Richard Sennett: "Para Trump el Estado es como un látigo para castigar a diferentes grupos sociales"
Uno de los pensadores más lúcidos de la actualidad está de visita en la Argentina hasta mañana. Invitado por la Fundación Medifé, esta tarde a las seis Richard Sennett (Chicago, 1943) dará una conferencia en el auditorio de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, donde será distinguido con el título de Doctor Honoris Causa, el segundo que cosecha en este viaje. El primero fue otorgado anteayer por la Universidad Nacional de Córdoba. En la capital cordobesa, Sennett participó del Tercer Congreso de Vivienda y Ciudad. Más de mil quinientas personas se inscribieron para escuchar en Buenos Aires al autor de Juntos. Rituales, placeres y política de la cooperación y La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. En esta ocasión, además, el pensador de las urbes fue nombrado ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires.
Graduado en la Universidad de Chicago y doctorado en Harvard, Sennett da clases de sociología en la London School of Economics y en la New York University. Suele visitar la Argentina con frecuencia. Su esposa, la prestigiosa filósofa y socióloga Saskia Sassen , que vivió en el país hasta 1950, viajó con él a la ciudad de Córdoba para dar una conferencia. "Con ella hablamos más de comida que de nuestros proyectos", dice Sennett en broma. El autor de ensayos clave para la comprensión de la vida urbana bajo el imperio del capitalismo fue alumno de Hannah Arendt y amigo de Michel Foucault. Sin embargo, antes de dedicarse a la vida académica, se consagró como chelista. "La música me proveyó de disciplina", asegura.
A partir de Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental (su fabuloso conjunto de ensayos sobre modos de habitar las ciudades de Occidente a lo largo de los siglos, publicado en 1994), se interesó por las formas civilizatorias y sus enemigos. Actualmente, el capitalismo financiero es objeto de sus críticas, pero también la inercia de las izquierdas, ocupadas en diagnosticar lo que a todas luces es evidente, y el individualismo exacerbado por las empresas tecnológicas. Todos los ensayos de Sennett están traducidos al español, pero no así sus tres novelas, de las que él rescata solo la primera, de 1982. Amena y erudita, su obra aborda de manera provocadora e incisiva el presente del trabajo, la familia y las clases sociales en el mundo contemporáneo.
–¿Qué son las "ciudades abiertas"?
–En verdad, la idea básica es tratar de responder el interrogante sobre el modo en que se pueden construir ciudades en donde las personas de distintas procedencias, clases, religiones y razas interactúen mejor entre ellas. Queremos construir ciudades más cosmopolitas, en el sentido de que las personas estén más conscientes y predispuestas para convivir con personas diferentes. También es una búsqueda de alternativas para lidiar con los problemas a los que nos enfrentamos en el presente, como el cambio climático o el abuso de la tecnología. Trato de conectar estos dos conceptos a través de lo técnico y de lo sociológico.
–¿Están dadas las condiciones políticas para que sean construidas ciudades así?
–No. La respuesta al capitalismo es el socialismo. Sería inmodesto pensar que un arquitecto o un planificador urbano puedan construir soluciones para salir del capitalismo. Para eso está la política. A veces los arquitectos o los planificadores urbanos son poco modestos y piensan que con sus grandes ideas van a encontrar soluciones para los problemas políticos. Sin embargo, si hay un movimiento para romper con el orden existente, se requiere saber lo que se necesita. El concepto de ciudad abierta es más bien un ensayo sobre cómo construiríamos una ciudad así si pudiéramos hacerlo. Es un ejercicio del pensamiento. La política necesita de la política. Crear la imagen de una ciudad abierta nos ayuda a pensar en respuestas.
–¿Funciona como una utopía?
