
Poesía de la nostalgia y los matices
EROS EN AMAZONIA Por Jorge Andrés Paita (Grupo Editor Latinoamericano)-84 páginas-($ 14)
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A cierta altura, la poesía no sólo es literatura, también es vida. En Eros en Amazonia se percibe eso y, además, la nostalgia: una interminable, sosegada, filosófica nostalgia de los tiempos en que la poesía era un mármol impecable, sin la adherencia de los verdines que trae el correr de los años.
En elogio de ese notable poeta que es Jorge Paita, dígase de él que ha sabido asumir con manifiesta dignidad literaria ese tránsito que lleva desde los horizontes iluminados hasta el precario cobertizo de lo cotidiano. Paita se planta y enhebra versos memorables -"ya tarde para sus pasos sobre la tierra", o bien, "soledad excesiva para uno sólo" o, en fin, "vastamente mecido por un silencio"-, como si nos contara historias. Pero son historias imprecisas, pausadas reseñas de la sabiduría que no van a ninguna parte, porque su destino es el todo que está en todas partes.
Con el tiempo el poeta se ha hecho amigo de alternar matices, de saborear frutos agridulces. De pronto se advierte que no importa de qué habla, que sus asociaciones con palabras ilustres, con nombres del pasado prócer o de nuestro pasado pueblerino, no importan sino en la medida en que son pudorosos velos tras los cuales enmascara, no más que por buen gusto, una gozosa cualidad poética, milagrosamente incólume, y cuya supervivencia en medio de este jardín de los desencantos es casi insolente.
Es y sigue siendo, venturosamente, un poeta. Eros está en la Amazonia y está en todos lados. Paita lo lleva de la mano con el mismo paso elegante con que hace mucho lo paseó por los Cuatro puertos (1976), o lo llevó a ver el circo patético de las Señales del segundo milenio (1983). Hace tres años, 19 de los 39 poemas que componen este volumen merecieron el Premio de Poesía de La Nación , galardón que premiaba la irreprochable factura de esos textos, su mordacidad elegíaca, su arquetípico equilibrio entre la reflexión y la imaginación.
Pero una cosa es otorgar una distinción a una obra escudada en la vaguedad del anonimato y muy otra es reconocer en un libro, en un poema, en una línea, al ser de carne y hueso que le ha dado existencia. Y se trata, en este caso, de alguien que ha recorrido fecundamente los caminos de la poesía y de la lectura, que se ha buscado sin haberse aún encontrado, que veló con Diana y Cipria y amaneció con el canto de los pájaros. Se trata de un "temperado y pulcro" caballero al que se llama -por designarlo de algún modo- poeta.



