y originales de nuestros tiempos. Hoy la revolución pasa por otro lado para Nicola. “El arte contemporáneo no tiene por qué ser feo y mal hecho”, dice.
Su living es un criadero de gusanos de la seda, que ya se han vuelto mariposa. Una polilla blanca, en realidad, que vive poco más de 48 horas, para copular, poner huevos y morir. El trabajo “artístico” lo hicieron antes, cuando eran larvas y tejieron kilómetros de hilo de seda enrollados en capullos.
–¡Se están moviendo!
–Sí. Son peluditas, si las tocás, suaves como la seda. Pusieron miles de huevos. El año que viene voy a tener que alimentar a los gusanos con toneladas de hojas de mora, que es lo que más les gusta.
La seda es la fibra más larga de la naturaleza, no tiene cortes. Laz fibras que salen de plantas pueden tener el largo de la rama y se tiene que ir trenzando. En cambio, cada capullo de seda, no me vas a creer, tiene 2000 metros de hilo, diez veces más fino que el cabello y más resistente.
–En este tocador, el espejo es en realidad un video donde sos vos quien se arregla frente al espectador.
–Se llama Vanity y lo presenté en arteBA en 2010. Me maquillo y me peino, me desmaquillo y me vuelvo a alisar el pelo, me hago rulos, así en loop. Algo que tiene que ver con lo que estoy haciendo ahora: siempre hice en mis obras citas de otros artistas, pero también de mis obras del pasado. Me di cuenta de que lo que estoy haciendo es obra regenerativa. Es lo más importante en este momento en todo sentido. ¿Por qué tiene que ser que una obra se terminó y ya está? Mientras viva el artista puede hacer lo que quiera con la obra, regenerarla en otra obra y en otra, y así. El doble mío que hice para Trailer resultó ser hoy el lugar donde crecen los capullos de seda y se transforma en otra obra. Con Vanity, voy a filmarme como estoy ahora y voy a hacer una metamorfosis: me peino, me maquillo y voy envejeciendo. Esa obra va a terminarse cuando yo me muera. Hay que ir derribando de a poco las cosas que nos impone el mundo del arte, que se cree muy libre, pero es de lo más prejuicioso: la obra única y la obra que está terminada no se puede modificar, no se puede tocar. Por ejemplo, si un artista quiere hacer un retoque de alguna obra en una colección se arma un lío tremendo. Una vez, llamaron a un artista para restaurar una obra suya en un museo, y al hacerlo, la modificó: ¡le hicieron juicio!
–Tu doble ya participó en varias de tus obras: una película, fotos, ahora teatro...
–Empezó en Trailer, que tenía que ver con mi maternidad y la termino tirando por las escaleras. Son todos fragmentos que ahora están en el piso con los hilos de los gusanos de seda. En el Colón, fue parte de una gran instalación: estaba el telar de una naturaleza muerta que se destejía, pasaba por la doble y seguía y envolvía un piano que tocaba solo.
–Cuántos nuevos caminos tomaste este año.
–Todo un nuevo paradigma. Me sentí como a los 25 años otra vez. Por primera vez, todo. La experiencia en el Colón fue hermosa. Lo más cercano que había hecho a esto fue en cine. ¡Trabajar en equipo con gente seria! Hay un cualquierismo a veces en el arte, “hace lo que quieras que está todo bien”. Ahí, no. No tiene por qué ser así. Podés trabajar con una enorme complejidad, sin dejar de ser libre. Con guion, composición, escenografía, vestuario, iluminación, ¡todo es importante! Son muchas capas, mucho talento trabajando todo junto. Mientras ensayábamos, no tenía conciencia de cómo se iba a ver porque, la verdad, no lo ves hasta que se estrena. Cuando se estrenó no lo podía creer. Es la obra de arte total.
–Después de la obra total, ¿vino la obra más grande?
–Arbórea Magna. Siempre me interesó el tema de la escultura pública, por ser escultora. Hay una separación entre los artistas plásticos y los monumentos. La ciudad es medio un mamarracho, todo muy antiguo, con alguna donación esporádica. Yo hice el boceto con la idea de este árbol para un concurso y me lo dieron a mí. No sabía que iba a tener 34 metros de altura. Cuanto más grande, más limitado, porque tiene que ser seguro como para aguantar el peor temporal que pueda llegar a suceder, quizás en cien años. Tiene que estar preparado para eso, no se puede caer. Lo construyó en hierro galvanizado una empresa que hace puentes y edificios. Está hecho para que dure. El vandalismo existe.
