¿La moral es enemiga del progreso?
El prestigioso filósofo alemán habla del mal, que hoy asume la forma de la desmesura técnica, y de la reciente controversia entre sus colegas Peter Sloterdijk y Jürgen Habermas acerca de la eugenesia, una polémica que evocó los horrores del nazismo. Según Safranski, se deben establecer nuevas reglas morales para frenar las manipulaciones genéticas que pueden llevar a modelar la especie humana de acuerdo con las leyes del mercado.
LA posibilidad de crear seres humanos diseñados mediante técnicas genéticas ya no es una mera fantasía. La intervención en el genoma humano para elegir, mejorar, eliminar o reforzar ciertos rasgos es hoy una realidad que exige la revisión de ciertos planteos morales. El avance de la manipulación genética, de lo que se ha denominado la antropotecnia, parece haber realizado algunos de los sueños de Hitler o por lo menos impuesto su criterio eugenésico. Sólo que ahora el modelo de hombre que se quiere fabricar no está planeado a partir de características raciales, sino de exigencias del mercado.
El fantasma de la eugenesia y el recuerdo de los atroces experimentos que el doctor Mengele realizó durante el nazismo alarmó a muchos alemanes y a no pocos habitantes del resto de Europa en los últimos meses. Rüdiger Safranski, uno de los filósofos alemanes más destacados de fines del siglo XX, autor de una excelente biografía de Martin Heidegger ( Un maestro de Alemania , Tusquets), acaba de publicar El mal o el drama de la libertad (se editará el año próximo en español) en el que se ocupa de la necesidad de establecer reglas morales que tengan en cuenta esta nueva situación. Invitado por el Instituto Goethe para hablar en Buenos Aires de su nueva obra, Safranski se refirió en sus conferencias y en el diálogo que mantuvo con La Nación a la controversia que divide a los intelectuales alemanes y que, en cierto modo, él trata en su ensayo sobre el mal.
El tema de la antropotecnia ha suscitado en los últimos meses un encendido debate en Europa, sobre todo a partir de una aguda polémica entre dos prestigiosos intelectuales alemanes: Peter Sloterdijk y Jürgen Habermas. Cuenta Safranski: "El filósofo Peter Sloterdijk dictó en julio de este año una conferencia de título provocador, ´Reglas para el zoológico humano´. Sloterdijk pertenece a mi misma generación y como yo también tuvo una formación heideggeriana. Las afirmaciones que Sloterdijk hizo en esa charla sorprendieron porque hasta ese momento nada indicaba en sus libros que podría defender la libertad absoluta en la experimentación genética. Utilizó una argumentación que escandalizó a muchos pensadores europeos. Según Sloterdijk, la historia del humanismo es la historia de la domesticación del hombre. Para mejorar la especie humana, se la domesticó, se la sometió a un proceso de racionalización. El hombre se perfeccionó mediante técnicas educativas que actuaban sobre su mente y sobre su cuerpo. Esas técnicas respondían al pensamiento y a los intereses de los grupos dominantes. Ahora esa misma actitud que llevó, por ejemplo, a la creación de la ciencia, permite modificar, mejorar genéticamente al ser humano. Antes se lo optimizaba mediante técnicas educativas, ahora es posible hacerlo interviniendo en su genoma. Y Sloterdijk terminaba preguntándose en su exposición si, en el fondo, cuando se realizan prácticas eugenésicas, no se están cumpliendo los sueños del humanismo. La filosofía debe entonces, según Sloterdijk, colaborar activamente en el proceso de modelado del hombre futuro. Sería necesario por lo tanto llegar a un nuevo acuerdo entre la biología y la filosofía o las ciencias sociales. Un pacto semejante ya existió a fines del siglo XIX, en épocas del darwinismo social. La lucha por la vida de la que hablaba Darwin tuvo su correlato en el pensamiento y la economía liberales del momento. Hoy parecería que la historia se repite".
Las declaraciones de Sloterdijk tuvieron buena acogida en algunos círculos, señala Safranski. "Por ejemplo, en la última Convención de Filósofos de Constanza se dijo que, después de todo, la intervención del hombre sobre el genoma humano, el diseño de la especie, no era un hecho tan dramático. En cambio, el filósofo de tendencia marxista Jürgen Habermas criticó duramente la posición de Sloterdijk. Este, entre otras cosas, había expresado que la teoría crítica de Habermas estaba muerta, que la visión de la historia como un enfrentamiento de éticas discursivas era algo superado. Como dijo Nietzsche, la historia de la moral no es moral. Frente al optimismo de Sloterdijk acerca de las prácticas eugenésicas, Habermas declaró que, por el contrario, había que ejercer una actividad restrictiva con respecto a la intervención en el genoma humano y a las prácticas de selección de los embriones. Además señaló que el eugenismo del que habla Sloterdijk no es sino una visión fascista."
