Sabuesos cultos: cómo recauda el Fondo Nacional de las Artes
Más de la mitad del dinero que ingresa al ente de fomento es por el uso de obras de dominio público; un "círculo virtuoso" que permite que Gardel financie a los músicos de mañana
A finales de la década del 60, cuando ya había pasado por la Bienal de Venecia y Juanito y Ramona todavía seguían concentrando prácticamente toda su atención, Antonio Berni pidió un préstamo monetario para construir un taller donde trabajar. El Fondo Nacional de las Artes (FNA) le dio el dinero y el resultado de esa inversión es hoy conocido por todos.
Medio siglo después, las historias que se tejen con el FNA como lazo son muy parecidas a las de aquel rosarino con sueños grandes (o a las de los jóvenes Sara Facio y Leonardo Favio, que no tenían cómo comprarse sus primeras cámaras). Sólo que ahora resta esperar que los años hagan su parte y confirmen el valor de las apuestas que está haciendo este organismo cultural de noble misión y funcionamiento de relojería, dos cualidades que exceden el éxito o el fracaso de sus gestiones políticas.
Los responsables actuales de este ente autárquico inscripto en la órbita del ministerio de Cultura, que salvo casos excepcionales -como en el Bicentenario- no recibe aportes del Tesoro Nacional, hablan de su sistema de recaudación e inversión como un "círculo virtuoso". Y no es un eslogan altanero; la definición encierra un aspecto clave para comprender cómo funciona "el banco de los artistas". En esta casa matriz los creadores de ayer financian a los de mañana. Y la rueda mágica seguirá girando mientras nada vulnere el estatuto que lo rige desde 1958 y que fue ejemplo para otras entidades similares a nivel internacional. El gran secreto, que sin estar oculto pocos conocen, se llama "dominio público pagante".
Al contrario de lo que popularmente se cree, el uso de una pieza cinematogáfica, musical, literaria -cualquier sea-, cuya protección de derechos de autor se venció, está gravada con un arancel que el FNA recauda de manera directa (por cuenta propia, como en el caso editorial) o indirecta (a través de Sadaic, Argentores, Capif, DAC y otros agentes). Es decir, que si bien es libre la utilización del texto de El principito, el guión de Peter Pan o la imagen de El Moisés de Miguel Ángel -por citar un puñado de grandes éxitos de autores muertos hace ya más de 70 años-, su reproducción, traducción o adaptación tiene que abonar un arancel. La alícuota es mínima (del 0,3 al 3 por ciento del valor comercial), pero el universo es tan grande que constituye el mayor ingreso de dinero que el Fondo reparte en becas, concursos, subsidios y préstamos para artistas: sus cuatro principales vías de acción. Los números son muy ilustrativos: el dominio público pagante representó, en 2016, el 50,82% de la recaudación total del FNA, es decir, $ 71,5 millones de pesos.
"Vive el autor, cobra el autor; muere, cobran los herederos; pasan 70 años, es de dominio público: cobra el FNA por el uso de esas obras", allana el camino Mariana Di Lella, responsable de Recursos Financieros del FNA, que comparte con LA NACION los números de un engranaje clave para el funcionamiento del organismo. "Nos regimos por la ley de donde es originaria la obra, porque en otros países pueden ser menores a 70 años, o como en el caso cinematográfico, que una obra pasa al dominio público a los 50 años." En enero de 2017 quedaron liberados los derechos de García Lorca, Keynes y H. G. Wells; nadie con un boom comparable a Las mil y una noches en tiempos de telenovela turca o Carlos Gardel, nuestro gran top.
A la presidenta del Fondo Nacional de las Artes, Carolina Biquard, no sólo le brillan los ojos por los resultados de su primer año de gestión, cuando la recaudación creció un 58,7% respecto de 2015. La emoción es genuina cuando dice: "Le entregué este año el premio a la trayectoria a Juan Falú y sentí que era Gardel el que se lo estaba dando. Por eso me parece tan virtuoso el círculo, porque mañana ellos serán Gardel para los músicos del futuro".
El caso del villancico
Era 24 de diciembre. Los llamados entre la gente del equipo de Biquard tenían más que ver con buenos deseos que con trabajo. Pero hubo un alerta que cambió los planes de varios en la cadena telefónica. "Uno de nuestros directores, Javier Negri, que es especialista en derechos de arte, había escuchado Noche de paz en un jingle publicitario de Sertal. El villancico cantaba «Noche de pan, algo de alcohol» -recuerdan en las oficinas de la calle Alsina-. Es una adaptación, le dije enseguida a Mariana, y le pregunté si habían pagado." "¡El único día que no soy sabueso! -se ríe la técnica-. A las tres horas ya estaba detectado el caso, pero no es tan sencillo: hay diez títulos como Noche de paz y hay que saber cuál es el que están tocando y si corresponde al dominio público o no."
