Biografía de un mercenario
Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA Por Marcelo Larraquy y Roberto Caballero-(Norma)-664 páginas-($23)
Si hubiera que elegir una frase que definiera de un plumazo y para siempre a Rodolfo Galimberti, esa frase sería una que pronunció él mismo: "Soy el Drácula argentino".
Se la dijo a dos periodistas jóvenes, fascinados con el personaje, que hacía poco más de un año habían comenzado a escribir un libro sobre él.
"¿Quién les paga?", les preguntó un mediodía de fines de 1999, en un restaurante de San Isidro, mientras comían langostinos y bebían vino de cien dólares la botella. "Díganmelo. No está mal ser un mercenario. Yo soy un mercenario. Lo fui toda mi vida" Así, sin el eufemismo de la anestesia, arranca Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA , la biografía escrita por Marcelo Larraquy y Roberto Caballero. Son más de 600 páginas, que sólo a veces se hacen farragosas, por las que discurren la vida, los hombres y la época de este paradigma de la metamorfosis, digno émulo de aquel conde de Transilvania con el que le gusta compararse.
Galimberti tiene una estructura lineal y sencilla, y narra cronológicamente, de corrido, las andanzas de un personaje que empezó su carrera ocupando lugares expectantes dentro del peronismo de los años setenta y acabó situado, hasta hoy, en una zona gris y cuidadamente desenfocada.
Fue filofascista a comienzos de la década, luego dirigente juvenil como delegado de Perón, más tarde guerrillero, suerte de bon vivant en el exilio y, al final, sin arrepentirse, una mezcla rara de yuppie , empresario y agente de inteligencia con más de un patrón.
El libro narra estas mutaciones con naturalidad, muestra para que todos lo vean ese camino sinuoso siempre al borde del precipicio e ilumina con luz propia una zona donde hasta ahora sólo había sombras. Después de Galimberti , el protagonista ha dejado de ser un misterio, y eso ya es mucho decir para un hombre que vivió buena parte de sus 53 años entre la clandestinidad y el secreto.
La biografía de Larraquy y Caballero tiene varios méritos y el primero es que está escrita casi desde la ingenuidad, sin prejuicios históricos, lo que seguramente la habría limitado. El trabajo se apoya en una sólida investigación, que incluyó 415 entrevistas y cuarenta horas de fatigoso reportaje al biografiado. De esas horas de grabación, por caso, quedan rasgos indelebles de la frágil moralidad del personaje. Galimberti dixit: "Cualquiera es capaz de torturar en una situación extrema"; "Nosotros jugábamos al fútbol con las cabezas de los adversarios en el Líbano"; "La guerra es el acto de amor más grande que existe".
A lo largo de treinta y cuatro capítulos, más epílogo y anexos, los autores, como en una novela policial, van siguiendo a su personaje por París, México, Beirut, Madrid o Buenos Aires, y casi siempre consiguen asirlo, pese a su densidad psicológica.
En la trama hay muertes dudosas, fiestas faraónicas, suicidios inexplicables, reinas de la televisión, amores tórridos y pasiones desbordadas. También hay una reconstrucción minuciosa de diálogos, situaciones y escenarios. Por el libro desfilan las mujeres del protagonista, los combates, sus negocios y sus miserias, pero sobre todo sus saltos sin red, los malabarismos que han hecho de él un formidable transformista de la política.
Contra lo que pudiera pensarse, Galimberti no es un libro más entre los que se proponen la revisión literaria de lo ocurrido en la Argentina en los 70 y los 80. Sus autores han elegido al personaje para contar una parte de la historia de esos años. El efecto está logrado y por sus páginas desfilan algunas de las constantes de la época: la violencia, el autoritarismo y una concepción fundamentalista y mesiánica de la vida.
Galimberti, en buena medida, es el arquetipo de esas constantes, a las que enriquece con parábolas que le son propias: fue un "revolucionario" que terminó trabajando para la CIA, un montonero que quiso mejicanear a su organización, y un secuestrador que acabó asociado a su peor víctima.
La biografía, con descripciones de pocos adjetivos, pone en evidencia cómo el personaje se fue construyendo a sí mismo, y deja espacio para varias lecturas. Un psicoanalista, por ejemplo, podría encontrar interesante la historia de la relación con el padre, que a los cinco años lo despertaba al amanecer, al grito de "¡Diana, diana!", y le enseñaba cómo disparar una pistola.
Con un estilo distante pero apasionado, Larraquy y Caballero acaban por desmenuzar a Galimberti con el entusiasmo y la paciencia de un entomólogo ante el microscopio.
La objeción de concepto que se le puede hacer al libro es, en realidad, una duda. Dado que Galimberti no fue Perón, ni Firmenich, ni, mucho menos, el auténtico conde Drácula que parece admirar, ¿era necesario dedicarle 630 páginas?
Es una cuestión opinable. Por lo pronto, el libro se lee sin dificultades desde el principio, la edición es prolija y la publicación rescata un género que muchos creían en terapia intensiva: la investigación periodística.
Larraquy y Caballero han demostrado que, con un trabajo bien hecho, hasta alguien tan inasible como Rodolfo Galimberti puede quedar atrapado entre las páginas de un libro.
Más leídas de Cultura
"Nos robaron la dignidad". Siri Hustvedt contó cómo fueron las últimas horas de Paul Auster, disgustada porque se filtró la noticia de su muerte
¿Rojo pompeyano o sangre de buey? Revive el color original de la fachada del Recoleta
Silvia Plager. “Esta novela es un acto de justicia y una reivindicación personal”