"Creo que el lector es tanto o más inteligente que cualquier autor"
El escritor acaba de presentar su última novela, titulada "Ese manco Paz"
1 minuto de lectura'
"Comparto lo que dice el personaje, ese manco Paz , en el sentido de que éste es un país con muchos esclavos y muy pocos desesperados. Esos pocos siguen siendo los que quieren cambiar el país. Las revoluciones siempre las empiezan unos pocos."
Es probable que en determinada etapa de la vida -por ejemplo, los 75 años- la edad se convierta en un atalaya desde el cual las palabras y las actitudes cobran un peso diferente, cualesquiera éstas sean. No lo ignora el escritor Andrés Rivera cuando recibe a LA NACION en su departamento austero del barrio de Belgrano.
Silencioso y hosco, aunque amable, Rivera "semblantea" a la cronista y al fotógrafo durante la ceremonia preparatoria de la entrevista. La charla tiene como eje la salida de su última nouvelle, "Ese manco Paz" (Alfaguara). Rivera publicó su primer libro en 1957.
De pronto, rompe el silencio con una pregunta inesperada: "¿Toman whisky?" El convite -cortésmente rechazado a las tres de una tarde plomiza de julio- es, en realidad, una forma de acortar la distancia. Y antes de la media hora, la actitud ceñuda de Rivera ha desaparecido.
Sus reflexiones son tan rotundas como duro es su lenguaje literario. "No hubo una Revolución de Mayo. Sólo existió un acto muy importante de independencia del inquisitorial y tenebroso trono español, pero está probado que se mantuvieron las mismas estructuras", dice el autor de "La revolución es un sueño eterno", al echar un vistazo al pasado argentino.
Rivera está convencido de que "los representantes de la burguesía argentina que constituyeron el país como nación eran cultos. Los de hoy, que aparecen en la revista Caras, son personas groseras e incultas".
Con una chispa amigable en su mirada clara, Rivera evoca un tramo de su árbol genealógico, que resulta una sorpresa. Desciende de judíos ucranios, emigrados por causa de un holocausto. Su verdadero nombre es Marcos Ribak, pero inventó su propia leyenda juntado el nombre de una calle y el apellido del escritor colombiano José Eustacio Rivera, que lo cautivó hace años.
Dice que su vida es fruto del azar: "Carlos Marx escribió que el azar se inserta en el curso de la historia. Los cosacos del general Simeon Petliura entraron en Proskurov, el pueblo de mis abuelos, y les cortaron la cabeza en tres horas a 6000 judíos. Mi abuela ordenó a sus hijos que hicieran caca en las almohadas. Y cuando llegaron a su casa, en ruso, ella sólo dijo: tifus. Así se salvaron".
Intentaron luego emigrar a Nueva York, pero no los dejaron bajar del barco. En Brasil no se quedaron porque hacía mucho calor. Y el azar los trajo a Buenos Aires.
-¿Su manco Paz es totalmente ficticio o tiene algún rasgo real?
-Mis novelas son sólo novelas. Son mal llamadas históricas. Ese manco Paz no tiene nada que ver con el verdadero José María Paz.
-¿No cree que eso puede confundir al lector desprevenido?
-Yo siempre confié en el lector. Siempre supuse que el lector es tanto o más inteligente que cualquier autor. Seguramente sabe entender a ese manco Paz.
-¿Qué siente usted, un descendiente de inmigrantes ucranios y polacos, ante el fenómeno de la emigración argentina?
-Yo soy un privilegiado. Me otorgaron el Premio Nacional de Literatura que empecé a cobrar en 1992 y tengo una jubilación de periodista. En total son mil pesos. ¿Por qué iba a irme de este país? ¿En busca de qué? Por lo que leo en los diarios los que se van están cargados de quejas. Son ingenieros que trabajan de taxistas, médicos que asumen trabajos de mucamos, arquitectos que se trepan a los andamios por el sueldo de un albañil.
-¿Qué diferencia encuentra usted entre la clase política del siglo XIX y la actual?
-Aquellos administradores del siglo XIX fueron cultos. Los actuales son ignorantes. Hay quienes dicen que mientras exterminaba a los indios en el desierto, Julio A. Roca leía a los griegos. Quisiera saber, por ejemplo, qué leen ahora los políticos.
-¿Cómo elige el personaje y el momento histórico que convierte en ficción?
-Fue Faulkner quien lo llamó "impulso interior". Y dio esta metáfora: cuando ese impulso interior aparece, uno es capaz de matar a su madre con tal de ponerlo en el papel. Cuando escribí "La revolución...." yo sabía de Castelli lo que cualquier argentino sabe: que contribuyó a esa pequeña eclosión que en los fastos patrióticos se llama la Revolución de Mayo. Era el orador de la revolución y murió de un cáncer de lengua. Freud en estado puro. Así surgió la novela.
-¿Cuáles son los escritores argentinos insoslayables?
-Borges decía que el "Martín Fierro" es el poema total, aunque luego formulaba la objeción de que Martín Fierro era un gaucho asesino y ladrón. El primer escritor es José Hernández, junto con Jorge Luis Borges y Roberto Arlt.
-¿Es "El verdugo en el umbral" su libro más autobiográfico?
-Junto con "El precio" -que es un horror, pero no me arrepiento- y "Nada que perder", esa novela forma una saga familiar. De todos mis libros, "Ese manco Paz" es el único que nada tiene que ver con mi biografía.
El verdadero manco Paz
José María Paz nació en Córdoba, en 1791. Estudió Derecho, pero interrumpió su carrera para alistarse en el ejército durante la guerra de la independencia. Luchó bajo las órdenes del general Belgrano. Perdió un brazo en la batalla de Venta y Media, por lo cual se ganó el mote de "el manco Paz".
En enero de 1820, con Juan Bautista Bustos, caudillo de Córdoba, se sublevó contra el gobierno de Buenos Aires. En 1826 se unió al ejército para combatir en la guerra contra el Brasil y en 1827 fue designado comandante de ejército.
Por entonces Paz se había declarado unitario. Luchó contra Rosas. En 1829 derrotó en San Roque a Bustos. Facundo Quiroga marchó contra él, pero también fue derrotado. Paz logró transformar a Córdoba en el centro de la Liga del Interior. Integrado por nueve provincias.
Tras ser apresado por Estanislao López, Paz logró escapar y huyó a Corrientes, donde derrotó al general Echagüe, partidario de Rosas.
Fue gobernador de Entre Ríos y vivió en Uruguay y en Brasil, donde escribió sus memorias. En 1852 regresó a Buenos Aires y murió en 1854.