A pesar de que Safranski procede de la misma escuela filosófica que Sloterdijk, su posición con respecto a la antropotecnia coincide más bien con la de Habermas: "Este es un momento peligroso para la historia de la libertad. La invención técnica ha lanzado un desafío a la invención moral. El hombre tiene derecho a nacer, no a ser producido. Tenemos derecho a la contigencia, a ser criaturas de lo inabarcable, hijos del misterio. El ser humano debe autolimitarse".
El huevo de la serpiente
En el siglo XX, el mal, según Safranski, reside sobre todo en el predominio desmesurado, soberbio, de lo técnico: "A diferencia de lo que ocurría en siglos anteriores, en nuestro tiempo el mal se ha convertido en una actividad disciplinada, técnica, racional. El caso más claro es el del asesinato masivo de los judíos concebido como un proyecto racional, con todas las características de una producción industrial: división del trabajo, utilización económica, efectividad, eficiencia. Hay en el pensamiento técnico, en la manera como se organiza la vida desde un punto de vista económico, en la búsqueda del máximo rendimiento, una raíz maligna. Voy a dar un ejemplo extremo. Eichmann, responsable de organizar la matanza de los judíos en el Tercer Reich, se indignó porque hubo en Hungría, en determinado momento, una matanza de judíos bajo la forma de un salvaje pogrom . Su protesta no estaba guiada por razones humanitarias, sino industriales. Ese asesinato bárbaro, de un enorme sadismo, era artesanal, interfería con las cifras de producción letal que él había estipulado para cumplir con su plan de exterminio de la raza judía. Se había perdido tiempo en desbordes innecesarios. Otro rasgo del mal que se acentuó en este siglo, un rasgo en parte heredado de otros tiempos, es que las mayores atrocidades se cometieron en nombre del bien, de una nueva moral, o más aún, de una moral humanista. El marxismo, por ejemplo, buscaba la realización del paraíso en la tierra. Y esto, en la Unión Soviética, se transformó en la dictadura del terror stalinista. En esos proyectos de optimización de la especie humana, se elabora cierta imagen del hombre y todo lo que no se adecua a ese modelo debe ser eliminado. Por cierto, esta actitud comenzó mucho antes de Hitler y de Stalin. Empezó con la Revolución Francesa, cuando Robespierre declaró que la Razón era Dios y todos los que no se atuvieran a lo que dictaba la Razón deberían perder la cabeza. El mal en la modernidad se ha ejercido sobre todo bajo la forma de una cárcel ideológica. Los hombres han cometido actos malos con la convicción de que actuaban bien".
Ya en el Renacimiento -señala Safranski- la Inquisición procedía a la quema de brujas bajo el signo de la fe cristiana. "Pero en esa época, así como en la Edad Media, había una fuerte conciencia de que el ser humano podía caer en el pecado y que representaba un fuerte peligro para sí mismo. Con la progresiva secularización de las costumbres, con el debilitamiento de la fe, la Inquisición desapareció, pero también se perdió la inhibición interior que impedía ciertos actos. El ser humano se convirtió en un motor (en algo técnico) sin freno".
En el pensamiento de Safranski se advierte la influencia del discurso de Heidegger: "Lo terrible en los tiempos contemporáneos es que el hombre no respeta el ser de las cosas, no respeta la naturaleza ni tampoco su propio ser. Para él, la naturaleza es objeto de cálculos, de mediciones, de explotación; pocas veces se detiene a pensar o a sentir hasta qué punto la naturaleza es inconmensurable. Por el contrario, se empeña en eliminar toda oscuridad, toda contingencia, para eliminar el temor metafísico. Ahora, mediante la antropotecnia, se trata de borrar todo azar hasta en la génesis de los seres humanos."
Aunque Safranski se alarma por el progreso indiscriminado de la técnica, reconoce que ya no hay vuelta atrás en ese camino. Pero sí cree que es posible tomar ciertas medidas. "Si se deja todo librado a las leyes del mercado, la especie humana puede cometer el peor de los males: suicidarse. Tomemos el caso de China. Con el actual desarrollo industrial de ese país, sus 1500 millones de habitantes pueden llegar a tener en breve tiempo el mismo porcentaje de automóviles por cabeza que en Alemania. Eso significará que, en menos de una generación, el aumento de la polución terminará por asfixiar a la humanidad . Es necesario un cambio de conciencia y también una nueva moral. El ideal del progreso debe ser limitado por esa moral. La civilización humana es el fruto de una serie de capacidades técnicas derivadas de la imaginación, de la inventiva humana. Esa misma inventiva humana que ha creado el bienestar material del que gozamos, también ha dado origen a una normativa moral. Ahora bien, es preciso crear normas que nos permitan enfrentar el deslumbrante y peligroso avance técnico contemporáneo. Y esto es posible. Por ejemplo, los derechos humanos incorporados en la Carta de las Naciones Unidas son el resultado de la imaginación normativa del hombre. Los derechos humanos no existían. Se impusieron legalmente después de una lucha sangrienta. El hecho de que hoy rijan la vida de las naciones es un logro de la imaginacion normativa de la humanidad. En la Constitución alemana, que es el fundamento de una sociedad no religiosa, secular, se declara que la dignidad del hombre no puede ser vulnerada por la decisión de una mayoría. Esto es muy importante, porque el fundamento de una sociedad secularizada es entonces un principio, el de la dignidad humana, que está más allá de la sociedad de los hombres. Sin embargo, han sido los hombres los que han erigido esa invulnerabilidad del principio como un tabú".