"Hay que pensar otras vías para el arte, para desarrollarse en todo sentido y, también, para ganar plata"
–¿Qué te inspiró?
–Algo que siempre me encantó es el Palacio de Aguas, que veo cuando vuelvo a mi casa por Avenida Córdoba. Es todo de cerámica, de gres. Lo trajeron de Inglaterra en partes, hace cien años, y lo armaron como un rompecabezas. Y entonces pensé en hacer una escultura para el espacio público en gres, que resiste tanto como la piedra, el ladrillo o el metal. Tiene la fragilidad mecánica de que si lo golpeás, se rompe. Entonces, la idea de mi árbol era hacerlo hacia arriba medio robótico, con la tecnología de última generación en las luces que se pueden programar con todo tipo de dibujos, danzas y cambios de colores. A la vez, lo que va hacia abajo, en la tierra, es lo ancestral, la cerámica. El piso donde está plantado el árbol es todo hecho con la técnica milenaria japonesa neriage nerikomi, con dibujos que son como rosetones de flores y plantas de mucho color. El árbol está en una isla rodeado de agua, entonces vos no podés caminar en ese piso, pero lo ves porque el foso de agua es muy chico y además hay una pasarela que te hace pasar por debajo de la copa del árbol. También tiene un buen lejos: lo ves desde los aviones.
–¿Es diferente una obra cuando es para espacio público?
–Cuando hacés una obra para vos, para una galería o para un museo es diferente de cuando hacés algo para el espacio público. La gente tiene contacto con la obra sin buscarlo, se encuentra con eso. Entonces, tiene que tener una conexión porque lo peor que puede pasar con el monumento es que genere indiferencia o que no lo entiendan. Tiene que tener algo con lo que la gente se pueda conectar.
–¿Con qué conecta?
–Conceptualmente, es un monumento a lo más importante hoy, que es generar conciencia de la belleza y la generosidad del universo vegetal. El árbol es lo más importante del mundo vegetal y es lo que nos va a salvar.
–Lo mismo que con las flores de Pardés, que aparecen en Artista ex Machina.
–Al final del recorrido, el público llegaba a una especie de sala con cuatro columnas y yo las transformé en árboles de flores. Justo antes de la pandemia, estaba trabajando con la idea de la naturaleza muerta. Muchas veces trato de rescatar cosas que tienen un valor fundamental para las artes, pero que el arte contemporáneo desprecia. Lo mismo, la belleza. Desde el Siglo XX, se piensa que el artista que hace flores es un artista poco comprometido. Entonces mi desafío era recuperar eso y presentarlo en el arte contemporáneo con todo el valor poético que todavía tiene para aportar. Hice una naturaleza muerta, un bodegón de verduras, frutas y la carne que son mis pies, con otra técnica milenaria o centenaria, no sé, que es el tapiz. Es una tela tejida con hilos de colores, que me hicieron en China en una fábrica de gobelinos a partir de la digitalización de una imagen que mandé. Yo lo que hice fue agujerearlo, romperlo, deshilacharlo en las partes orgánicas que se van a degradar. Estaba haciendo eso, y pensé en la otra naturaleza muerta por excelencia que es el jarrón con flores... y empezó el Covid en China y me quedé sin poder hacer ese tapiz. Estaba con ganas hace tiempo en experimentar con la pasta coloreada para hacer dibujos en arcilla, y entonces pensé en hacer con esta técnica el jarrón con flores que me había quedado pendiente. Arranqué así.
–Entre flores está la Flor Azteca, tu personaje final en Artista Ex Machina. ¿Qué es?
