"Nunca pienso que hago algo bien"
Músico, escritor, artista plástico y performer, el uruguayo Daniel Umpiérrez es un emergente de la cultura popular que entusiasma a los críticos de avanzada en ambas márgenes del Río de la Plata
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Daniel Umpiérrez nació en el departamento más grande de Uruguay y es un hombre que se viste con ropa informal y colores fluorescentes pero habla con la voz de un joven tímido que está convencido de lo que dice, aunque pida permiso para hacerlo. Entonces, ¿quién es Dani Umpi? El personaje público al que este uruguayo de 37 años de edad ha dado vida. Un personaje en el cual el niño que creció en un pueblito se refugia para llegar al público masivo a través de la música, las artes visuales y la literatura.
Educado en un colegio católico, aquel pequeño terminó exagerando su personalidad. La transformó hasta moldear una criatura independiente. Tal vez sea ella la que declara que le interesa mucho más la baja cultura que la alta y que le gustaría ser "una cruza de Yoko Ono y Cris Morena". Pero, más allá de esas declaraciones pour la galerie , que sirven para promoverlo como figura pública pero no para conocer su verdadero carácter, Umpi ha brillado desde diversos ámbitos: su obra plástica se ha incorporado a la prestigiosa colección Engelman-Ost de Montevideo y acaba de exhibirse en la galería Daniel Abate de Buenos Aires, mientras que su literatura se ha editado en el sello Interzona y ha pasado a la pantalla grande con Miss Tacuarembó gracias al prestigioso videoartista Martín Sastre. Su música, con un estilo vocal que puede resultar chocante, no ha parado de cosechar éxitos, pues Umpi ha ganado varios premios Graffiti, ha estado nominado a los premios MTV Latinoamérica, ha colaborado con Carlos Perciavalle y con Fito Páez y se ha consagrado como el showman bizarro por excelencia de un país que recientemente lo tuvo como una de las figuras centrales en el festejo del Bicentenario, al que asistieron unas 300 mil personas.
Poco antes de editar en el Río de la Plata el disco Mormazo y el libro para niños El vestido de mamá , y de tocar en Niceto el próximo 11 de diciembre, Umpi, quien a lo largo de su carrera ha versionado temas de Ace of Base y de Valeria Lynch y José Luis Perales, conversó con adn y demostró la sensibilidad que oculta detrás de la persiana extraña y melosa con que ha recubierto el nombre con el que llegó al mundo.
-Como artista, usted se relaciona con la cultura de las grandes ciudades. Sin embargo, nació en Tacuarembó. ¿Cómo fue su infancia allí?
-Común y corriente como la de cualquier niño en un barrio de clase media baja. Ese barrio se llamaba Ferrocarril y tenía calles de piedra. Después nos mudamos a una cooperativa de maestros, porque mi madre es maestra. Iba a la escuela mientras terminaba la dictadura. No me destacaba por nada en particular respecto a lo que vivía mi generación. Después, en mi adolescencia me mudé a Montevideo para estudiar Comunicación en la Universidad de la República.
-¿En qué momento de su vida usted ha sido más feliz?
-No ha habido un momento en particular. He tenido altibajos. Ahora, el tema es darme cuenta y caminar hacia la felicidad, teniéndola como objetivo. Antes no me preocupaba tanto por estar bien y porque ese sentimiento se despertara. No recuerdo un momento en el que haya sido más feliz. Yo escribo mucho sobre la adolescencia, pero creo que ese período no es feliz para nadie. Tampoco fue feliz para mí.
-¿No hay nada de su infancia que usted recuerde con ilusión?
