Llega a Proa la araña de Louise Bourgeois
Adriana Rosenberg no les teme a los desafíos titánicos. Años atrás, la presidenta de la Fundación Proa se propuso exhibir la legendaria cabeza de la cultura olmeca de cinco toneladas, que nunca había salido de México, y lo logró.
Esta vez, dobló la apuesta y va camino de La Boca una araña de 22 toneladas, de bronce, acero, inoxidable y mármol, que mide 10 metros de altura y tiene 10 metros de diámetro. En 20 cajas viajó en barco desde el Studio Louise Bourgeois, de Nueva York, para ser la pieza central de la muestra que se inaugura el sábado próximo, un panorama con lo mejor de la producción de la escultora franco-norteamericana.
La araña gigante, que se vio en el Guggenheim, de Bilbao, y en la Tate, de Londres, es la pienza emblemática de Bourgeois, artista de culto, reconocida internacionalmente por su capacidad para reflexionar plásticamente sobre los temas más profundos y dolorosos de la naturaleza humana. LouiseBourgeois murió el año último, a los 98 años.
Por primera vez llega a América del Sur un conjunto de su obra, reunido con el provocativo título Louise Bourgeois: el retorno de lo reprimido , con la curaduría de Philip Larrat Smith, conocido en Buenos Aires por haber montado la recordada y exitosa muestra de Andy Warhol, en el Malba.
Ayer, al mediodía, mientras instalaban las placas de hierro que soportarán las patas de la araña en la explanada de Proa, Larratt Smith y Jerry Gorovoy, asistente de Bourgeois durante más de 20 años y sabio custodio de su legado, recordaban que Louise sabía que su araña, llamada Maman en homenaje a su madre -capaz de tejer la tela de los afectos y también quedar atrapada en ellos- viajaría a Buenos Aires para ser exhibida en Proa.
De haber podido asistir, le hubiera gustado la idea de mostrar este panorama de su producción de "equivalentes plásticos de estados psicológicos" en una ciudad que es capital mundial del psicoanálisis.
Bourgeois se analizó más de 30 años con el mismo terapeuta, en Nueva York. Nació en Francia en 1911, emigró a los Estados Unidos en 1938 y tuvo su primera gran muestra en el MOMA en 1982.
Las salas de Proa albergan desde ayer las famosas celdas, esculturas blandas, dibujos, una visión del cuarto de sus padres, sus textos íntimos (considerados el último gran descubrimiento) y la icónica escultura de bronce de un cuerpo masculino suspendido en el espacio.
Ese cuerpo, de mórbida belleza, es el de Jerry Gorovoy, su asistente, que fue también su modelo y ha viajado para acompañar las obras.
La categoría de la exposición justifica la itinerancia. Cuando cierre sus puertas en Proa, el próximo 19 de junio, seguirá viaje a la fundación Tomie Ohtake, de San Pablo, y al Museo de Arte Moderno, de Río de Janeiro. No se mueven 22 toneladas así nomás.
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