Juan Martini contra la frivolidad
En la segunda parte de su trilogía sobre un director de cine en lucha con la industria, el autor rosarino vuelve a criticar a los creadores que no se comprometen con la realidad
"Yo también tengo rasgos frívolos, pero creo que un artista se refugia en la ética de su creación", dice Juan Martini (Rosario, 1944). Tal declaración de principios resuena en la escritura de Cine II, la segunda entrega de su trilogía de novelas sobre Sívori, un director de cine que intenta imponer sus criterios estéticos ante la industria. En una estructura de relatos paralelos, con numerosas notas al pie, se cuenta la vida cotidiana de su personaje: las relaciones de Sívori con su vecina, Pina Bosch, con la antigua amante de ésta y con la hija de su productor, sus paseos por la ciudad, sus predilecciones cinematográficas y las discusiones con sus colegas. Una brecha se abre en esa cotidianidad: el guión que está escribiendo para retratar el mito que Eva Perón construyó en sólo siete años. El quiere reflejar la voluntad de esa joven mujer de transformarse en una figura trascendente.
-Sívori es un director de cine experimental que tiene tres películas, rodadas entre 1995 y 2005. Es un hombre de cincuenta y dos años que comparte los canales, ideas e instituciones del cine independiente, desde la Fundación Universitaria del Cine hasta el Bafici, el Malba y la Lugones. Al mismo tiempo tiene discrepancias: no es un director tan radical como los más jóvenes de hoy, que leen una novela, no entienden mucho y hacen un guión aunque no les haya interesado. Sívori preferiría que estuvieran mejor formados, que sostuvieran su vanguardismo con producciones más consistentes. Me interesó incluir ciertas polémicas ficcionales, como su seminario de cine europeo, que incluye a Kiarostami para referirse a Europa desde la periferia, y es criticado por eso. Me divertí con esas ideas.
-¿Por qué, a pesar de ser un director experimental, Sívori critica los sistemas de consagración?
-Es un guiño, un comentario sobre un sistema de canonización errático y excluyente, más aún en este comienzo de siglo. En todas las artes es poco ecuánime. Son caprichos, usos y leyendas de las cátedras correspondientes. Sívori sufre eso: sólo tiene algún reconocimiento en su tercera película. El reconocimiento de Saer significó la exclusión del resto de su generación. La señora Sarlo sólo habló de Saer en las cátedras de literatura argentina y se negó a hablar de Cortázar hasta el ochenta y pico. ¿Quién excluye a Cortázar de una cátedra? Una tendencia en la crítica. Para hablar seriamente, no hay consagración verdadera hasta que el tiempo acomoda las cosas.
-El proyecto de Sívori es filmar un tríptico sobre Eva Perón, que coincide con tu tríptico de novelas. ¿Cómo surgió ese interés?
-La obsesión de Sívori es que Eva quiere convertirse en un mito y por eso emprende su tarea de acción social. Su idea es un poco caprichosa: una película en tres partes, con dos actrices que dialogan en escenas en blanco y negro; toda una serie de postulados estéticos. En Cine I Eva dialoga con Rita Molina, una actriz menor que era su amiga. Ocurre el 17 de octubre del 45, la tarde en que se acordó trasladar a Perón a la Casa Rosada. En Cine II , el diálogo es con Lilian Lagomarsino, la mujer que acompaña a Eva a Europa en 1947. Eva ya era primera dama, y Lilian era la mujer del presidente de la Cámara de Diputados. El diálogo transcurre en una casa de descanso en Rapallo, cerca de Génova. En la tercera, que se va a llamar La inmortalidad , el diálogo será un encuentro ficcional con Emma Nicolini, la hija del ministro de comunicaciones de Perón. Eva y Emma se encontrarán en El Tropezón, el refugio de Tigre en el que se suicidó Lugones, y el diálogo va a ser en 1951, pocos días antes del Cabildo Abierto del peronismo, el acto popular de la CGT en el que se le pidió que fuera vicepresidenta, a lo que debió renunciar unos días después.
-El guión que Sívori escribe sugiere que el proyecto de Eva nació con la conciencia de su enfermedad.
-Es mi elaboración personal de su camino, pero es cierto que pronto tuvo conciencia de estar enferma. Empezó a tener dolores en el viaje a Europa, y el doctor Alsina le dio morfina. A partir de esa realidad, trabajé ficcionalmente la idea de su muerte joven. Lamento la ausencia de trabajos más profundos sobre Eva y el final de su vida, porque a partir de 1951 se radicalizó políticamente respecto de Perón. Desde su internación en el policlínico de Avellaneda, ordenó armar a la CGT para resistir los intentos de golpe de Menéndez. En ese momento el personaje de Eva fue genuinamente revolucionario.
-Los paseos de Sívori por el Rosedal son otro recorrido político de la novela: observa los monumentos de Rosas y Avellaneda y reflexiona sobre las matanzas de indios en la Argentina.
-Camino todos los días por el Rosedal. Me llama la atención el Parque Tres de Febrero. Allí estaba el casco de la estancia de Rosas y ahora están el monumento a Urquiza, el monumento a Sarmiento y un lago que se llama Victoria Ocampo. A fines de los años 90, se emplazó un monumento a Rosas. Entre este monumento y el de Urquiza se interpone el monumento a la Carta Magna, que donaron los españoles. Me pregunto si es casual o deliberado. Es claro que hay cierta condena histórica. No soy rosista, pero me interesa ese choque histórico en el parque. Una de las plazas se llama Facundo Quiroga, pero no hay ninguna placa que lo diga. No es casual: la ciudad borra a lo largo de los años las huellas históricas.
-La reflexión final de Sívori es que hoy el Rosedal es un espacio de frivolidad, una característica que borra la historia y mata la escritura.
-La frivolidad nos va cercando con más fuerza estos años. En los años noventa hubo acontecimientos fuertísimos, como los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel y el aniquilamiento de la clase media. ¿De qué forma entraron en la literatura argentina? Muy pocos autores tomaron estos temas. Estaba mal visto. Cuando publiqué Puerto Apache , en 2002, la tapa, que tenía la imagen de un cartonero, fue muy criticada. Esas posiciones intelectuales tan refractarias del compromiso con lo real no me interesan. En los libros de memorias de Alan Pauls, Historia del llanto e Historia del pelo , el narrador dice que no fue contemporáneo. Si no fuiste contemporáneo, ¿qué sos? Lo conozco a Alan desde hace mucho tiempo, pero ya no me interesa lo que escribe, esa intención de hablar de la dictadura, pero evitando las posiciones biempensantes "porque nos tienen cansados". Creo que eso es frívolo y perverso. Hay temas que no pierden su peso con el tiempo. Cine pretende trabajar contra ese tipo de frivolidad.
© LA NACION
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