–Eso espero, aunque no me gusta mucho la palabra utopía. Mi propuesta tiene elementos prácticos. La utopía, en cambio, parece una fantasía o algo que nunca ocurrirá. Lo que planteo es tener una visión clara de lo que uno quiere. La ciudad abierta no es una fantasía, necesariamente. Los elementos para construirla hoy están desorganizados y fragmentados, y la idea de mi libro es darles cierto orden.
–¿Cuál es en su opinión el rol de la sociología en el presente?
–Nunca me vi a mí mismo como un sociólogo, sino como una persona interesada en la sociedad. Mi formación es en filosofía y en arquitectura. En todo caso, soy un sociólogo aficionado que piensa en la desigualdad urbana, los espacios públicos y la innovación política.
–En Carne y piedra, compara su tarea con la de un crítico de arte. ¿Por qué?
–Trato de ver las obras de arte y la arquitectura como prácticas sociales. Utilizo obras de arte para estudiar la vida social. Como el arte es algo que se practica dentro de una sociedad, es interesante utilizar tanto el arte como la arquitectura en ese marco.
–¿Cuáles son las amenazas para la construcción de ciudades más democráticas?
La respuesta es obvia. Son el capitalismo y los monopolios. Ambos han estandarizado la forma de construir ciudades en todo el mundo. Hay cinco grandes compañías tecnológicas que monopolizan sus productos y muy pocas empresas constructoras que diseñan viviendas en el mundo. Las empresas de tecnología nos venden los mismos productos a todas las personas del planeta y lo mismo ocurre con las empresas que proyectan grandes diseños de vivienda. Trabajé en Naciones Unidas y vi cómo eso se daba en varias ciudades chinas. Allí, pocas empresas diseñaban las mismas viviendas, que podían estar en África o en América Latina. Todo era igual. Pocos productos repartidos en todo el mundo estandarizan las ciudades y eso conlleva a una menor expresión de lo local. Si miramos por la ventana, aquel aire acondicionado fue hecho en China; el cemento es de aquí pero seguramente fue procesado por máquinas alemanas y las ventanas, probablemente, hayan sido hechas en Estados Unidos. ¿Dónde estoy realmente? ¿En Buenos Aires?
–Sin embargo, las sociedades no aceptan todo pasivamente.
–Si tenemos en cuenta el concepto de ciudad abierta, podemos construir a menor escala y facilitar que las clases populares participen en el diseño y la construcción. La solución al capitalismo no es el proteccionismo sino una forma diferente de política. Mi próximo libro trata sobre eso: el modo de empoderar a las personas para que no solo habiten un lugar sino que también participen de su diseño y su construcción.
–¿Cómo evalúa el gobierno de Donald Trump?
–Es fascismo. Pero es un fascismo más cultural que estructural, muy vinculado con el neoliberalismo. El Estado, en el caso de Trump, es como un látigo, con el que él se ocupa de castigar a diferentes grupos sociales. La diferencia con Benito Mussolini es que este construyó un Estado alrededor de su persona.
–¿Cómo es compartir la vida con una intelectual como Saskia Sassen?
–Es una casualidad que los dos seamos intelectuales. Discutimos más sobre comida que sobre cuestiones del intelecto. Esto que digo es una broma, pero lo importante es que los dos nos damos espacio para pensar y crear. Nuestro trabajo es pensar, y pensamos juntos a veces, pero la idea no es que uno sea crítico del otro. Aprendo mucho de ella.
–¿A quiénes reconoce como sus maestros?
–Además de maestros como Hannah Arendt y Jürgen Habermas, mi mayor influencia fue mi trabajo como músico. Fui chelista profesional hasta que tuve que dejarlo, pero la disciplina del músico de practicar constantemente y de trabajar en los ensayos me enseñó que debía escribir de forma constante. Escribo como si estuviera en un ensayo. La música también me influyó en mi modo de comunicarme con el público. En la música, uno no puede encerrarse y separarse del resto, tiene que integrarse para comunicarse con mucha gente. La música me ayudó a convertirme en un pensador social.
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