
Paradojas del bien y el mal
El británico K. A. Appiah aboga por una filosofía ética en permanente diálogo con las ciencias
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Experimentos de ética
Un alto ejecutivo implementa un programa que resulta beneficioso para el medio ambiente. Cuando se le pregunta sobre sus motivaciones, dice que el medio ambiente no le interesa para nada, que lo único que le interesa es ganar dinero y si el medio ambiente se beneficia o no como consecuencia le importa muy poco. En un experimento del psicólogo Joshua Knobe, sólo el 23 por ciento de los participantes estuvo de acuerdo con que el ejecutivo había "beneficiado el medio ambiente de manera intencional". Sin embargo, frente al caso de un hombre de negocios igualmente inescrupuloso pero cuyas acciones dañan el medio ambiente, el 82 por ciento consideró que el daño había ocurrido "con toda intención".
Las intuiciones morales, nuestras ideas sobre qué está bien y qué está mal, suelen ser los datos básicos de mucha teoría moral contemporánea; la ética apunta a sistematizar estas intuiciones en teorías generales sobre el bien. Así, cuando el utilitarismo clásico postula que el bien consiste en la acción que genera mayor felicidad para el mayor número de personas, se suele puntualizar que eso implicaría, por ejemplo, condenar a un inocente si las consecuencias de ello fueran beneficiosas. Nuestra reacción moral intuitiva es que eso no está bien, y por lo tanto el utilitarismo enfrenta así una objeción.
Esta manera de hacer filosofía recibe cuestionamientos de parte del pensador inglés Kwame Anthony Appiah en Experimentos de ética. Investigaciones de la psicología experimental. La citada más arriba muestra que las evaluaciones intuitivas, lejos de ser puntos de partida inamovibles, son muchas veces claramente irracionales. En otro famoso experimento citado por Appiah, Daniel Kahneman y Amos Tversky plantearon a dos grupos la siguiente situación. Hay una epidemia de gripe por la cual, si no se hace nada, morirán 600 personas. El primer grupo debe elegir entre la opción A, en la que se salvan 200 personas, y la B, en la que existe un tercio de posibilidades de salvar a las 600 personas. El segundo grupo debe elegir entre C, que mueran 400 personas, y D, en la que hay un tercio de posibilidades de que nadie muera. Basta un momento de reflexión para darse cuenta de que A-C y B-D son equivalentes: sin embargo, el primer grupo se inclinó mayoritariamente por A, y el segundo por D.
Appiah detecta la misma inconsistencia experimental en otra noción fundamental: el carácter. Ciertas teorías éticas, de herencia aristotélica, ponen el acento no en acciones individuales sino en el desarrollo de una disposición ética virtuosa que recorre toda la vida del agente. Pero la ciencia muestra que los seres humanos no tienen la consistencia de carácter que estas teorías requieren. Un experimento mostró que la gente es mucho más proclive a dar cambio a un extraño después de pasar por una panadería que huele a pan recién horneado. Seminaristas de Princeton resultaron mucho menos propensos a detenerse a ayudar a alguien caído y visiblemente enfermo si se les había dicho que estaban llegando tarde a una cita, incluso cuando acababan de reflexionar sobre la parábola del buen samaritano.
¿Qué implicancias éticas tienen estos resultados? Muchos filósofos dirían que ninguna: la ética es para ellos una disciplina exclusivamente normativa y el hecho de que los hombres tengan grandes dificultades para desarrollar un carácter uniformemente virtuoso o las intuiciones morales correctas sólo muestra que alcanzar el ideal moral es algo que requiere esfuerzos. Appiah discrepa con esta interpretación y concibe una filosofía en permanente diálogo con los resultados de las ciencias. No tendría sentido, en su opinión, una teoría que no esté hecha para los hombres de carne y hueso, con sus fallas y sus susceptibilidades al contexto.
Si bien esto no lo conduce al escepticismo ético, para el cual los hombres no responden a razones morales, no queda claro cuál es exactamente el papel que Appiah reserva para la filosofía. El libro puede leerse como una saludable invitación a evitar ciertos reduccionismos al hacer teoría ética (el nombre del gran antirreduccionista británico Bernard Williams es citado más de una vez con aprobación), pero el lector puede sentirse decepcionado al no encontrar más teoría positiva que una referencia final al "pluralismo metodológico".
Appiah (Londres, 1954), de padre ghanés y educado en Cambridge, se ha dedicado además a los estudios sobre África y a la literatura, lo que lo convierte en una rara avis dentro de la filosofía analítica. El libro, a pesar de las discusiones técnicas en las que se embarca en sus últimos capítulos, busca ser ameno para el lector no especializado, aunque su claridad y perspicacia se pierden en la traducción, que elige invariablemente la literalidad.



