Artistas brasileños le torcieron el brazo al gobierno de Lula
SAN PABLO.- El gobierno brasileño tuvo que dar ayer una rápida marcha atrás y ceder a las críticas de la clase artística brasileña, que había comenzado a ponerse en pie de guerra contra una política de incentivo cultural. Esta medida pretendía beneficiar a aquellas obras que demostraran alguna "utilidad social" o valorizaran la "cultura popular".
En los últimos años, las empresas públicas se convirtieron en las grandes financiadoras de la cultura brasileña, fundamentalmente del cine. Una ley sancionada durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso permitió que las empresas puedan destinar una parte de sus impuestos a la financiación de proyectos culturales.
En los primeros cuatro meses del gobierno de Luiz Inacio Lula da Silva, empresas privadas como Electrobras y Petrobras alteraron las reglas de concesión de esos incentivos. Por orden del ministro de Comunicación, Luiz Gushiken, uno de los hombres más poderosos del gobierno, las compañías estatales comenzaron a anunciar algunos requisitos extras para los interesados en obtener patrocinio cultural. Por ejemplo, para ser beneficiadas, las obras tendrían que ofrecer una "contrapartida social", o destacar la "identidad nacional".
La molestia que había comenzado a circular como un reguero de pólvora entre los artistas brasileños explotó el fin de semana último, en una entrevista realizada por el diario carioca O Globo con el director de cine Cacá Diegues, director de "Dios es brasileño", un éxito reciente.
Acusó literalmente al gobierno de estar practicando una política soviética, digna de Andrei Djanov, el comisario del Pueblo para la Cultura durante el régimen de Stalin. "La contrapartida social que las obras de arte ofrecen son las propias obras de arte", se indignó Diegues.
Chico Buarque, Caetano Veloso, y algunas decenas de artistas apoyaron la crítica irritada del director cinematográfico.
Cambio de planes
Alertado de que podía estar gestándose un polo de oposición dentro del ambiente artístico, que siempre le fue fiel, Lula ordenó dar una rápida marcha atrás. Le dijo a su ministro de Cultura, Gilberto Gil, y a Gushiken, que se reunieran en Río de Janeiro con los artistas indignados y que negociaran un acuerdo.
El resultado de la reunión fue el previsible: las obras de arte, sean películas, piezas de teatro o producciones literarias, no necesitarán comprobar ningún tipo de "utilidad política" para ser financiadas. Y los sitios de Internet de las empresas estatales, donde se pueden encontrar las reglas para obtener subsidios culturales, tendrían que retirar en forma inmediata esas reglas hasta que se defina cómo el Estado realizará sus inversiones en cultura.
Después de la reunión quedó vetado el "dirigismo cultural" denunciado por Diegues.
Durante la campaña electoral, Lula da Silva había logrado congregar a su alrededor a toda una constelación de estrellas de la cultura brasileña, que llegaron a reunirse en una parrilla carioca para declararle, abiertamente, su apoyo.
Desde Chico Buarque y Gilberto Gil hasta actrices de telenovelas. Pero si después de ganar las elecciones el gobierno tenía alguna intención de aplicar un utilitarismo ideológico a la producción cultural, perdió por knock-out. No midió la fuerza de la clase artística brasileña, que demostró que el apoyo a Lula no era incondicional.
Ventajas y desventajas
Las leyes de patrocinio cultural brasileñas, que permiten que las empresas destinen a la financiación de proyectos artísticos parte de los impuestos que deberían pagar, demostraron en los últimos años que tienen pros y contras.
Por un lado, lograron impulsar la inyección de decenas de millones de dólares en producciones culturales brasileñas generando algunos resultados notables: en 1990 se producían menos de cinco películas por año, y desde 1994, cuando la ley entró en vigor, ya se realizaron 250 largometrajes, 70 de ellos de nuevos directores. Las películas brasileñas, que captaban el 1% del público, hoy atraen poco más del 10 %, y favorecieron el surgimiento de éxitos como "Ciudad de Dios", "Estación Central" y "Dios es brasileño".
Por otro lado, esas mismas leyes de incentivo cultural le dieron a las empresas el poder de trazar las líneas de la producción cultural, definiendo qué tipo de proyectos son dignos de apoyo y cuáles no. Algunos sostienen, por ejemplo, que Petrobras, gran mecenas del cine brasileño, tiene más poder que el Ministerio de Cultura.
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