"Marta, maté a un tipo"
Así, con esas palabras de Ernesto después de un breve monólogo de su esposa Marta sobre trivialidades cotidianas comienza Maté a un tipo, la desopilante (y siniestra) obra de Daniel Dalmaroni que se representa en el teatro Cendas. El argumento del drama es sencillo, absurdo y a la vez verosímil. Al volver del trabajo Ernesto le confiesa a Marta que mató "a un tipo". No fue un crimen premeditado, sino el resultado de un estallido de furia incontrolable, en la calle, con un desconocido. Marta lo escucha asombrada pero rápidamente decide que la anomalía será absorbida por el magma de la rutina familiar, y para Ernesto, Marta y "Juli", la hija de ambos, la vida continúa. La muerte también.
Daniel Dalmaroni es un dramaturgo de estilo clásico. En el prólogo del libro Teatro/2 (Corregidor), que reúne seis de sus piezas, Luis Sáez celebra la aparición del autor "en un momento bisagra del teatro argentino, donde cierta inocultable tendencia al facilismo da como resultado hechos escénicos de dudoso o inexistente rigor, convalidados por una crítica complaciente con ?lo nuevo' como valor en sí". Dalmaroni restaura la densidad necesaria del hecho teatral con un trabajo que abreva, según Sáez, en dos fuentes: el grotesco y la comedia de equívocos, suficientemente tamizadas por un punto de vista muy personal.
Entre los temas recurrentes en el teatro de Dalmaroni (las hipocresías de la familia pequeñoburguesa, el crimen y la maldad derivados de la estupidez, como señala Jorge Monteleone en el mismo libro) se impone la presencia de la muerte. Una muerte en proceso de transformación, desde su dimensión puramente metafórica hasta su forma más real y definitiva, a menudo brutal.
En El secuestro de Isabelita , la muerte es un clima de época y un proyecto (más bien, una fantasía) de estrategia política para el grupo de jóvenes revolucionarios que protagonizan la obra, hasta que se convierte en su trágico destino. En Los opas (otro drama burgués) la muerte es aquello que le debería llegar naturalmente a la matriarca familiar, llena de achaques pero firme como un roble, "un milagro de la ciencia" a juicio de sus hijos que, impacientes, deciden apurar el trámite (los tres hermanos de Los opas recuerdan, con feroz humor negro en este caso, a los protagonistas del cuento "La gallina degollada").
En Maté a un tipo la muerte es concreta desde el primer momento, pero despersonalizada. "Un tipo" es nadie, algo privado de nombre propio y de subjetividad, apenas un cuerpo, casi un objeto. Eso son las personas que va matando Ernesto: objetos de su ira. Y Marta, con la lógica de la mujer que vive entre cuatro paredes, limitada a quehaceres domésticos y chismes de barrio, prefiere mirar para otro lado: mientras su Ernesto no le traiga un disgusto a casa, las cosas pueden seguir más o menos como están. Sin moralejas, sobre el final, Dalmaroni sugiere lo contrario: la idiotez cuesta cara.