–Es un dispositivo o artilugio del Siglo XIX que era como una cabina toda forrada de tela con cortinas y pompones y un juego de espejos, donde hay un jarrón del que salen flores y la cabeza de una mujer, que esconde su cuerpo en la cabina. El efecto óptico es que la mujer está adentro del jarrón, y por plata predice el futuro. Una estafa que se usaba en las ferias de entretenimientos y kermeses. Todo tiene algo de operístico pero también de popular. En la escena final, el público llega a Pardés, un Paraíso todo de flores, donde está la cabina de la Flora Azteca con una cabeza mía de yeso. Durante 15 o 20 minutos, bailarines y acróbatas hacen cosas increíbles, contorsionistas andróginos, de los mejores del país. Montañas humanas, imitaban algunas estructuras del Jardín de las Delicias... En un momento una de los acróbatas cierra la cortina y yo cambio la cabeza de yeso por mi cabeza y cuando la abre, ahí estoy. Viene el personaje principal de la obra, que es un señor de 1920 con galera en su casamiento, salido de la foto que hice a partir de una de Martín Chambi. Después de atravesar todo, ya está totalmente desestructurado y confundido porque la idea de la obra es buscar dónde hacer preguntas. Y la respuesta es a través del arte. Pero el arte tampoco te puede dar ninguna respuesta. Entonces él llega y se encuentra así con la Flor Azteca y empieza a preguntarle cosas, ansioso y angustiado. Yo abro los ojos y le digo: “Recuerda que morirás”. Se cierran las cortinas y vuelo suspendida por una grúa y doy un discurso escrito por Gabriela Stoppelman, poesía ininteligible que repasa todos mis trabajos: Eternos capullos de lo divino, / trepan la cuerda del tiempo / con la ilusión de medir la distancia con nuestro pasado. / La cuerda de pronto se hace cinta, cáñamo, correa, / hilo de seda para el Dios monstruito escondido en el ondular de mínimos gusanos; / se hace tendón de arcilla, que harta de su contorno ancestral, / despabila su materia sobre un brazo de naturaleza muerta... Termino repitiendo: “El micelio nos salvará”.
–¿Qué es el micelio?
–Un hongo que crece por debajo de la tierra y que es la Internet del mundo vegetal. A través del micelio, que tiene el tamaño del pelo humano, se forma una red que lleva información de un árbol a otro y entre las plantas. Hay un documental en Netflix, Hongos fantásticos. ¡Es Avatar! Pero en serio. El micelio se alimenta de hidrocarburos. Cuando aparecen esas manchas de petróleo en el mar, le tiran una cantidad de micelio y se reduce... ¡se la comen! De verdad, el micelio nos va a salvar. Si algo puede salvarnos es esta maravilla. Se están estudiando sus aplicaciones. Es todo muy nuevo.
–En cambio, ¿el arte contemporáneo ya es anciano?
–Sí, ya tiene 100 años. Y no cambió gran cosa. Hasta los sesenta, todavía había cosas nuevas. Ahora cambia de una manera menos espectacular que antes. Ya nada es escandaloso. Y cualquier cosa escandalosa parece vieja. Parece que el arte contemporáneo tiene que ser feo y mal hecho. Y un montón de supuestos: el artista tiene que trabajar solo, no hay cultura de trabajar en equipo, tampoco hay recursos para que el artista haga producciones importantes. Pero eso también es porque se lo mantiene al artista con un pie en el cuello para que no levante cabeza porque no hay desarrollo, no hay mercado. No sirven las galerías: es una estructura de negocio inaceptable. La galería es un socio en la ganancia, nada más, y se lleva el 50%. Si vendés, bien, y si no vendés no le importa. Entonces el artista está totalmente coartado y no puede crecer. Tenemos dos o tres museos, lamentablemente con décadas de mala gestión y una visión totalmente sesgada y arbitraria de quiénes pueden exponer ahí. Toda una conjunción de cosas muy contraproducentes.
–¿Cómo lográs vos hacer estas superproducciones?
–Busco y salgo de eso. No es mi meta últimamente exponer en una galería o ir a una feria internacional. Eso no es todo en mi vida como artista. Pareciera que eso es lo máximo que te puede pasar. Ni la Bienal de Venecia es tan importante, la verdad. Ya fui, ya me la saqué de encima. Si no, toda la vida es “¿cuándo me elegirán?” y pensar proyectos y esperar a que un día te toque. Ya gané el Premio de Honor en el Salón Nacional. Ya está.
–¿Y ahora cuál es tu meta?
– Tratar de gestionarme yo, producir. Derribar estos mitos, como que la obra tiene que ser única. Regenerar obras. Otra cosa que quiero cambiar en el arte es hacer cosas nuevas. Uno es víctima de todos los prejuicios que lo rodean. Yo hacía esculturas y peletería, y siempre me gustó la gastronomía, y no me animaba a mezclarlo, porque pensaba que la comida no era arte. Me autocensuré. Hasta que me animé y empecé a hacer estas performances gastronómicas. Cuando empecé a hacer fotografías, también pensaba que no me iban a aceptar. La gente se va a pensar que me volví loca, yo no aprieto el botón. ¿Qué soy? ¿La fotógrafa? ¿La modelo? ¿La autora? De a poco me fui animando, me fui arriesgando. Empecé a hacer cerámica y la gente me preguntaba qué tenía que ver con los chancho bola: ¡que los hago yo! Los hice hace treinta años porque era un momento coyuntural de Latinoamérica y del arte político conceptual. Hoy ya no, eso ya es otra vida, otra cosa. Yo tampoco soy la misma. El artista tiene miedo de experimentar cosas muy diferentes. Pero te tenés que arriesgar y probar de todo. No todo sale bien. Me parece mucho más loable un artista que se arriesga y que algunas cosas no salen bien a un artista que hace toda la vida lo mismo. ¿Dónde está la esencia esa de la búsqueda? Ese es mi interés.