Queda claro en más de un sentido, la fiscalización es aún artesanal. Ante un caso sospechoso, el FNA acude en consulta a los agentes recaudadores con los que tiene convenio para saber si tal o cual pagó. A la vez, incursionan en softwares que habiliten una mejor y más ágil detección de casos. Pero no se puede bajar la guardia porque, como explica Di Lella, "una computadora nunca identificaría a Frozen como obra en dominio público, porque es una adaptación de La reina de las nieves, de Hans Christian Andersen. Aquí no hay un Shazam que te lo detecta; precisás una persona o un fino entrecruzamiento de bases de datos".
Además de interesantes, los ejemplos sirven para ilustrar la amplitud del universo en cuestión. Así, saltamos de un dulce de membrillo que por años usó la imagen de La Gioconda en su envase (es el caso que paga el arancel más alto, del 3% de su precio de venta al público, por tratarse de un producto) a otro radicalmente distinto, como la representación de El cascanueces en el Teatro Colón. Argentores recaudaría por derechos de autor y enviaría el 100% al FNA si se tratara de la versión original del clásico, con música de Chaikovski y coreografía de Petipa, ambos en dominio público; pero repartiría entre el Fondo (por la música) y la Fundación Nureyev (por la coreografía), en la versión que se verá en diciembre próximo.
A propósito, el Colón aparece como el mayor deudor del FNA: "Debe unos 60 millones de pesos por dominio público pagante. Consiste en conciertos, óperas y ballets que no pagaron del 2010 al 2015", confirma Di Lella. "Desde la gestión de María Victoria Alcaraz están pagando y se están reuniendo para resolver la deuda y regularizar su situación", confirma Biquard. Así, otros teatros públicos se alinean detrás del mayor en la fila de los morosos. "Saben que tienen que pagar y que tiene una deuda, pero como prescribe a los cinco años, si no paga la Procuración de la Ciudad...".
El tema de la recaudación se vuelve más desafiante cuando se mira a futuro. "La gran recaudación va a venir por la parte digital, que hoy no está entrando, cuando tengamos acuerdos por todo lo que pasa en Internet", se entusiasma Biquard, orgullosa de que "la industria pueda ver cómo este impuesto que paga y que ingresa a la organización se invierte en la misma industria, en toda su cadena: del artesano al arquitecto, del escritor a la editorial, del pintor a la galería".
Biquard hace bien el trabajo de "vender" lo que el organismo que preside ofrece. Tiene con qué: cuando los ministerios y dependencias públicas siguen las instrucciones de frenar el gasto y achicar sus estructuras, el FNA crece y se limita a gastar lo que el presupuesto le permite, incrementando sus reservas. También es excepcional en la coyuntura de este país la evaluación que hace sobre la herencia de la gestión anterior, que dejó dinero en la caja y la casa en un orden considerable. Sin embargo, este directorio de especialistas en todas las ramas del arte (entre los que se cuentan a Alberto Manguel, Teresa Anchorena, Eduardo Stupía, Inés Sanguinetti y Marcelo Moguilevsky) eligió seguir otro modelo. "Cuando llegamos, el FNA recaudaba para producir. Hacía el ciclo de música, programas de letras, había muchas clínicas por todo el país que funcionaban muy bien. Una de las primeras decisiones que tomamos fue no producir más. El ciclo de música popular que tenía sede en la casa de Victoria Ocampo funciona ahora en el auditorio de la Uocra y el FNA lo financia con un subsidio, como a un teatro del interior o a una biblioteca popular. Nos concentramos en financiar a la comunidad artística. Como un banco."
El mes pasado, en San Martín de los Andes, 22 becarios de la Patagonia participaron del primer FNAlab. Una artesana de Neuquén que había ganado una beca para armar un taller de vitrofusión barrial estaba sorprendida por su logro. "Tengo un Mecenas, como Miguel Ángel", decía la mujer. "Eso es mucho más que la plata que nosotros le podamos dar -evalúa Biquard-. Ese rol del Estado es muy importante: articular los recursos y generar la pericia para acompañar a que los artistas puedan desarrollarse."
Tres casos recientes para no perder de vista
Leila Sucari (Buenos Aires, 1987) ganó el concurso Novela 2016 con Adentro tampoco hay luz, que Tusquets publicará en agosto. "Es una escritora muy interesante con mundo propio, imágenes muy potentes y una escritura original", argumentó el jurado Guillermo Martínez
Marcos López recibió el año pasado una beca a la creación para hacer el corto Mi barrio, mi mundo, sobre Barracas. En 1982 ya había ganado una para perfeccionarse que le permitió trasladarse a Buenos Aires
Lucrecia Lionti fue una de las becarias ARCO en Madrid, para asistir a una residencia por seis semanas, el último verano. Su obra Geometría o barbarie se vendió al Museo Reina Sofía de España, en el marco de arteBA y través de la galería Walden
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