"El dolor abre el camino de la libertad"
En El enigma del sufrimiento (Emecé), el pensador sostiene que el hombre puede trascender el padecimiento si asume la carga y transforma así su interioridad. De ese modo, señala en esta entrevista, el sujeto recupera el protagonismo
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Hace siete años, Santiago Kovadloff decidió escribir un ensayo sobre Job. Le interesaban por lo menos dos aspectos de la historia narrada en la Biblia: que Dios se hubiera dejado llevar por las insidias de Satán contra el mejor de sus siervos y hubiera puesto a prueba su fe sometiéndolo a pruebas de crueldad demoníaca, y que Job hubiera podido pasar a la acción después del estupor y la parálisis iniciales, causadas por la pérdida de su fortuna, su salud y su familia. Job interpela a su Creador y lo desafía vivamente para que justifique sus golpes y le explique cómo y en qué pudo ofenderlo él, el más sumiso de los fieles.
"Al revés de lo que me pasó con Lo irremediable , que se había extendido a partir de una idea pequeña -dice el autor-, el libro sobre Job se me agotó en treinta o cuarenta páginas. Cuando lo terminé, a los 60 años (ahora tengo 65), fueron naciendo otros ensayos, y empecé a darme cuenta de que había un leitmotiv que subyacía en todos ellos. Era el enigma del sufrimiento."
El enigma del sufrimiento es, precisamente, el título con que Emecé presenta en estos días el libro por fin terminado. Desde su primera incursión en el género, con Una cultura de catacumbas (1982), el ensayo ocupa tal vez el lugar más importante en una obra que, como la de Kovadloff, abarca áreas muy diversas, desde los cuentos infantiles hasta la poesía, la propia ( Zonas e indagaciones , El fondo de los días ) y las muy elogiadas traducciones del portugués Fernando Pessoa.
Una tesis central recorre los distintos capítulos de El enigma del sufrimiento : en un momento de su vida, fatalmente el sujeto descubre que no es omnipotente, y lo descubre por la irrupción de un otro que pone en duda sus falsas certezas. Sobreviene el dolor, que anonada y anula. Solo es posible salir de ese estado asumiendo la carga, transformándola en oro como podría hacerlo un alquimista. El dolor no desaparece: a toda hora les recuerda a los hombres su condición finita. Pero se puede convertir en sufrimiento, que para Kovadloff no es en sí mismo negativo, sino una vía hacia la acción, la vida y, tal vez, la esperanza.
No siempre los doloridos lograron el milagro. En esta colección de ensayos, Kovadloff interroga a algunos de sus personajes favoritos, sean históricos o míticos, para ver cómo les fue en el intento. Desfilan, así, Caín, Job y los constructores de la Torre de Babel, pero también Abelardo y Eloísa, Descartes, Montaigne y las Madres de Plaza de Mayo. Además, se examinan los dolores que trae la vejez y los que el ser humano, con su desaprensión, le causa a la Tierra, entendida no ya como paisaje sino como parte de una subjetividad agredida.
Kovadloff sabe que las respuestas no son definitivas. "Esto, la fragilidad, el titubeo, es lo que me atrae al escribir ensayos", dice. Sus conclusiones son, en lugar de certezas, estímulos en el interminable camino a la verdad, urdidos con autenticidad y belleza.
-¿Cómo podría explicar la diferencia entre dolor y sufrimiento?
-El sufrimiento remite a cargar con un peso. Implica eso, el sobrellevar, mientras que el dolor no implica ese acto de sostenimiento de un padecer: implica simplemente la intensidad del padecer. Tuve la intuición de que una subjetividad se constituye en plenitud cuando transita del dolor, entendido como un padecimiento que destituye al sujeto, que lo quebranta, que lo desorienta, al sufrimiento, entendido como lo que puedo cargar sobre mis hombros. Sin que el peso deje de ser la huella de un padecimiento, yo recupero, al trabajarlo, un protagonismo que había perdido en el dolor.
-Usted extrema la tesis al punto de presentar el sufrimiento ya no como un camino más, sino como la única vía para conquistarse como persona. ¿Descarta, por ejemplo, la alegría?
-Yo no quise contraponer el dolor a la alegría. Quise contraponerlo al sufrimiento, porque el sufrimiento connota templanza, y la templanza, una posible realización del sujeto. Pero no en forma definitiva, sino como una tarea que puede brindar a veces sosiego y a veces, incluso, alegría. No me pareció que la antítesis del dolor fuera la alegría entendida como la ausencia de dolor. No hay olvido posible. Lo que hay es una cierta atemperación, un apaciguamiento de la intensidad del dolor.
-¿Es inconcebible la felicidad?