Verdad y perversión
Cuando se le señala a Safranski que uno de los hechos más contradictorios e irónicos de la vida contemporánea consiste en que las investigaciones, los productos y las actividades culturales, para justificar su existencia, deben literalmente rendir cuentas en términos numéricos, económicos, el filósofo responde: "Se trata de una perversión impuesta por el pensamiento técnico que sólo puede apreciar lo que es mensurable. Ese es uno de los males actuales. Se supone que la calidad debe poder traducirse en cantidad. Un libro es bueno por la cantidad de ejemplares vendidos. Eso hace que la producción cultural deba ser calculable, previsible. Está regida por la mano invisible del mercado. En ese sentido, parece que no podemos escaparnos del pensamiento técnico. Cuando se habla de educación y de cultura se están perdiendo matices importantes que contribuyen a la difusión del malestar contemporáneo. La formación de una persona no puede limitarse a la transmisión de destreza, de conocimientos específicos. La educación no es el cumplimiento de un curriculum que permite obtener un trabajo. La educación es también un fin en sí mismo. El trabajo más alto que un ser humano puede realizar es el que hace sobre sí mismo. Cuando el hombre se considera como un fin en sí mismo, cuando busca mejorarse, alcanza su verdadera estatura moral y espiritual. Lo mismo ocurre con el amor. El amor es un fin en sí mismo, como consecuencia puede acarrear la reproducción de la especie. Pero el amor no debe ser un medio para reproducirse. Los nazis habían desarrollado un plan de reproducción y de mejoramiento de la raza en que el amor era meramente un hecho fisiológico. Asimismo el arte y la literatura forman parte de este mundo tecnificado y de la lógica del mercado. Los libros, los discos, los cuadros son mercancías. Pero cuando consumimos esos objetos, si no nos dejamos apabullar por la información, por las cifras, por lo que nos dicen que debemos pensar o sentir ante esas obras, si nos abrimos a la experiencia del pensamiento, vemos que hay algo más allá. Ese algo es la verdad. Y la verdad se le escapa al mundo técnico".
A principios de siglo, se hablaba en Alemania del "nuevo hombre" y también de una "nueva edad" para ese "nuevo hombre". Eso ocurría en un mundo que se tecnificaba de un modo tan acelerado como jamás se había visto. Hoy, quizá no por casualidad, también se habla y se escribe acerca de una New Age y de un "segundo nacimiento" de los hombres. Esas exhortaciones están acompañadas por una prédica esotérica y por un espiritualismo tan primitivo como ligero. El nacimiento interior que promueve la New Age encuentra un correlato paradójico en el "hombre nuevo" que puede llegar a fabricar la antropotecnia.
Espiritualidad de consumo
Respecto de este tema, dice Safranski: "En esa eclosión de la New Age , veo una tendencia y una necesidad individualista de fe. Esos creyentes están encerrados en sus sótanos, entregados al espiritualismo como a un hobby . La vigencia de la fe cristiana se ha debilitado, ha estallado y ha dejado un reguero de fragmentos. William James, el filósofo pragmático norteamericano, anticipó a principios de este siglo que asistíamos a una pluralización, a una atomización de las religiones, puesto que éstas habían perdido su carácter vinculante. Pero hay una dimensión en ese fenómeno que me causa gracia y, en cierto sentido, me alarma. Ese espiritualismo light de la nueva religiosidad se combina con el consumismo. Y eso es lo peligroso. En aras de la espiritualidad, se abarata el espíritu. Las iglesias protestantes alemanas recurren a agencias de publicidad para que los fieles vuelvan a los templos. En la catedral de Colonia, hay un órgano estupendo. Pero jamás se toca. Cuando se debe pasar música, se recurre a grabaciones o a esos órganos electrónicos que, se puede decir, funcionan solos y con un sonido prefabricado. Pregunté por qué no se tocaba el maravilloso órgano de la catedral y me respondieron: ´Suena demasiado majestuoso, demasiado solemne, intimida´. Entonces sí corresponde alarmarse. Eso significa que el ser humano, presa de la tecnología, de un mundo de reproducciones, no soporta las experiencias originales. Y cuando digo originales, me refiero a lo que evoca o remite al origen. Es como si el hombre, cada vez de un modo más acelerado, se estuviera olvidando de sí mismo".
Se agradece la colaboración del Instituto Goethe y de Silvia Fehrmann en la realización de esta nota.