-Yo disfrutaba mucho cuando estaba con mis abuelos, con los maternos y los paternos. Siempre me interesaron mucho sus mundos y los observaba atentamente. Y después, la tele, obvio: mi formación y mi sensibilidad salen de la televisión. Mis abuelos eran muy diferentes entre sí y tenían mundos personales muy desarrollados. Se preocupaban mucho por hacer lo que les gustaba y tenían la manía de las anécdotas. Siempre he observado a la gente grande y a las personas que tienen una vida diferente de la del resto. Mirá: cuando era chico y visitaba a mis amigas, me interesaban más sus madres que ellas. Nunca tuve un grupo de amigos y siempre he sido muy curioso. Siempre fui un observador, pero no un observador inteligente, sino un observador fascinado. Y respecto a la televisión, cuando evalúo la formación que tuve, incluso terciaria, me doy cuenta de que trabajo mucho siguiendo códigos televisivos, por ejemplo los de las novelas. Mi parámetro siempre ha sido el de tener una ambición masiva y efímera, sin trascender ese marco.
-¿Entonces le molesta que exista un público intelectual que en el Río de la Plata lo considere un artista de culto del mundo under , mientras mucha gente común no lo conoce?
-Mirá que a veces pasa al revés. Incluso la crítica especializada favorable se está dando recién ahora, sobre todo en Uruguay. Así que diría que, por el contrario, la que más me conoce es la gente común en la calle, sobre todo por la música. Respecto a la intelectualidad, nunca me interesó mucho. Cuando hago arte, siempre tiro para la baja cultura y tengo una ambición momentánea.
-Habla como si no existiera el arte efímero y masivo de calidad. Como si no existiera, por ejemplo, Marta Minujín...
-Bueno, para mí ella es lo máximo.
-Hace pocos años lo silbaron en el Estadio Charrúa de Montevideo cuando fue telonero de Andrés Calamaro. ¿Qué sintió?
-Lo que pasa es que las críticas eran homofóbicas, y ahí uno reacciona. Hay críticas al trabajo mío que me llegan o no, pero de las reacciones fóbicas no te podés hacer cargo. Definitivamente uno no se puede hacer cargo de las proyecciones y de las frustraciones de los demás.
-¿Usted se siente discriminado?
-Bueno, la verdad es que también juego mucho con eso, lo enfatizo y es como si en parte provocara la discriminación. Pero es curioso cómo me han discriminado en lugares donde no esperaba esa reacción. Por ejemplo, en fiestas de música electrónica. Igual, siempre te discriminan por algo. Y el tema del dinero es importante: el gay con más plata es menos discriminado que el que no tiene plata.
- Miss Tacuarembó , de Martín Sastre, está protagonizada por Natalia Oreiro y se basa en una novela suya. ¿En qué medida ese libro y el resto de su obra literaria reflejan su vida?
-Hasta hace un tiempo me gustaba pensar que no existía reflejo alguno de mi vida, pero ahora creo que lo que uno hace es reflejo necesario de lo que ha vivido, de lo que vive y de lo que piensa. Lo cual no quiere decir que, cuando hago ficción, escriba particularmente de mí: en general, escribo más sobre mis amigas. Es más: el Tacuarembó de la película es más cerrado que el que conocí. El personaje central tiene un conflicto que yo nunca tuve, porque siempre supe que me iba a ir sí o sí a Montevideo. Así que cuando escribo trato de elaborar retratos costumbristas sobre algo que me es cercano.
-¿Qué escritores argentinos le interesan?
-César Aira. Me encanta, creo que es ejemplar, inteligente, intuitivo y didáctico. Pienso que confía mucho en el caos y que, a partir de ese caos, encuentra una salida. Lo admiro hasta en un nivel metafísico, y me parece bárbara la libertad con que trabaja y el modo en que maneja al lector. Aira tiene mucha, mucha intuición. Yo soy más estructurado.
-En su último disco usted colaboró con Fito Páez. ¿Cómo fue la interacción con él?
-Ya había hecho algo con él. Escribí un musical para la Argentina, Nena, no robarás , que dirigió Maruja Bustamante en el Konex y en el Rojas, y Fito compuso parte de la música. Cuando estaba grabando el disco, le pedí que participara en una canción. Fue extremadamente generoso, lo cual me encantó, porque siempre he escuchado su música, desde chico. Él es súper buena onda conmigo.
