
Extraordinario paseo de arte por la colección de un argentino en Toulouse
Con discreción, durante su vida Georges Bemberg acopió uno de los fondos de obra más importantes de Europa, que hoy se exhibe en su fundación
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Desconocido mecenas, coleccionista clandestino, circunspecto amateur, diletante ilustrado, el argentino Georges Bemberg -que murió en París en 2011, a los 96 años- se convirtió en uno de los coleccionistas de arte privados más importantes de Europa con la misma discreción que rigió su vida. Un fabuloso acopio del que muy pocos saben. "Siempre tuvimos cierto gusto por el secreto", confesó en 1995, pocos días antes de la inauguración oficial de la Fundación que lleva su nombre en Toulouse.
Instalada en uno de los más bellos monumentos renacentistas de esa ciudad, el Hôtel d'Assézat, que la municipalidad le alquiló por un siglo al precio simbólico de 1 euro anual, la Fundación Bemberg no sólo es un museo; también propone actividades sobre la historia y el conocimiento del arte.

Con la desaparición del más enigmático de los Bemberg, que se fue sin dejar herederos directos, su Fundación recibió una colección de más de 1100 obras de una calidad excepcional que ese auténtico cosmopolita comenzó a reunir a los 17 años y que alimentó pacientemente durante más de siete décadas. Canaletto, Francesco Guardi, Giovanni Paolo Panini, Giambatista Tiepolo y otros por la pintura del siglo XVIII. Lucas Cranach, Gerard David, Jean Clouet, François Clouet, Adrien Ysenbrandt, Tiziano, Veronese y Tintoreto por los flamencos, italianos y franceses del XV y XVI. Pieter de Hooch, Antoon Van Dyck, Jan Van Goyen, Giovanni Battista Carlone y Evaristo Baschenis por el XVII. Y después, el caravagista francés Nicolas Tournier.
"La consigna que dejó Georges Bemberg fue que la compra de nuevas obras debía estar guiada por un «flechazo». Exactamente como lo hacía él", afirmó a LA NACION Philippe Cros, director de la institución.
A pesar de su marcado gusto por lo clásico, impresionista y pos- impresionista, integran ese fondo obras de Claude Monet, Auguste Renoir, Alfred Sisley, Camille Pissarro, Henri de Toulouse-Lautrec, Edgar Degas, Paul Sérusier, Paul Gauguin, Paul Cézanne, Henri-Edmond Cross. Sin contar una colección de Pierre Bonnard. El siglo XX concluye esta somera lista -que incluye unos 200 bronces del Renacimiento italiano y francés- con obras de Georges Rouault, André Derain, Henri Matisse, Pablo Picasso, Amedeo Modigliani y Maurice Utrillo.

Georges Bemberg nació en Argentina en 1915 y llegó a Francia cuando tenía seis meses. Desde entonces su vida fue un permanente ir y venir entre ambos mundos: París, donde vivía, Nueva York por sus inviernos, Venecia por sus veranos y Buenos Aires por sus afectos.
Monsieur Georges, como lo llamaban sus empleados, llegó al arte a través de esos pequeños fracasos que suelen jalonar la vida de muchos herederos de portentosas fortunas. Aquellos que, teniendo todo, no consiguen brillar en nada. Atraído primero por la música, intentó sin éxito convertirse en compositor siguiendo en Harvard los cursos de Nadia Boulanger, la célebre profesora de la élite musical del siglo XX.
Diplomado en literatura comparada, asiduo participante de los círculos literarios de Nueva Inglaterra y Argentina, donde su prima Victoria Ocampo le abrió las páginas de su revista Sur, publicó sin pena ni gloria varios libros y algunas piezas de teatro que fueron representadas en el off Broadway. De todos esos amores contrariados, finalmente prevaleció su pasión por las artes plásticas.
"Monsieur Bemberg tenía la pintura en la sangre. Durante su infancia, los Fragonard y Nattier ornaban los muros de su casa. Su tío, que trabajó con Picasso, también fue pintor", precisa Philippe Cros.

Fiel colaborador durante 20 años, reconocido experto en bellas artes, Cros evoca un personaje de otra época, cuya existencia transcurrió en un mundo inverosímil para el común de los mortales. "En las numerosas visitas que hice a su pedido a Buenos Aires, jamás pude hablar una palabra de español", rememora. Alojado en opulentas estancias, atendido por maîtres d'hôtel de guante blanco, servido en vajilla de plata y cristales de Baccarat, el joven e inquieto Cros desesperaba por descubrir otras facetas de la mítica capital sudamericana, tan celebrada en Europa.
-Me gustaría conocer algo más-, terminó por confesar.
-No hay nada más-, replicó su anfitrión. En francés.
Juan Perón decía de los Bemberg que eran como un "inmenso pulpo venenoso que todo lo va emponzoñando y ocupando". Ajenos a esas querellas político-ideológicas, los franceses que visitan su Fundación a 11.000 kilómetros de Argentina consideran a Georges Bemberg un "très grand monsieur", que tuvo la generosidad de poner a disposición de todos la obra de una vida misteriosa, deslumbrante o sibarítica, pero en ningún caso banal.




