La imaginación material
LA TIERRA Y LAS ENSOÑACIONES DEL REPOSO Por Gaston Bachelard-(Fondo de Cultura Económica)-Trad.: R. Segovia-376 páginas-($ 57)
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La obra de Gaston Bachelard (1884-1962) es tan original como deslumbrante. E inesperada, ya que los campos en los cuales ejerció su pensamiento -la filosofía de las ciencias y la fenomenología de la imaginación poética- suelen ser antagónicos y hasta excluyentes para cualquier otro pensador. Muchos han querido ver dos etapas divergentes, pero de hecho se trata de un desarrollo: entre 1928 y 1940 Bachelard escribió trabajos sobre epistemología, como su célebre La formación del espíritu científico, de 1938, pero ese mismo año también publicó Psicoanálisis del fuego . Se trataba del primer libro sobre la imaginación material de los cuatro elementos, a los que seguirían El agua y los sueños (1942), El aire y los sueños (1943) y, hacia 1948, los complementarios La tierra y las ensoñaciones de la voluntad y el que ahora se traduce por primera vez al español: La tierra y las ensoñaciones del reposo . Entre 1949 y 1953, Bachelard publicó tres nuevos libros sobre epistemología, dedicados a la actividad racionalista y, tiempo después, tres nuevos libros sobre la imaginación poética: La poética del espacio (1957), La poética de la ensoñación (1962) y el breve y notable La llama de una vela (1962), que tradujo el poeta Hugo Gola.
Para fundamentar aquello que Jean Hyppolite llamó una "teoría trascendental de la imaginación creadora" -que asume la fenomenología como método, mientras se aparta del psicoanálisis, aunque sin eludirlo, lejos de Freud y cerca de Jung-, Bachelard considera que no hay pensamiento científico sin represión. Aquello que se debe reprimir son las cargas afectivas proyectadas por el sujeto en la consideración de un objeto dado. Llamándolo "psicoanálisis del conocimiento objetivo", se propuso indagar la acción de los valores inconscientes en la base misma del conocimiento empírico y científico. Desde La filosofía del no (1940) Bachelard sistematizó el carácter progresivo de las ciencias -por ejemplo, en la física- a partir de lo que llamó espectro o perfil epistemológico de una noción dada. Dicho progreso consiste en la superación de un realismo inicial en pos de un racionalismo de creciente abstracción, pero que asimismo no puede ser generalizado, sino estudiado en su articulación histórica en diversas teorías científicas. El primer estadio realista, primitivo, supone un apego afectivo a la sustancia, una apreciación confusa de lo real a partir de nociones cargadas de afectividad que es preciso reprimir. Para desarrollar su racionalidad, la ciencia rechazó "las seducciones de la libido, las tentaciones de la intimidad, las certidumbres vitales del realismo, la alegría del poseer", escribió Bachelard. Por ello el pensamiento científico, a partir de la ruptura con el sentido común, superó obstáculos o errores epistemológicos y conformó una proyección especulativa y progresiva basada en una serie de rupturas. Este proceso atañe a lo que Bachelard llama una "función de lo real". Desde este punto parte la consideración de la imaginación creadora como el otro polo de la conciencia: a toda función de lo real, corresponde una función de lo irreal y, en ese caso, un obstáculo epistemológico bien podría ser pensado como una verdad poética.
De este modo Bachelard comienza a estudiar los fundamentos de la imaginación material. Las sustancias son ahora polos dinamizantes de la ensoñación poética, donde realiza el camino inverso al anterior: privilegia los sueños de la psique vinculados a las sustancias, la materia funda el psiquismo imaginante y los objetos materializan la intimidad. Por ello el primer esquema que utiliza, trabajando con el método y el rigor de un físico de la imaginación material, es el elemento -fuego, aire, agua, tierra-, una realidad orgánica a la que se adhiere el ensueño y a la vez un principio organizador de las cualidades fundamentales: por ejemplo, la fluidez en el agua, la ligereza en el aire.
Cuando Bachelard escribe La tierra y las ensoñaciones de la voluntad , se refiere a la imaginación dinámica que suscita la sustancia terrestre. En La tierra y las ensoñaciones del reposo , se refiere al campo de intimidad de la materia, que va desde el habitar el interior de los objetos, las microscopías , el mutable color o las metamorfosis del gusto, hasta la morada en las casas del recuerdo, las casas oníricas, los sótanos y los desvanes. Pero también la vastedad de lo interior: desde el complejo de Jonás que vivió en el vientre de una ballena, hasta el regreso al vientre materno como viaje originario, de las grutas y las cavernas y los túneles al centro ígneo de la tierra, de las formas del laberinto al ondulante surco de las sierpes, del hundimiento de las raíces hasta el terruño en que madura la vid aérea. Además, la materia implica la cualidad: lo profundo, lo ahondado, lo enraizado, lo arraigado, lo devorado, lo asimilado, lo viscoso, lo fangoso, lo oculto, lo secreto, lo diminuto, lo mínimo, lo hueco, lo mullido, lo húmedo, lo tibio, y así siguiendo. Los documentos en los que se basa esta indagación son las imágenes literarias, pero independientes de todo contexto histórico y estético. Toda ensoñación, a diferencia de los sueños, debe ser "escrita" para existir como actividad imaginaria y por ello las imágenes de la literatura, especialmente las del poema, son índices, huellas de esa producción imaginaria. De allí que éste, como todos sus libros, sea un vasto catálogo de ejemplos poéticos, donde el filósofo discurre con una prosa adamantina, de extraordinaria acuidad y sensibilidad, para conformar verdaderas redes imaginarias
El rigor de la descripción y la sutileza de las reflexiones son tan exhaustivos que provocan el efecto de reconocer un mundo cercano y a la vez luminoso y plural. Un mundo poroso y móvil, que resurge multiplicado en la letra por la facultad eminente de la imaginación: productora, alquímica, transformadora, inventiva, arquetípica. Por ello la lectura de sus libros sobre la imaginación son algo más que una intelección y un saber: constituyen una verdadera experiencia poética.
La traducción de Rafael Segovia, que advierte sobre las numerosas dificultades que ofrece la dúctil prosa de Gaston Bachelard, es impecable.




