
Gauchos contra gringos
MASACRE EN LAS PAMPAS Por John Lynch-(Emecé)-Trad.: María T. La Valle-315 páginas-($ 16)
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En la madrugada del Año Nuevo de 1872, una banda de peones y gauchos armados, que se decían seguidores del médico curandero de la zona apodado "Tata Dios", partió del pueblo de Tandil en una excursión de robo, pillaje y exterminio. Al grito de "Viva la religión" y bajo la consigna de matar "a gringos y masones", la turba se detuvo en algunos establecimientos rurales y almacenes de campo, asesinó a su paso selectivamente a treinta y seis comerciantes y agricultores inmigrantes, y luego se dio a la fuga.
El episodio, una trama policial en sí mismo, es una oportunidad como pocas para quien, conociendo bien el período, quisiera tomarlo como excusa para reflexionar sobre la sociedad rural pampeana de entonces. El historiador inglés John Lynch, un especialista en el siglo XIX latinoamericano, ha recogido el guante. Tomando como base la bibliografía existente sobre el tema y algunas fuentes primarias, como las declaraciones en los juicios, los periódicos y los archivos de la cancillería británica, Lynch -familiarizado con la historia rural de Buenos Aires a partir de su conocido estudio biográfico sobre Juan Manuel de Rosas- construye una trama ágil y cargada de tensión narrativa, que teje en un contrapunto permanente entre las interpretaciones del hecho de los contemporáneos y las que luego fueron haciendo los historiadores. Con prosa efectiva, el autor narra la matanza y las reacciones que generó en los diversos ámbitos de la comunidad local, los gobiernos provincial y nacional y las representaciones extranjeras.
¿Una expresión de xenofobia? ¿Un movimiento de fanáticos religiosos, de tipo milenarista? ¿Una reacción "federal" contra el gobierno nacional? ¿Una revuelta gaucha en defensa de su espacio vital? Luego de ponderar las múltiples interpretaciones, elaborando y descartando hipótesis, como quien piensa en voz alta, Lynch opta por ubicar el episodio en el contexto de una historia más larga de violencia en la frontera y de resistencia de la sociedad rural tradicional -compuesta por gauchos, pero también por estancieros y por sus aliados en los gobiernos locales de los pueblos- a la modernización del país, algo que los agricultores inmigrantes, las grandes víctimas de la masacre, encarnaban mejor que nadie.
Pero más importante que el veredicto de Lynch sobre la matanza es la variedad de escenarios en que se esfuerza por ubicarla. Esto lo lleva a hacerse preguntas muy pertinentes acerca de la situación social y económica de la frontera; la religiosidad popular y el papel de la Iglesia en el ámbito rural; los significados del federalismo en la campaña -y en particular del rosismo, a veinte años de la caída del líder-; las formas de la política en los pueblos de la provincia de Buenos Aires. También lo lleva a ensayar una necesaria y poco frecuente mirada comparativa entre la frontera pampeana y la norteamericana. En suma, el autor convierte este episodio puntual en un pretexto maravilloso para pensar los grandes temas de un momento crucial de la historia argentina (la construcción del Estado, la consolidación del espacio territorial). En tal sentido, el trabajo es toda una lección del oficio de historiador.
Impecablemente concebido, el libro tiene, sin embargo, algunos problemas evidentes de realización. En primer lugar porque, luego del clímax logrado con toda eficacia en la primera parte, en el relato de la masacre, el libro toma un curso distinto, alejándose cada vez más de ese eje de sustentación, para concentrarse en una historia de los diferentes incidentes diplomáticos anglo-argentinos relacionados con el problema de la seguridad de los colonos británicos en este país, provocados por episodios de violencia como el de Tandil. Esta parte, que se apoya en un impecable trabajo con los archivos del Foreign Office y contiene el corazón de la investigación original de Lynch y de su aporte al tema, guarda una difícil relación con la anterior, haciéndole perder al libro mucho de su unidad y de su fuerza expositiva.
El segundo problema tiene que ver con algunos contrastes en el terreno conceptual. Porque así como Lynch puede ser incisivo a la hora de preguntar, también puede caer en algunas ligerezas de interpretación a la hora de ensayar las respuestas. Quizás demasiado pendiente del público anglosajón no especializado para quien fue originalmente escrito el libro, el autor se obliga a algunas definiciones contundentes que a los ojos locales resultan excesivamente simplificadoras. Así por ejemplo, si bien está claro que ciertos pueblos de las pampas en 1870 no eran un lugar excesivamente pacífico, la imagen de un espacio atestado de gauchos salvajes que se regocijaban pasando a degüello a cuanto inmigrante se cruzara en su camino -una imagen ciertamente útil para la diplomacia británica a la hora de presionar al gobierno argentino, pero por lo mismo no necesariamente fidedigna- también despierta algunas sospechas. Las mismas que despierta tomar al gaucho Martín Fierro, de una forma demasiado literal, como una fuente para estudiar la sociedad rural pampeana.




