A tonga da mironga
El mundo era más joven hace 40 años, tanto desde mi perspectiva personal como desde la propia perspectiva del mundo. También era más joven la insolencia: era muy fácil conseguir que la gente formal se indignara y que las tías se taparan la boca cuando escuchaban palabras indecentes. Tan joven era el mundo a comienzos de los años 70 que "Água de beber" y "Garota de Ipanema" sonaban como estrenos, que "Eu sei que vou te amar" y "Lo que tenía que ser" enternecían hasta a los duros, que "Insensatez" y "Chega de saudade" sorprendían con su ritmo picante pero íntimo, tristón pero también alegre, romántico pero a pesar de todo pícaro.
Esas canciones, que eran la esencia y la razón de ser de la recién nacida bossa nova, tenían letras de Vinicius de Moraes y música de uno de los pocos compositores populares del siglo XX que en estas latitudes puede ser comparado con Cole Porter: Tom Jobim, por supuesto.
Había otra canción, la que cantábamos como si fuéramos muy atrevidos, que también tenía versos de Vinicius, pero con música del guitarrista Toquinho. Y eso de que los versos le pertenecían en su totalidad a Vinicius habría que tomarlo con calma, ya que título y estribillo serían réplicas de una expresión africana: "A tonga da mironga do kabuletê".
Aquello debía ser, sin duda, una sinvergüenzada. Ahí estaba el diablito del alma de Vinicius, todo entero. En el disco, "el poeta, el intelectual, el esteta, el profeta, el cantor, el hedonista, el decadente, el seductor compulsivo, el alcohólico y el noctámbulo" que fue Vinicius, según la precisa manera de definirlo que encontró Fernando López para la nota central de este número, dialoga con Toquinho antes de que comience la música:
-¿Vamos a hacer esa canción, "A tonga da mironga do kabuletê"?
-¿Se puede?
-Sí, yo creo que sí. Es decir... Porque parece que es una expresión que no quiere decir nada de bueno, ¿no?
-Sí, yo creo que es una mala palabra, ¿no?
-En África, cuando un africano le dice eso a otro parece que las tribus entran en guerras terribles, que se comen el hígado uno al otro. Todo lo que se sabe es que la última palabra, esa palabra kabuletê, parece que tiene algo que ver con la madre de uno, ¿no?
El significado no era muy preciso. Cada uno de nosotros imaginaba un insulto distinto cuando la cantaba a más que media voz en el colectivo o a la salida del cine. Insultos tremendos, prohibidos. Hoy incluso los niños pequeños dicen las mismas cosas como gracia, y se ganan a cambio un chocolatín. Entonces daba un poco de vértigo, lo mismo que la propia figura del autor. Los detalles se pierden con el tiempo y la audacia destiñe. Lo que queda es lo único importante. En el caso de Vinicius, las canciones y el recuerdo de sus repetidos paseos por Buenos Aires, en las noches del viejo café concert La Fusa y, después, en aquellas trasnoches que se estiraban hasta la madrugada.
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