"Los jóvenes de hoy cambiaron las armas por las escarapelas"
No perdieron el patriotismo, dice la investigadora
1 minuto de lectura'

A 200 años de la Revolución de Mayo, los jóvenes que egresan del sistema educativo no conforman una generación de armas tomar, como en la década del 70, pero eso no significa que no les interese su país, dice Miriam Kriger.
"Los jóvenes cambiaron las armas por las escarapelas", sostiene.
Doctora en Ciencias Sociales (Flacso) e investigadora del Conicet, Kriger está a punto de publicar un libro sobre el tema, que se titulará, precisamente, Jóvenes de escarapelas tomar . "Es fruto de una larga investigación sobre el desarrollo del pensamiento político de los jóvenes que salen de la escuela convertidos, formalmente, en ciudadanos", señala.
Añade que el tema "cobra más relevancia cada día en virtud de las profundas transformaciones que se están produciendo en nuestras sociedades y de los nuevos desafíos que interpelan a la enseñanza escolar de la historia como herramienta cultural clave para la construcción de las democracias, pensadas ya no en la clave de la homogeneidad sino en la del pluralismo y la diversidad".
Suele decirse que las nuevas generaciones tienen bajo compromiso con la política y lo político. Para Miriam Kriger, se trata de "portadores del ideal cívico de un relato escolar en el que no suele haber encuentros felices entre la política y la patria". Ella dice que, a pesar del rechazo por la política, los jóvenes tienen un hondo sentido de pertenencia a la nación y construyen nuevas formas de la argentinidad, con anhelos particulares sobre el futuro.
–¿Qué significado tiene la argentinidad para los jóvenes de hoy?
–Tengo la impresión de que el término "argentinidad" ha empezado a formar parte de nuestro universo semántico después del estallido de la crisis de 2001. El cacerolazo, o, como prefieren llamarlo muchos jóvenes, "el argentinazo". Es cierto que este momento marcó un viraje profundo en los modos de sentir y pensar el país, su historia, su proyecto. Para quienes hoy son jóvenes, tiene un sentido singularmente potente, y ha llegado a conformar casi un hito en su memoria generacional. Es que allí convergieron de modo extraordinario el fin de su infancia, la salida al mundo social y ese suceso que los hizo ingresar como de repente en una Historia con mayúscula cuya muerte se estaba anunciando casi en el mismo instante en que ellos sentían que estaban asistiendo a su resurrección.
–Después de esos hechos, los jóvenes comenzaron a escuchar aquella canción que hablaba de "la argentinidad al palo"…
–Para ellos, la nación no representa un atributo externo, sino un destino y, a la vez, una elección consciente. Eso fue muy bien condensado en la contundente metáfora que dio nombre a ese disco de Bersuit. Sin sutilezas, la expresión da cuenta del vínculo pasional que estaban estableciendo los jóvenes del post-2001 con la identidad nacional. No se trataba de aclamar una "Argentina de pie" sino "al palo", gozosa, pletórica… Creo que si bien esta euforia fue cediendo a medida que la reconstrucción del país y la salida de la crisis fueron tornándose reales, la reafirmación de la identidad y el fuerte sentimiento de pertenencia siguen siendo uno de los rasgos claves de los jóvenes.
–¿Cambió el modo en que la escuela construye identidad?
–Si en las últimas décadas se ha puesto en duda la centralidad y hasta la vigencia de la escuela, creo que se debe a dos razones. Por una parte, a los procesos de globalización y la desestructuración del Estado-nación en los 90, con la consiguiente crisis de la escuela tradicional y también de las identidades nacionales. Sin embargo, el nuevo milenio cambió el escenario, al nacer signado por el retorno de los Estados y de los nacionalismos, lo que le devolvió a la escuela un lugar clave en la recuperación de los proyectos históricos. La segunda razón para dudar de la escuela es la emergencia de otros formadores no tradicionales de identidad, principalmente los medios de comunicación.
–¿Los medios podrían desplazar a la escuela?
–Sólo si seguimos pensando a la escuela de un modo muy tradicional, limitándola a un espacio y no como un registro que trasciende los muros y sigue influyendo en los adultos, en los discursos sociales, etc. Me parece que lo escolar suele vertebrar incluso los discursos de los medios de comunicación y los de otros agentes que supuestamente compiten con la escuela, pero que están profundamente enraizados con ella.
–¿A los jóvenes del Bicentenario les interesa menos lo político que a los de generaciones anteriores?
–Me parece que debemos cuidarnos de no pensar a esta juventud con los rasgos de la de los años 70, tomando como algo natural precisamente aquello que fue históricamente extraordinario. Esos jóvenes, suele decirse, quisieron "cambiar el mundo", tanto que fueron de armas tomar. En cambio, los que vos llamás "jóvenes del Bicentenario" parecen más dispuestos a refundar el proyecto argentino tras la debacle que marcó su entrada en el mundo social. Para muchos de ellos, hay un divorcio entre la idea de la política y la de la ciudadanía, tributario de la década del 90 y de su estallido en 2001. Creo que éste es un problema importante: estos jóvenes tienen el desafío de recuperar la política, pero no porque eso es lo que deben hacer, sino porque de otro modo no van a lograr lo que desean. Esta generación aún no pudo dotar a la política de significados propios, pero yo creo que está comenzando a hacerlo y que su encuentro con la política será inevitable… Es lo que viene. Es cierto ellos no son jóvenes de armas tomar. La violencia los espanta. Ni "de banderas tomar", porque la política les provoca aún bastante rechazo. Por eso mi libro se llama Jóvenes de escarapelas tomar. Si bien ésta es una generación nacida en democracia, fue escolarizada durante la peor crisis del sistema educativo y sobreviviente de un proceso salvaje de exclusión social, que ha atravesado la "caída del mapa" y la "salida del infierno" y que en muchos sentidos –también en el ecológico– está más preocupada por conservar el mundo que por cambiarlo.
MIRIAM KRIGER
Doctora en Ciencias Sociales
Edad: 45 años; tiene dos hijas: Ana Sol (19) y Rocío (14).
En la UBA: se desempeña como docente en la carrera de Ciencias de la Comunicación Social, de la que es licenciada.
Investigadora: coordina un equipo de investigación sobre jóvenes, nación y política.
En el Conicet: dirige los cursos de posgrado del área de Ciencias Sociales en el Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica.




