Reina enamorada y poderosa
La fiesta de los Premios Oscar es quizá la vidriera de los seres humanos más hermosos, vestidos para que la apostura de los hombres y la belleza de las mujeres definan el estilo de un período; exalten la imaginación, el deseo, y envuelvan a los actores en un halo de enigma. El misterio en la mirada y en los labios es la clave de una pasión que empieza por la fantasía.
En estos días cruciales para el espectáculo, cada tanto aparece en las pantallas la divisa TV5MondePlus y basta hacer un clic para que surjan las estrellas del cine, la televisión y el teatro francés del pasado y del presente.
Esta semana pasaron en esa señal la vida de una actriz que, al principio, no reconocí. El programa era una mezcla de documental y de recitado de escenas teatrales, casi todos monólogos. Por la ropa y la puesta en escena debía de tener unas décadas. Ella, la “única”, era Germaine Lefëbvre, conocida por su nombre de guerra, Capucine (1928-1990). El video tenía como título Rouge Capucine.
Esa mujer se hizo famosa internacionalmente en Europa y Estados Unidos como la estrella de la serie de películas La pantera rosa. Su personaje era Simone Clouseau, la esposa y luego exesposa del inspector Clouseau, el personaje de ficción. Uno de los aspectos interesantes de Mme. Clouseau y sobre todo de quien la interpretaba, Capucine, era su aspecto enigmático y contradictorio. Empezó su carrera como modelo. Era una mujer muy bella y su silueta, perfecta, de una notable levedad. Pero no tenía ningún problema en ridiculizarse. Otro punto favorable era la profundidad de la mirada. Tanto su rostro como su cuerpo eran aristocráticos, más aún cuando se movía. Sin embargo, podía borrar esas características de clase. El enigma era social.
En 1957, el productor Charles Feldman la descubrió en Nueva York, donde no era muy conocida como actriz, y le sugirió que se fuera a Hollywood para perfeccionarse. Ella trabajó en la película Song Without End, con Dirk Bogarde. dirigidos por Charles Vidor. Se trataba de una biografía de Franz Liszt.
En las películas en las que intervenía Capucine, ella, desconocida para el gran público, superaba en apostura y en las poses a todas las mujeres que estaban en el set. Con su hieratismo, lograba opacar a las otras actrices y también a los hombres, algo muy difícil para una principiante.
En La pantera rosa, se convertía en la figura principal por mera presencia. Más tarde, trabajó en el Satiricón, la película de época romana de Federico Fellini. Y, para definirla, en el set, utilizaban una expresión que le caía de perlas a Capucine: “Un rostro de otra época”. Pero en el film Canción inconclusa, que dirigió Charles Vidor, la cara majestuosa volvió a ser otra y la misma, se convirtió en la princesa Carolyne zu Sayn Wittgenstein. Por ese papel fue nominada a un Globo de Oro.
En 1948, la “mujer de otro tiempo” volvió a incursionar en otra época en su siguiente film, fines del siglo XIX, principios del XX. Era la protagonista de El águila de dos cabezas, la pieza de Jean Cocteau. Actuaba en una película de amor, romántica, pero también de poder. Una vez más, era una princesa, una reina por mera presencia.
Las películas que filmó Capucine la muestran en su papel de detentora de la autoridad. Se la puede ver enamorada, pero también poderosa. El amor es una de las llaves de su alma, pero también lo es el dominio de las estructuras del imperio. La tristeza de su mirada es la de quien debe ejercer el equilibrio en el trato con sus súbditos. La alegría de verlos bailar es la que le muestra hasta donde los hace feliz y hasta qué punto debe saber ser su guía y controlarlos. Hay entre ella y quienes la rodean una tensión que no puede ni debe cesar. Capucine guarda el secreto del bienestar de un pueblo y de su propio bienestar. Saber hasta dónde se puede “apretar”.
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