-De todos los campos artísticos en los que usted ha incursionado, ¿qué cosas admitiría que no ha hecho bien?
-Yo nunca pienso que hago algo bien. Simplemente me siento a trabajar con los elementos que tengo a mano. Obviamente, siempre voy hasta el límite que establecen la técnica y la capacidad propias. Pero lo que me reprocho es mi falta de organización. Pienso que me ha impedido proyectarme mejor de lo que he querido, aunque siempre voy para adelante sin estar pendiente de la crítica, porque soy uránico.
-¿Y por qué en sus recitales usted ofrece performances con tanto color y tantos personajes extraños?
-Me gusta tomar el escenario como un espacio de creación donde se mezclan muchos códigos: hay varios elementos televisivos, pero, aunque los escenarios sean muy grandes, me interesa apostar a una estética que se ubica entre lo que sería un karaoke y una fiesta de fin de curso. Esta ambigüedad, que permite que quien te vea no sepa quién es el músico real y quién no, me gusta, ya que ese show infantil hace que lo que ofrezco sea lúdico. ¿Cómo te lo puedo explicar? Hay muchas profesiones, pero trabajar con el arte te da la posibilidad de mutar permanentemente. Y yo aproveché hasta la posibilidad de cambiarme el nombre. Pienso que es muy importante esa capacidad de cambio que permite, por ejemplo, poner en el escenario cosas atípicas, como objetos raros o ancianos inesperados.
-A Fernando Peña, otro uruguayo, le gustaban mucho sus espectáculos. ¿Cómo era su relación con él?
-Para mí fue muy sorpresivo que le gustara lo que yo hacía y que me contactara. Siempre fue muy generoso. Hasta llegué a cantar en el medio de sus obras. También sucedió que, cuando él estaba a punto de morir, me pidió que lo acompañara a no sé dónde, pero yo no le di ni bola porque tenía que cantar en Mendoza. No sabía que estaba así. Entonces me quedé con mucha culpa. Pero la generosidad de Peña conmigo no tuvo límites. La primera persona a la que le llevé el disco Dramática para que lo escuchara fue a él. La gente siempre habla de Peña como un rupturista adictivo, pero conmigo era amoroso y receptivo. Cuando estaba por fallecer, escuchaba mis problemitas chiquititos con atención y con una absoluta falta de arrogancia. Además, siempre se reía de cosas que yo decía, pero nunca entendí por qué, ya que para mí no eran graciosas (risas).
-Justamente: usted da la imagen de un freak polémico cuando en el trato cotidiano es una persona normal que habla con un tono de voz bajito y que incluso no tiene problema en ocultar su timidez. ¿A qué se debe esa dualidad?
-Lo que pasa es que yo soy muy tímido y, si no fuera a través de un personaje, que es Dani Umpi, sería muy difícil que pudiera subirme a un escenario y hacer lo que hago. Ese personaje es una entidad. Pero no uso esa palabra porque suene rara, sino porque me da la posibilidad artística de reinventarme. Todo el tiempo estoy elaborando este ícono, esta abreviación de mi nombre que me permite crecer: Daniel Umpérrez es un nombre bueno, pero Dani Umpi es mejor. Justamente, Dani Umpi es un canal, una posibilidad alquímica de mutar. Y, cuando lo creo, no soy tímido y puedo dar esa imagen de freak a conciencia. Ese lugar del bufón me fascina, pues es muy desestructurador y facilita que la gente deposite en mí un montón de prejuicios. Entonces el poder del público para burlarse inmediatamente pasa a uno. Y uno no tiene la culpa, porque es simplemente lo que es o lo que creó. El que se proyecta es el otro.
-¿Qué tiene que ver el humor con todo esto?
-El humor es otra cosa. Sólo ahora puedo apreciar a gente como Alberto Olmedo, Manuela da Silveira o La Loca de Mierda. La verdad es que prefiero que se burlen de mí antes que hacer reír y contar chistes.
Pablo Cohen





