Detrás de la derrota
EL DELICADO UMBRAL DE LA TEMPESTAD Por Jorge Castelli-(Sudamericana)-216 páginas-($9)
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"La victoria no requiere preguntas. La derrota, en cambio, está colmada de reclamos e interrogantes". Esta frase puesta en boca de John Whitelocke, comandante en 1807 de la Segunda Invasión Inglesa al Río de la Plata, inicia la extensa confesión que el otrora prestigioso general, ya degradado y expulsado del ejército, hace en Londres a su amigo, el almirante Ashley, héroe de Trafalgar, entre sorbo y sorbo de brandy, años después de los episodios que lo llevaron a enfrentar la Corte Marcial y su consecuente deshonra.
¿Por qué Whitelocke decidió capitular ante Santiago de Liniers cuando la plaza de Montevideo había sido ya capturada y -a pesar de la encarnizada defensa de los porteños- el ejército invasor conservaba aún la mitad de sus hombres, que eran muchos, y disponía de la escuadra intacta, anclada cerca del puerto y lista para bombardear Buenos Aires? Durante su monólogo confidencial, el militar va dando las claves del enigma. Y a medida que repasa su vida, sus campañas, su lealtad a la Corona Británica en pugna con íntimos conflictos espirituales, el lector asiste a un magistral análisis psicológico, así como a la vibración dramática de hechos descritos con singular destreza narrativa. Por supuesto, se trata de una ficción, de un relato conjetural al que no se debe exigir excesiva fidelidad histórica, pese a que advertimos un importante trabajo de documentación y de investigación, especialmente de las fuentes británicas.
"¿Qué habría sido de Buenos Aires y de Sudamérica toda -reflexiona Whitelocke- si aquel 6 de julio, después del primer combate del día anterior, yo hubiera decidido un ataque final con todas mis fuerzas?" Pensar, y más aún dudar, no es aconsejable para quien ha sido formado para mandar y obedecer, pero Whitelocke, después de haber sobrellevado durante años amargas experiencias, descree de la guerra. "No puede existir ninguna victoria personal cimentada en la bota que pisa sangre desconocida, aunque la superioridad indique que se trata de sangre enemiga", dice. El ha ordenado pisar la sangre de muchos seres inocentes que pesan sobre su conciencia; mandó derramar, indirectamente, la sangre de la mujer que amaba -encarnada en la antillana María- y del fruto de su amor; terrible episodio narrado en un capítulo donde el autor alcanza una expresión de dolorosa belleza y grandeza trágica. Whitelocke, un fracasado, un inepto, un cobarde para muchos, surge de estas páginas con la estatura de un personaje shakespeariano, precisamente el autor a cuya lectura el ex-general se ha aficionado.
Jorge Castelli, que obtuvo con El delicado umbral de la tempestad el premio La Nación de Novela 2000, se nos revela como un narrador notable no sólo por su dominio de los recursos expresivos, por la innegable calidad de su estilo, sino por su capacidad para retratar, más allá de escenarios y acontecimientos históricos, la personalidad de un ser complejo y fascinante. Quien escribe estas líneas cree no haber exagerado al ponderar los méritos de un escritor todavía joven (nació en 1956) que es ya una presencia valiosa y a quien aguarda, si las circunstancias no lo frustran, un brillante futuro literario.





