De los espías al best seller
EL JARDINERO FIEL Por John Le Carré-(Plaza & Janés)-Trad.: Carlos Milla Soler-538 páginas-($ 16,90)
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El espía que vino del frío, la melancólica obra maestra que hizo famoso a John Le Carré a comienzos de los años sesenta, era un libro delgado; El jardinero fiel es un volumen imponente, de más de medio millar de páginas. La razón del incremento de papel que su literatura ha sufrido con los años hay que buscarla en el progresivo pasaje de la novela de espías al best seller. Desde luego, no hablamos de best seller sólo como una categoría de mercado, sino como un género en sí mismo, caracterizado por la gran cantidad de páginas y de personajes, una intriga internacional y abundante información. La base del best seller no es el argumento sino el tema: en El jardinero fiel , Le Carré se ocupa de la industria farmaceútica.
La novela comienza con un crimen: Tessa, una mujer joven y hermosa, es hallada muerta en el desierto. Las sospechas caen sobre el doctor Bluhm, un médico negro que es el supuesto amante de la mujer, y que desapareció del lugar del crimen. Justin Quayle, esposo de Tessa y funcionario menor de la embajada británica en Nairobi, comienza una solitaria búsqueda de la verdad. Este camino lo lleva a completar la investigación que la propia Tessa había iniciado sobre el modo como los grandes laboratorios utilizan los países del Africa para probar nuevos medicamentos, con la complicidad de los gobiernos locales. Quayle tiene vocación de personaje secundario: esas sombras que aparecen en las novelas para que los protagonistas tengan a alguien con quien conversar. Pero pronto abandona las flores y los márgenes y acepta su responsabilidad y su destino, acaso como un modo de continuar conversando con su esposa muerta.
Le Carré ha investigado a fondo el negocio de la salud (o la enfermedad) mundial. ¿Pero cuál es el lugar de la información en la literatura? En las grandes novelas, la información suele estar ausente. Un punto de vista verdadero se origina a partir del capricho y del encierro; es la única manera de construir un orden simbólico significativo. La información, salvo cuando se convierte en el centro absoluto del relato (como en los libros de no ficción) tiende a funcionar como un relleno. Los personajes, formados siempre con los retazos fantasmales del autor, deben lidiar con los fragmentos pesados de la realidad, y, en ese tráfico, la literatura se convierte en trámite. En El jardinero fiel nos enteramos de muchas cosas sobre los laboratorios, pero no se nos impone la necesidad de la ficción, que es el dato clave que una novela debe transmitir.
La escasa información que estaba presente en los grandes libros de Le Carré no tenía esta urgencia pedagógica, sino que surgía de un fondo personal, como viejos recuerdos o confidencias involuntarias. Y no estaba puesta para confirmar las convenciones sobre el mundo del espionaje, sino para deshacerlas. Los espías de Le Carré eran hombres abrumados por la soledad, en el cuarto de hotel de una ciudad extranjera, haciendo las cosas por dinero, por costumbre, o por el residuo de una convicción. Justin Quayle es un heredero de aquellos héroes y hasta parece consciente de ese legado cuando se pregunta, al tomar algunas decisiones, qué haría un verdadero espía en su lugar.
John Le Carré (pseudónimo de David Cornwell, nacido en Poole, Inglaterra, en 1931) fue el responsable de haber convertido la novela de espías en una forma moderna de lo trágico. A los treinta años publicó su primera novela: Llamada para el muerto . En las primeras líneas de aquel libro, presentaba a George Smiley, personaje que atravesaría buena parte de sus obras: "Bajo, gordo y de carácter apacible, parecía gastar mucho dinero en trajes francamente mal cortados, que colgaban alrededor de su rechoncha figura, como la piel de un sapo encogido". Con la entrada de su famoso personaje, Le Carré dejaba a un lado de un solo golpe el falso glamour y los lugares comunes de la novela de espías, para afirmar su universo sombrío. Su experiencia de cinco años en el British Foreing Service fue esencial para la construcción de sus personajes. Espía y escritor, Le Carré sabía muy bien en aquella época lo que ahora parece ignorar: escritores y espías sólo deben trabajar con información cifrada.





