
Eterno retorno de un viaje célebre
En su último libro, el siempre polémico Bernard-Henri Lévy recorre Estados Unidos, tras los pasos de Alexis de Tocqueville, para develar mitos y verdades del "imperio" americano
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Para LA NACION
American vertigo
Por Bernard-Henri Lévy
Trad: isabel Margelí Bailo/359 páginas/$ 69
Muchos lectores de La democracia en América , el clásico de Alexis de Tocqueville (1805-1859), sienten el impulso de repetir el viaje que realizó el teórico liberal por Estados Unidos entre 1831 y 1832. Alimentada por el desarrollo de las road movies , la idea de transitar esos caminos en busca de contrastes, confirmaciones o desmentidas de los diagnósticos del autor francés mutó en lugar común. El novelista Charles Dickens fue el primero en intentarlo con sus American Notes , de 1842. Fue solo un esbozo, que le valió la condena cruel de los estadounidenses. Por su parte, mientras viajaba por el país que encarnaba los ideales políticos en que creía, Domingo F. Sarmiento no se despegó del libro ni un momento.
Hoy, a comienzos del siglo XXI, le toca el turno al también francés Bernard-Henri Lévy (Argelia, 1948) de realizar esta suerte de fantasía compartida de recorrer 20.000 kilómetros para evaluar el "imperio" norteamericano. Al autor de American Vertigo lo guía una primera obsesión: refutar el antiamericanismo de sus compatriotas galos. No contaba con que, una vez publicado, su libro iba a sacar a luz, en la tierra de su viaje prometido, la francofobia de Estados Unidos. Ese es, curiosamente, uno de los mitos que él mismo se ocupa de disolver a lo largo del volumen. Algunas de las críticas más feroces contra el libro, de hecho, provinieron de intelectuales norteamericanos que pedestremente proclamaban: "¿por qué no mira los problemas de su propio país?" Algo que Lévy -o BHL, como se lo conoce en los medios franceses- nunca dejó de hacer.
Por cierto, a BHL no le resulta ajena la polémica. El filósofo, formado en la Escuela Normal Superior por Jacques Derrida y Louis Althusser, conoce el sabor confuso de la diatriba desde 1977 cuando, con la publicación de La barbarie con rostro humano , lanzó una crítica feroz a la izquierda tradicional francesa. Junto con André Glucksmann y Alain Finkelkraut -todos autodefinidos como izquierdistas- fundó el grupo de los "nuevos filósofos", un conjunto -¿o mero trío?- de intelectuales dedicados a romper ciertos tabúes de un Barrio Latino aún signado por la influencia de Jean-Paul Sartre y el apego al marxismo ortodoxo. Como periodista, Bernard-Henri Lévy se ocupó de la guerra por la independencia en Bangladesh y de los conflictos de Angola y Colombia; como filósofo, de analizar el papel de los intelectuales; y en tanto editorialista -la descripción que prefieren muchos medios franceses-, combatió cualquier rastro de lo que considerase puro dogma.
Aunque en los últimos meses reconoció su amistad con Nicolas Sarkozy -que en el caso de sus antiguos compañeros de ruta Glucksmann y Finkelkraut se transformó en apoyo político-, no dudó en retratarlo como cabeza de la "extrema derecha francesa", alguien capaz de refrendar el colonialismo y la xenofobia. El autor de la novela El diablo en la cabeza o del flamante ensayo Ce grand cadavre à la renverse ("Ese gran cadáver caído de espaldas" ) basa siempre sus propuestas en una amenaza más que tentadora: quebrar estereotipos.
A lo largo de American Vertigo lo consigue a medias, tal vez de la manera menos previsible: en particular cuando analiza no tanto lo que va encontrando en la ruta, como el papel de los intelectuales norteamericanos. La democracia en América tuvo como objetivo primordial presentar un informe sobre el sistema carcelario americano. En paralelo con su predecesor, Lévy se centra en la misma institución para evaluar la lógica de una sociedad donde hoy se hace necesario extender la mirada para incluir en la discusión, entre otras cosas, el trato inhumano dado a los prisioneros de Guantánamo o la construcción de barrios cerrados como expresión de una nueva forma de apartheid .
El recorrido de Lévy se centra en general en ciertos clichés -en algunos casos para desmentirlos, en otros para ratificarlos- del mito americano. La supuesta epidemia de obesidad le parece un invento alimentado por el gran negocio del adelgazamiento y el control social de los cuerpos, pero, desde un punto de vista más metafórico, se aterra al enfrentarse a una sociedad sometida a la obesidad de los malls, de sus finanzas y estacionamientos, de su obsesión por la monumentalidad. Confirma el constante triunfo del kitsch y la desolación de ciudades como Búfalo y Detroit, destruidas por el imperio de los suburbios y la desocupación, pero se sorprende ante el ejemplo de convivencia y preservación urbana que presentan ciudades como Seattle y Savannah. No teme retratar al presidente Bush como "un pobre hombre" al que culpa de una guerra absurda, pero tampoco evita burlarse de un jefe indio que no deja dudas sobre su antisemitismo. Resulta feroz en su descripción de los fundamentalistas cristianos y de las propuestas delirantes de prohibir la enseñanza de la teoría darwiniana de la evolución, pero recuerda que Estados Unidos es desde su fundación un país laico. Tiene la suerte de que Sharon Stone -en una de las viñetas más jugosas del libro- se cruce de piernas en su presencia, pero el mal tino de asegurar que el Partido Demócrata ha caído en un irreversible "agujero negro". Es audaz al evocar el racismo -pero también la solidaridad- que desnudó el paso del huracán Katrina, aunque algo obvio al evocar el caso Monica Lewinsky o las ferias de armas libremente disponibles.
American Vertigo tiene, sin embargo, una virtud adicional que no viene del Bernard-Henri Lévy editorialista ni del periodista, sino del filósofo que en él queda: su análisis del papel político del pensamiento de Francis Fukuyama, Samuel Huntington y Michael Walzer. Aun cuando disienta con ellos en más de una cuestión, el solo hecho de que haya advertido que merecían una discusión seria lo aparta, sí, indefectiblemente de cualquier lugar comúnantiamericano . En la influencia de este trío de pensadores hay algo que los europeos optan por minimizar: Estados Unidos es un país donde el mundo intelectual está más cerca de la política de lo que muchos creen. No teme tampoco hacerse de la teoría del imperio de Antonio Negri y Michael Hardt -lejos para algunos del perfil del propio Lévy- para postular que Estados Unidos debe ser entendido dentro de un mundo que ha cambiado para siempre, donde la lógica del poder global ya no es la de la modernidad. En ese sentido, al menos, BHL se parece a Tocqueville: ve lo que muchos europeos prefieren olvidar.© LA NACION



