Compleja polémica actual
EL MUNDO MODERNO Y LA CUESTION JUDIA Por Edgar Morin-(Nueva Visión)-Trad.: Ricardo Figueira-201 páginas-($ 37)
1 minuto de lectura'
El 4 de junio de 2002 fue uno de los días más amargos en la vida del pensador francés Edgar Morin. Había publicado (junto con Sami Nair y Danièle Sallenav) un artículo en el diario Le Monde en que se críticaba la política de Israel hacia el pueblo palestino y eso le valió una demanda por "apología del terrorismo y antisemitismo". Aun cuando el juicio fue anulado cuatro años más tarde, las circunstancias llevaron al filósofo a presentar su propia vida como refutación: como judío sefaradí, miembro de la Resistencia francesa, como alguien abocado a desarrollar una "política de la civilización" que construya una alternativa para la salvación del mundo y, en tanto militante de izquierda, enemigo del stalinismo, Morin se había pensado inmune a cualquier acusación de discriminación. Poco tiempo después el autor de La vida del sujeto intuyó que este argumento resultaba insuficiente. Así fue como publicó El mundo moderno y la cuestión judía donde el artículo de 2002 es reproducido como una suerte de epílogo de su análisis del papel del judaísmo en la cultura moderna.
Aún cuando el título haga alusión a La cuestión judía, el clásico texto de Karl Marx donde el filósofo alemán insta a los judíos a unirse a la lucha por la emancipación, Morin nunca discute explícitamente con él. Opta en cambio por hacer de su argumento una presentación predominantemente histórica: la fortaleza del judaísmo como precursor del humanismo, sostiene, habría residido en su capacidad para generar una identidad híbrida: la del judeogentil; una fortaleza que contradice hoy el espíritu homogéneo y "ofensor" del Estado de Israel. Aquel judío laico y en algunos casos converso habría marcado el inicio de una apertura conceptual nacida de la disolución de los dogmatismos.
Así, el recorrido de Morin toma como punto de partida la hibridación cultural que entre los siglos X y XV acercó a musulmanes, cristianos y judíos. Los marranos o judíos conversos que luego debieron abandonar la Península Ibérica, explica Morin, sostenían una doble identidad: secreta e interior, la judía, y exterior y oficial, la cristiana, transformándose en fuente de escepticismo y racionalismo. En el siglo XVIII el pensamiento nacido de la simbiosis judeogentil entró definitivamente en la cultura europea dando origen a un humanismo universalista. La nación judía era ya la propia humanidad. Incluso el mesianismo revolucionario -entre ellos el comunismo como religión de salvación terrestre- sería heredero del mesianismo judío. El papel de los judíos en el mercado bancario, el comercio y el desarrollo de la mundialización económica serían, según el pensador francés, el resultado de esa doble identidad judeogentil, al igual que las revoluciones encarnadas por Marx, Freud, Einstein y Popper.
Sin embargo, como herencia del antijudaísmo cristiano, el antisemitismo nunca dejó de acusar al judío por su "inquietante extrañeza" y al judeogentil por su "inquietante similitud". El antisemitismo llega para encarnar, según Morin, "el miedo a asumir la unidad humana". El Holocausto impulsó así, no sólo el costado eliminacionista del antisemitismo instalado en el siglo XIX, sino también la construcción de una identidad judía única. La creación del Estado de Israel se muestra entonces como el definitivo abandono de aquella identidad judeogentil a favor de un componente exclusivamente judeo-israelí.
La conciencia universalista -la auténtica lección de Auschwitz- ha quedado de lado. El gran acto de perdón mutuo sólo podrá ser realizado, según Morin, si Israel opta por recordar lo esencial de aquel humanismo que ayudó a inventar a lo largo de la Diáspora.
La reconstrucción histórica de Morin es una atractiva versión sobre la complejidad de la identidad judía, pero peca en su intento por forzar el ingreso de toda la modernidad bajo el concepto de lo judeogentil. Hay además en Morin un intento por revitalizar la noción de humanismo en momentos en que resulta particularmente cuestionada. Aún cuando se concuerde en ciertos elementos universalistas presentes en la idea de "humanidad" por su capacidad para establecer un punto de partida en tren de zanjar las disputas, lo cierto es que, sea por vía del feminismo o del multiculturalismo, se trata de un supuesto que exige, al menos, de una complejización que refleje ese debate. Aquella doble cara de la identidad judeogentil parece haber dado paso por parte de Morin a una reivindicación de la asimilación radical y de la disolución de las diferencias.





