
La ola congelada
Desde siempre el mar ha sido un tema recurrente en la obra de la pampeana Vechy Logioio, que vuelve a desafiar la rigidez del material con el vuelo alado de su imaginación
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Hay dos maneras de recorrer la muestra de Vechy Logioio que se exhibe en el grato espacio de galería Rubbers. La primera y obvia es avanzar contra la corriente de gente el día del vernissage y enfrentar la marea de conocidos y amigos de la artista que se abalanzan para felicitarla, impulsados por la belleza de esa obra quieta y preñada de movimiento que son sus últimas esculturas.
Ante tanta euforia, Vechy se repliega, como el material que en sus manos adquiere movimiento, para decir con modestia que el crédito de estas piezas tiene que ver con la destreza del taller de fundición, capaz de reproducir las pátinas que dictó su inspiración, herencia natural de su veta pictórica. La sorpresa es doble al ver como la rigidez del bronce se ondula para plasmar la ola infinita.
La segunda visita debe hacerse a solas y dejar que los silenciosos vigías de bronce se ocupen de revelarnos sus secretos. El Mar ya estaba presente en sus ilustraciones para el libro de poemas de Angel Bonomini en los tempranos setenta. Aunque sea mujer de tierra adentro, lo sigue estando y es presencia excluyente en la Escritura cifrada de los volúmenes que ocupan la intimidad de Rubbers.
Los pliegues anunciados en su muestra de cinco años atrás asumen nuevos riesgos, la curvatura sutil se hace sinuosa y Logioio, con la complicidad del maestro fundidor Rodolfo Buchhass, logra domesticar la materia. Esa singular alquimia de pátinas, formas, brillo y opacidad, en tonalidades que derivan del gris antracita al azul noche, al verde malaquita oscuro, conectan a la artista sensible con la diseñadora de interiores que supo patentar un estilo en las decoraciones propuestas por la ya mítica Tarquinia de Recoleta, en la era pre-shopping urbano.
Vechy Logioio, que estudió con Pettoruti y Horacio Butler y trabajó con Cogorno, dio el gran salto en su carrera cuando salió del plano para aventurarse en la doble dimensión de la escultura. Esta volumetría, ajustada en soportes, formatos y medidas, compromete al espectador de otra manera. Las formas pueden recorrerse con una mirada envolvente, que descubrirá formas inéditas por donde se cuela la luz, por donde se alarga la sombra, para repetir el ejercicio iniciado en su última muestra: asociar la rigidez del metal a la suavidad del textil en sus pliegues y sensuales movimientos.
© LA NACION
adnLOGIOIO
Nacida en La Pampa, vivió en Ginebra, Suiza, durante siete años. Estudió con Andreina Baj y en los talleres de Emilio Pettoruti y Horacio Butler, y trabajó con Santiago Cogorno. Expuso en Italia, España y Estados Unidos
<b> FICHA. Logioio, escritura cifrada </b>
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