Inquietante máquina del tiempo
En Cielo suelto , su cuarta y anterior novela, Miguel Vitagliano se había concentrado en el agua, en el Río de la Plata -esa "sinécdoque de la Argentina entera" al decir de Saer- por el que navegaba un barco lleno de fugitivos de un asilo de ancianos que de viejos no tenían nada. Para escribirlo, Vitagliano apeló a una serie de textos sobre náutica e incluso a la experiencia propia: él mismo -profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires- tomó clases de navegación. Algo de esa inmersión completa que define su método de composición se traspasa, narrativamente, a esos micromundos cerrados (en Cielo suelto era el barco, en Los ojos así era una casa de Floresta) en los que Vitagliano recuerda a Kafka, a Buzzati .
En Vuelo triunfal , novela recién editada por Tusquets, el micromundo es el aire: por el aire vuelan los pilotos de la Aeronáutica que, alrededor de los años 50, llevan adelante misiones secretas de las que ignoran los detalles aunque no el objetivo final: cumplir el mandato de Perón que engrandecerá a la Patria. Por el aire también vuelan las secuencias temporales; los juegos entre pasado y futuro estructuran y recorren el relato igual que un frío recorre la espalda: cuando van hacia el futuro son premonitorios del horror que vendrá y cuando van hacia el pasado revelan acontecimientos que impiden toda negación, que obligan a mantener los ojos así, abiertos, y ver los sucesos más crudos de nuestra historia sin ninguna antiparra. El aire de la novela de Vitagliano no es el aire puro de las cruzadas bienpensantes; es el aire recargado, el aire concentrado que queda flotando en las atmósferas donde realmente ha pasado de todo.
Haciendo base en los años 50, Vuelo triunfal vuelve hacia principios del siglo XX a través de un libro de cualidades proféticas que Lucio, uno de los personajes centrales de la novela, encuentra en la Biblioteca Obrera Almafuerte del Tigre en la que trabaja. Para escribir su primer artículo en la revista de la biblioteca, Lucio entrevista al autor -un inventor llamado Otto Diettrich condenado al olvido de sus contemporáneos- y éste le dice que en ese libro están las bases para fundar una Nueva Sociedad y también las claves del nuevo orden que propondría Perón y la relevancia que adquirirían las investigaciones atómicas. A raíz de estas investigaciones, justamente, entra en escena Eduardo, el otro personaje central de la novela, el piloto de la recién creada Fuerza Aérea que vuela a la Patagonia con una carga de cajas cuyo contenido desconoce. Es consciente de que por cumplir esa misión es un elegido y con eso le alcanza. Las cajas, sabe de antemano el lector, son envíos para el doctor Ronald Richter, el científico alemán que, protegido por Perón, trabaja en la Isla Huemul en una misión secreta de la que, supuestamente, saldría la bomba atómica que pondría a la Argentina entre las potencias del mundo. En los años 50 el peligro nuclear está en boca de todos y la ilusión de manejar el poder dominando la energía atómica también.
Pero a Lucio lo increpa su jefe de la Biblioteca Almafuerte, un reducto opositor al régimen, que sirve de guarida a un grupo de obnubilados por las prerrogativas de Moscú. El peligro nuclear, le dice su jefe, es sólo una mascarada que oculta el verdadero peligro, que es el control: el control de los discursos, de las mentes, de las voluntades. Vuelo triunfal escarba y pone sobre el tapete los mecanismos de todo régimen, la manera sutil que tienen de impregnar las conciencias. Aun las que se creen más a salvo: Lucio, que se cree libre porque se atrevió a dejar su pueblo natal y porque se la pasa leyendo en un ámbito de supuestas reivindicaciones sociales, también lleva, como Eduardo, un sobre al Comité Central del Partido sin saber qué contiene: la disciplina puede en él más que la curiosidad y no lo abre. El también se siente ese día un elegido y con eso le basta.
Vuelo triunfal inquieta con esos paralelismos. Inquieta también, aun sin proponérselo, cuando su máquina del tiempo se proyecta hacia el futuro, que es hoy: cuando hace que a los lectores actuales se nos vuelva irremediable recordar el fracaso de otros discursos, posteriores a la década del 50, que prometieron un ingreso de la Argentina en el grupo de las naciones del mundo con poder de decisión; o cuando nos previene del frenesí apresurado con el que, después de ese fracaso, se intenta abrazar al próximo discurso de turno; o cuando recuerda, en el conflicto bélico más reciente, a escala mundial, que no fue sólo un ardid de los años 50 utilizar la amenaza nuclear como argumento para controlar pueblos y voluntades.
Pero Vitagliano no hace crítica social ni sugiere alegorías. En un relato cruzado permanentemente por textos periféricos de astronomía y de aeronáutica, elige, como los inventores consumados "descubrir el misterio de la realidad a partir de la invención".