Belleza ñao tem fim
Así como espontáneamente el gran público suele recibir muy bien la obra de Beatriz Milhazes, a los especialistas suele llevarles más tiempo apreciarla. A primera vista, la pintura parece fácil porque bajo los efectos del shock uno queda un poco mareado, pero la facilidad, por lo general, se agota rápido. En el caso de Milhazes, nunca se ve el final. Otra forma de nombrar esta pseudofacilidad es "belleza", pero esta palabra no es menos problemática.
La "facilidad" y el impacto inmediato dependen en realidad de un proceso extremadamente lento. Desde 1989 Milhazes utiliza una técnica de prórrogas sucesivas, donde cada motivo y cada capa de color intervienen, uno detrás de otro, de manera calculadísima, para conferirles a los cuadros su estructura, su sintaxis y su vibración particular.
Panamericano, el título de esta exposición, evoca el ir y venir entre el Norte y el Sur, entre el nuevo y el viejo Occidente, una problemática que está en el centro de las preocupaciones de Milhazes, dado que su trabajo ha tenido que ganar reconocimiento en el extranjero para salir del aislamiento en el que la artista, como pintora adepta a los colores desprejuiciados, se sentía confinada en su país.
Nadie, en efecto, había pintado como ella en Brasil, donde para los ojos desprevenidos resultaba no del todo asimilable al molde modernista nacional, pese a que una de las grandes virtudes de su trabajo es justamente fusionar las fuentes populares con la lección de Matisse y Mondrian. Exótica fuera de Brasil, tampoco ha dejado de serlo dentro del país que hoy la reconoce como una de sus mayores artistas.
Esta primera exposición personal en una institución de América latina fuera de su país se concentra en los diez últimos años de taller y reúne trabajos de procedencia también panamericana: la mayoría viene de Brasil y Estados Unidos. Entre ellos se cuentan dos obras prestadas por primera vez por el Museo Guggenheim de Nueva York y una del Museo de Arte Moderno de San Pablo.
Para el público de Buenos Aires representa además la ocasión de reubicar en su contexto dos obras importantes de la colección de Eduardo F. Costantini: El mago (2001) y Pierrot y Colombina (2009-2010), que abren y cierran esta década notable.
Frédéric Paul