-El dolor puede ser aceptado o impugnado, pero no puede dejar de ser vivido. Estamos expuestos al dolor. ¿Por qué hay dolor? Porque hay finitud, porque hay muerte, porque hay ambivalencia y porque hay inconsciente. Porque el sujeto no es dueño de sí. Yo juego con estas dos imágenes: el Único y el Intruso. Mientras el hombre se presume olímpico, en el sentido griego del término, cree que está exceptuado. Pero la vida física y la vida psíquica exponen fatalmente al sujeto al dolor. Entonces el Único, ese olímpico que se veía a sí mismo desplegando su intendencia sobre la vida, descubre de pronto que está habitado por el Intruso, que es el dolor, que viene a desmentirlo, precisamente, como único. Ser es ser, por lo menos, dos, le dice.
-¿El Intruso es el otro, cualquier otro?
-El Intruso es la propia alteridad, que se anuncia a través de un cuerpo que no responde, de un padecimiento que excede nuestro deseo. Un amor frustrado, una enfermedad... El Intruso soy yo liberado de la sujeción a mis deseos, a mi omnipotencia.
-¿Es dable ver en estas concepciones el peso de la cultura judía?
-A mí siempre me hizo sufrir mucho, valga la expresión, la idea de que en el judaísmo el sufrimiento tenía estatuto beneficioso, en cuanto se lo homologaba al dolor: hay que padecer, como decían las famosas madres judías. Y yo no lo entendía, me rebelaba contra esa idea. Pero el sufrimiento es algo que a Job lo alcanza cuando queda expuesto a un dolor desconocido, que es el dolor de la injusticia. Nosotros sabemos que el Dios que lo atormenta por intermedio del demonio es un verdugo, porque está tomado por el despotismo de entender que un hombre de fe es un hombre sin subjetividad. Entonces Job empieza a conocer el tormento como una imposición de la crueldad de este Dios que no tolera la autonomía del sujeto que cree en ...l desde su libertad. De pronto descubre que no es el Dios que cree ser. Si hay una interioridad secreta, si hay una intencionalidad última en la entrega de Job, entonces es ...l, Dios, quien está al servicio de Job.
-Es muy cautivante la idea de que Dios tiene una segunda cara, y que es satánica.
-Sí, es al unísono lo demoníaco. El diablo no es un ser independiente. En la tradición hebrea, la figura del diablo aparece muy pocas veces, pero podemos advertir en el Dios de la Torá una desconfianza hacia el hombre que no cesa, aunque se atenúa. El pensamiento hebreo después invierte los términos y dice: es preciso bregar toda la vida para sostener la alianza. Es decir: el hecho de que no pueda sostenerla en forma continua, lejos de desmerecer mi acuerdo con Dios, lo alienta. Puedo arrepentirme y puedo volver al encuentro. Pero Dios también se arrepiente. En la Biblia, el Dios del ...xodo es un dios que se arrepiente de haberle propuesto a Moisés la destrucción del pueblo judío cuando está ese pueblo sumido en la idolatría. Creo que el concepto de sufrimiento propuesto por mi libro es esperanzador porque no subestima jamás el dolor, y por lo tanto muestra que la templanza se alcanza en una convivencia no subordinada. Yo no me subordino al dolor, pero lo respeto, porque el dolor me ha abierto el camino de la libertad. Me pregunto si no habré tratado de reivindicar una forma de la libertad que no pasa por la abolición de la dependencia, sino por la admisión de que es con una dependencia constante como hay que trabajar. Y esto sí es judío: la tierra prometida no puede terminar de ser alcanzada como objeto de posesión.
-Y, sin embargo, estamos condenados a buscarla constantemente.
-Es lo que hay que buscar, porque la utopía invita a desplegar nuestra fuerza en dirección a un ideal, pero nos advierte que si lo alcanzamos ya no será el ideal que buscábamos. Y quizá lo importante no sea alcanzarlo. Por ejemplo, en el ensayo sobre el dolor de la Tierra quise mostrar lo que hay de irreconciliable entre la voluntad de poder y la admisión del prójimo, del otro, de la alteridad, de la presencia de la Tierra como parte de nosotros mismos. La Tierra ha sido maltratada porque ser criatura ofende la omnipotencia de la voluntad de poder. La Tierra es el escándalo de nuestra alteridad.
-¿Aceptar la alteridad no supone una renuncia del individuo?