–¿Tu sueño?
–Sueño con que el artista esté cada vez más integrado en todo en la sociedad, con otros ámbitos, como el cine, la literatura, el teatro, la música. Me gustaría que se eleve el compromiso con la calidad porque una obra muy bien hecha cuesta mucho esfuerzo. El artista plástico está muy acostumbrado a que cualquier cosa está bien. A veces ni siquiera hacen su obra, la mandan a hacer. Me gustaría que las artes plásticas estén a la altura de la literatura argentina. Somos un país culturalmente potencia, entonces los artistas plásticos deberíamos estar un poco más a la altura de esa excelencia. Quizás sea esto la expresión de una generación, y no da para más.
–¿Qué crees que va a pasar con tu obra en este nuevo clima de época?
–Todo es muy oscuro a nivel mundial y a nivel nacional y lo que nos espera es impensable. Toda la vida esperamos estar mejor, con cada gobierno lo volvemos a creer. Nunca sucedió. Igual, creo que las adversidades te hacen afilar como una saeta, en todo sentido. El artista exitoso comercialmente tiene diez muestras por año: el éxito no hace bien al artista. Se cierra una puerta y se abre otra. Si no fuera por todos los espacios que vamos a perder y un montón de cosas que se van a terminar a lo mejor no desarrollaríamos alguna otra alternativa que estoy segura que va a ser buena. Me preocupan el mundo, la naturaleza, la gente pobre... no los artistas porque no se apagan nunca. Es como una olla a presión: el arte por algún lado siempre sale. No se puede contener.
–En la pandemia, no había artista que no estuviera produciendo algo nuevo.
–Fue una bendición, siempre que no tuvieras a nadie enfermo, para los que escriben, los filósofos, los artistas. Hemos reflexionado, producido, ordenado mentalmente. Es una cosa que te atraviesa y que te modifica y yo salí bastante cambiada.
–Empezaste con toda esta nueva serie de la belleza.
–Sí, y reforzando esto del cambio. Yo puedo empezar mi vida haciendo chancho bolas y terminarla haciendo flores. Las flores hoy son tan revolucionarias como los chancho bola lo fueron en los noventa.
–¿Cuáles son tus placeres hoy? ¿En que te refugiás?
–En no salir de mi casa. Tengo un paraíso. Todo lo que me gusta lo tengo acá. Ahora me autoprohibí coser, porque no tengo tiempo. Pero para el Colón me hice los vestuarios. Me hice las botas de cuero marrón con hebillas y cordones. Y un corsé con un arnés de cuero con ganchos y una chaqueta larga que parecía como las de Napoleón, abierta y con cola toda de gasa, que tenía bordadas ramas, y de los brazos salían las ramas secas que florecían... espectacular. Una especie de mujer tronco, guerrera, hada. Me hice todo, un placer.
–¿Planes?
–Organizarme más cada vez mejor, tener más visitas en mi casa, abrir más mi taller como galería. Hago performances gastronómicas, banquetes a los que ahora quiero sumar una soprano, la música, los contorsionistas... un mini Colón cada vez que invito. No quiero menos. Espero desarrollar más la cerámica porque lo que hice con el árbol puedo hacerlo por metros y metros en forma de murales para el mundo de la arquitectura. El arte aplicado a la arquitectura es un campo inexplorado. Quiero pensar obras para el aire libre. Cosas que el artista no puede pensar porque está encerrado solo, haciendo obra para una galería, para ver si a la galería se le ocurre llevarlo a una feria... y son muchos artistas y muy pocas posibilidades. Hay que pensar otras vías para el arte, para desarrollarse en todo sentido y, también, para ganar plata. Pienso que ahora las empresas van a ser quienes apoyen al arte a través de la Ley de Mecenazgo. Mi obra en el Teatro Colón fue un gran despilfarro, pero en el arte todo vuelve de una u otra manera. Mientras tenga para seguir trabajando, es lo único que me importa. Todo lo que tengo, lo tengo gracias al arte.
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