Historia de una derrota
Una desolación Por Yasmina Reza-(Anagrama)-Trad.: Joaquín Jordá-116 páginas-($12)
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Nacida en París, de familia judía, a Yasmina Reza se la conoce principalmente como autora teatral. Alcanzó el éxito y el reconocimiento internacional en 1994, con la obra Art , traducida a 35 idiomas y estrenada también en la Argentina. Después de Hammerklavier , un libro de relatos que rescata la figura de su padre, Reza incursiona por primera vez en la novela, con decisión y no sin cierta astucia. Una desolación es una obra corta construida desde la voz del protagonista. Un monólogo escrito con un lenguaje directo y coloquial, en el que un personaje casi excluyente le recrimina a su hijo su forma despreocupada de vivir.
La elección de una forma cercana a la dramaturgia no le quita a Reza el mérito de haber logrado una novela interesante y entretenida, que se lee de un tirón y ofrece al lector la siempre reconfortante experiencia de vérselas con un personaje rico y complejo en sus contradicciones. Un viejo gruñón y maldiciente que, incluso en sus posturas más ciegas o reaccionarias, se las arregla para conservar un fondo de integridad.
Sobre Samuel pesa una angustia vital que él descarga apostrofando a su hijo. No le perdona que lleve una vida blanda, a su entender estéril, recorriendo el mundo con el dinero que le proporciona el alquiler del departamento que él mismo le compró. La lengua filosa de Samuel también alcanza a su mujer -que lo acusa de haber anulado al muchacho con su severidad excesiva- e incluso a su hija, contra quien la emprende cuando ella le dice que su hermano, allá lejos, en una playa solitaria, es feliz. "Hubiera preferido un hijo criminal o terrorista antes que un militante de la felicidad", llega a increpar al hijo, a quien, por otro lado, también le dice: "Ahora tienes que explicarme la palabra feliz".
Este hijo es la contracara de Samuel, el opuesto que sin quererlo, desde la lejanía y el silencio -acaso también desde la indiferencia-, interpela con sus opciones la propia vida del viejo y lo provoca.
Rescatadas por esa voz que se debate entre la diatriba contra el mundo y los fantasmas de la memoria, afloran escenas del pasado: una antigua amante, sus años de juventud, y el reciente encuentro con la amante de un admirado amigo ya muerto, con quien Samuel, en uno de los mejores momentos del libro, alcanza una conmovedora complicidad. Vale la pena destacar el sutil manejo de los registros por parte de Reza: la queja agria o el ajuste de cuentas dirigidos al hijo se tornan de pronto, en sintonía con la naturaleza de lo narrado, confidencia de tono casi íntimo, liso y llano intento de comunicación.
Entre otros temas, la novela aborda el deterioro del cuerpo y la conflictiva aceptación de la vejez, especialmente cuando el impulso vital no se resigna a menguar. Aunque a través de la impiadosa mirada de Samuel, también desenmascara el conformismo o el hedonismo fácil de los tiempos que corren, reivindicando de alguna forma el sentido trágico de la vida. La desolación de Samuel despide cierto aire existencialista que -Reza mediante- no huele a rancio. De todos modos, ésta es también la historia de una derrota: a pesar de su energía, Samuel parece haber sido incapaz de encontrarle un sentido a su vida y, más aún, de comunicarse a través del afecto con aquellos que quiere. Esta herida subyace en él a lo largo de todo el relato.
Con estos materiales y una dosis nada despreciable de humor e ironía, Reza logra hacer un personaje casi querible de un viejo cascarrabias y misántropo que esconde su soledad detrás de un velo de palabras venenosas. Palabras llenas de encanto y de gracia, por otra parte, con las que Yasmina Reza fraguó una inteligente y a la vez divertida primera novela.