-Al contrario: si el Intruso destituye al Único en el sentido de que la irrupción del dolor desbarata la pretensión omnipotente de ser dueño de uno mismo, tengo ahí el comienzo de la tarea. Porque yo no puedo salir del dolor mediante su negación ni tampoco mediante el puro anhelo de hacerlo, sino mediante una transformación interior. Por ejemplo, en el caso de las Madres de la Plaza de Mayo. Ellas comienzan por acatar la ley de la dictadura y van a buscar a sus hijos allí donde la dictadura dice que se los debe buscar. Van a la comisaría, al hospital, donde la ley del poder varonil, del poder dictatorial establece que se debe buscar. Cuando acatan como escenario de búsqueda de sus hijos desaparecidos las instituciones impuestas por el poder, son mujeres ganadas por el dolor, no son todavía sufrientes. Pero el poder reacciona en espejo. Ellas dicen: ¿dónde están nuestros hijos? Y el poder les contesta: ¿dónde están? Les responde con su propio vacío. Allí en muchas de ellas, no en todas, en las que no enloquecen, en las que no caen en la desesperación irremediable, se empieza a producir una transformación, diríamos una sublimación, que permite el pasaje de la impotencia y de la desesperación a la inscripción de la maternidad en el cuerpo colectivo.
-¿De modo que la elaboración del sufrimiento supone antes que una renuncia a la individualidad una reelaboración en otra escala de esa individualidad?
-Sí, y lo que tiene de enigmático es que no necesariamente puede ser producida por el deseo de encontrar. Irrumpe como una demanda y una reafirmación de que la acción las va a constituir en personas.
-En cierto momento, al hablar de la acción, usted afirma que es necesario enmascararse para actuar. ¿Qué quiso decir con eso?
-Que el enmascaramiento implica el pasaje del sujeto avasallado por el dolor a la persona, en el sentido del actor, del que encuentra una identidad, del que protagoniza una acción. ¿Y por qué se enmascara? Porque acá la máscara tiene el sentido nietzscheano de dar identidad. No es un disfraz: es una constitución. Si me enmascaro, derroto el vacío que sin la máscara me domina. No es que uno le haga lugar al dolor en el cuerpo que tenía: uno se transforma en otro por obra del duelo. Y ya no es el mismo: es un otro. Un buen ejemplo sería el pañuelo, en el caso de las Madres. Creo que la Argentina fue escenario, con ellas, de un fenómeno mítico, universal.
-¿Cómo explica la ulterior evolución de las Madres? ¿Perdieron la pista tras haberla hallado?
-Tal vez su error haya sido presumir que si no se reivindica la legitimidad de la lucha armada se pierde a los hijos que fueron reconquistados a través de la marcha, de la Plaza, de los pañuelos. Pero la búsqueda debe ser constante. Yo me desesperaba por infundirle al libro el anhelo de transmitir la esperanza de esa búsqueda, en la selva oscura que me había tocado con este tema. Que tuviera la intensidad de un hallazgo fecundo y no el laconismo de una pérdida.
-¿Hay esperanzas de que una sociedad como la actual, entregada al consumo y al hedonismo, pueda desandar ese camino?
-El hedonismo de la época desalienta la concepción del esfuerzo como un logro de la subjetividad creadora de cada uno. Esta pasión por la inmediatez está hablando de una subjetividad que ha renunciado al tiempo. Parecería que estamos en un momento muy propenso a creer que la abolición del espacio y el tiempo por la vía de la tecnología de punta nos ha salvado del espacio y del tiempo. En el ensayo sobre la vejez trato de ver si la paradoja que implica haber prolongado la vida y, al mismo tiempo, subestimado la vejez, puede ser revertida mediante la idea de que hay una tarea por cumplir en el anciano, que es su mirada de conjunto. La orden del día es simular que el tiempo no nos afecta.
-¿Estamos negando la muerte?
-Sí: la muerte no tiene sujeto. Es esta la idea: que nadie muere. Mejor dicho: que solo Nadie muere. Ha desaparecido el duelo. Hay intolerancia al velorio. Los deudos tratan de excusarse, de no ver al muerto.
-Usted reclama a sus lectores un esfuerzo sin premio evidente, cosa que no se aprecia mucho en estos días. ¿No teme que rechacen su propuesta, pensando que, ya que no hay remedio, lo mejor es dejar el dolor y el sufrimiento a un lado?
-Sin duda: donde impera el principio del hedonismo y de la posibilidad de rehuir el mundo de los sueños, el mundo del inconsciente, el amor al prójimo y el amor hacia el trabajo en la construcción de la subjetividad, la verdad es que no vale la pena leer libros como El enigma ... Pero también convengamos que los lectores que este libro va a encontrar se han trabajado ya a sí mismos. Yo creo que un libro no funda a sus lectores: los encuentra. Tiene la fortuna de encontrar a hombres y mujeres que vienen transitando por un camino de sensibilidad. El libro encuentra albergue entre esa gente, porque a pesar de todo la sociedad tiene recursos para hacerles lugar al riesgo y a la aventura de leer.





